Esta mañana, al salir del trabajo y llegar a casa, como cualquier día de diario, miré el buzón del correo, por pura rutina. Al buzón de mi casa, me refiero, no a la bandeja de entrada del correo electrónico.
Imagino que todos seguís esa inveterada costumbre, con mayor o menos asiduidad, ¿verdad?
En mi caso, ni la pequeña llave de turno tengo que usar: en su momento, se rompió la cerradura del buzón y no me he molestado ni en arreglarla.
Total, para el correo que recibo…
El caso es que esta tarde, como todas las tardes, abrí el buzón. Y, además de la propaganda de de una pizzería y de un chino, además de un par de siniestros sobres blancos (las facturas ya podrían venir en sobres de luto, que siempre son un atentado contra nuestras finanzas) había otra cosa. Y no. No era ninguna de las revistas a las que estoy suscrito y me mandan por correo ordinario. Ni ese libro que estaba esperando. O que no esperaba en absoluto.
Era otra cosa.
Y ahí lo tengo, encima de la mesa.
Sin remite.
Y sin hacer tic tac.
Pero, la verdad, me da miedo abrirlo.
Porque uno ya no cree en las sorpresas.
Al menos, en las agradables.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
PD.- Finalmente, lo abrí. Y dentro había ESTO, un objeto singular que nos trajo de cabeza bastante tiempo.
Y, si habéis seguido la historia, ya sabéis que desembocó en ESTO otro. Lo que marca el fin de esta curiosa historia… ¡o no! 😀