MICRO ON THE ROAD A 33 RPM

Domingo noche. Acabo de venir de ver “Origen” y me gustaría comentar alguna cosilla de la última locura de Nolan, pero no sé cómo empezar para no reventar nada de la película. Así que nos daremos un par de días para que la veáis y comentar. ¿Estamos? Porque “Origen” es una de esas películas que hay que ver. Sí o también. Pero retrocedamos en el tiempo. ¿Os acordais de ESTE viaje, que hicimos hace un año? Este año lo hemos reeditado, pero en otro formato.

Vámonos al viernes a las 7 de la tarde, cuando me subí con mi Cuate Pepe y Panchi en su bólido, rumbo a Salobreña. Hostal San Juan. Un francés y una salobreñera lo regentan. Delicioso, plagado de detalles. Me encantan los hoteles que ponen libros bonitos en las zonas comunes, que habilitan espacios para sentarse a esperar con relajo y tranquilidad.

Antes del concierto de Melissa Laveaux fuimos a tomar fuerzas y recuperar líquidos e hidratación al Mesón de la Villa, en una silenciosa plazoleta junto a la Avda. del Mediterráneo. Uno de esos sitios en los que la simpatía, la profesionalidad y la personalidad de una camarera te hacen sentir como en casa. Empezamos con unas Valientes (jarras de medio de litro de cerveza helada) y seguimos con un pulpo a la gallega y una pintarroja (que no raja) y cazón adobados.

– ¡Qué raro que Colin no da señales de vida!

– Estará liado con los últimos ajustes del concierto.

Pero, pero, pero… los que si llegaron fueron Sara y David. ¡Olé! A veces mandas un mail, o tienes una charla, y dices eso tan típico de “a ver si nos vemos”… pues mira. En este caso, así fue. Sara Oblisar, autora de ese cuadro que con tanto orgullo luzco en el salón de casa, llegó con su encantador marido, David. ¡Más Valientes! ¡Más tapas! ¡Más risas con nuestra amiga camarera!

Al entrar en la Casa Roja sí que le vimos. Colin Bertholet. ¡Abrazo de Oso con ese amigazo que, en unos meses, se ha convertido en referente inexcusable y cita imprescindible cuando se trata de aprender y disfrutar de las cosas buenas de la vida!

– ¡Anda que me habéis llamado, que me he quedado esperando!

¡Ay, a veces, que pecamos de prudentes!

Pero ya estábamos allí. Otro verano más. En el Festival Nuevas Tendencias. Una de las convocatorias imprescindibles de cada año. Y, con Colin, Encarni y Dominique, ese frente salobreñero con el que, cada vez que nos juntamos, conseguimos que el tiempo deje de fluir de una manera convencional, de forma que las horas se ralentizan y los relojes parecen pararse.

Escuchamos a la Laveaux, una artistaza que, a los 23 años ya es una figura y que nos tiene que dar muchas y muchas alegrías. Una voz sublime, la suya. Un concierto precioso y preciosista, íntimo, tranquilo y sosegado, que degustamos entre charlas veladas y copas, de vodka, por ejemplo. De vodka Smirnoff o Beefeeter, sin ir más lejos. 😉

Que fue entonces cuando conocimos ese nuevo templo del ocio costero granadino, sin equiparación en ningún otro punto de nuestro litoral: el Sunem Playa, decorado por Colin y que se ha convertido en la bomba del verano. Allá nos fuimos con Javi, con Rosarito y con Patri, que nos agasajó con unos gin tonics sensacionales. Y lo dice alguien que le tiene fobia a la ginebra. Unos gin tonics sin parangón. Co-lo-sa-les. Pero es que, después, nos preparó unos mojitos que deberían estar en la antología de los mejores mojitos de la historia. Con el punto justo de dulce, con la hierbabuena necesaria. ¡Puro deleite para los sentidos!

Con semejante combustible y semejante compañía, no es de extrañar que la imaginación y la creatividad comenzaran a fluir. Y las ideas, los planes y las propuestas. ¿O no?

Una noche en Salobreña tiene que terminar, sí o también, en el JA Studio de nuestro querido Mariano. Terminar la noche. Es curioso, pero cuando bajamos a Salobreña, terminar la noche es un oximoron. Porque la noche no se termina nunca. Aunque intentemos matarla, a golpe de chupitos de tequila…

La mañana nos sorprende, sorprendentemente, sin resaca. Aún así, la del sábado no fue una mañana fácil. Hasta que volvimos al Mesón de la Villa, cargados. De periódicos. Nuestra amiga, nada más vernos, supo que no era ocasión de repetir con las Valientes. Pero tampoco se esperaba que pidiera un agua con gas… menos mal que mi Cuate se echó un tercio de San Miguel al coleto. Y Panchi y yo le seguimos. Casi de inmediato. Sobre todo, cuando las chicas de la mesa de al lado hablaron (bien) sobre Tailandia. ¡Qué viaje! ¡Qué recuerdos! ¡Qué calor!

– ¡Amiga! ¡Una birra bieeeeen fresquita!

¡Qué nos gusta, la casa de Encarni y Colin! Esa terraza, esas vistas y la cantidad de detalles que la hacen, además de preciosa, tan, tan especial. Allí estaban Enrique y Susana. Y Javi y Mariano. Con Encarni y Dominique. La noche había dejado algunos cadáveres, etílicamente hablando, en el camino. Y por eso sobró paella. Porque estaba… de muerte. Como el cava, en esas heladeras. Y los vinos, los quesos, la ensalada de Dominique (a la que hicimos menos caso del debido). Y la charla, claro. De viajes, de Cuba, de música. La música, siempre. Tan importante.

¡Qué nos gusta la casa de Encarni y Colin!

Pero había que matar esa tarde. Y fueron unos José Cuervo, tan reposados como helados, los que nos mandaron de vuelta hacia arriba. A Granada. Sin parar. Suspiramos donde el moro, Pepe aceleró en la Circunvalación, para que los cantos de sirena caseros no nos acosaran y seguimos hasta Jaén. Y más allá. Porque Torres siempre está más allá. Y más arriba. Y la plaza de toros del Mágina Funk… aún tres kilómetros más arriba. Aún.

– ¡Tío!, otro año que no he podido ir al Etnosur. Pero juro que el año que viene sí o también, estoy en Alcalá la Real

Nos encontramos con Pedro Melguizo, ese factótum que, cada año, organiza una de las mejores convocatorias musicales de España, que siempre me coincide con Semana Negra. Pero el año que viene me organizo, sí o también.

A esas alturas de la noche, yo ya sólo bebía agua, Y comía… nada. Aderezado con nada. Porque no podía más.

Eso sí, brillante el Festival. Y la música. Sobre todo el brutal afrobeat de “Fanga”, un grupo al que seguir la pista y sobre el que volveremos pronto. A eso de las dos, el cansancio y la prudencia nos aconsejó poner rumbo a casa. La garganta, rota. Los párpados, losas de mármol. Pero el regustillo… impagable.

A eso de las 4 de la mañana me estaba metiendo entre las sábanas. 33 horas después de iniciar uno de esos Micro On the roads plenos de sensaciones, encuentros, risas, comidas, bebidas, brindis y música. 33 horas, además, que abren las puertas a muchas, muchas más. Musicales, creativas, viajeras, gastronómicas, laborales, artísticas… y hasta teatrales. ¿Verdad?

Termina un fin de semana. Especial. Muy especial.

Gracias a todos los que lo habéis hecho posible.

¡Hasta pronto!

Jesús Lens, on the… bed, again 😉

¿RECTO O CON CURVAS?

Hace unos días, definía mi ser Géminis con ESTA imagen.

Y hoy me surge una duda.

Sabéis que, en multitud de culturas, parábolas y tradiciones, la vida se equipara a un camino, con sus curvas, sus recovecos, sus obstáculos…

Así las cosas, ¿cómo te gustaría que fuese tu camino? ¿Más como la opción primera o más como la segunda?

Jesús Lens, dubitativo.

PROBABILIDAD

Vamos con la columna de hoy viernes sobre probabilidades, suertes y mala suerte. ¿Crees en la suerte? ¿En la buena o en la mala?

 

Mi amiga estaba feliz. Se iba a tirar en parapente, adosada a las espaldas de un instructor de vuelo, buen amigo suyo. Es valiente mi amiga. No se arredra ni se deja vencer por el miedo. Lo mismo te manda fotos de su última inmersión submarina con bombonas de oxígeno que te dice que va a probar el placer de volar, de sentirse ingrávida, de demostrar, por fin, que no es una persona con los pies en el suelo.

 

¿Tú lo harías?

Y estaba muy contenta porque su amigo-instructor, en los años que lleva ejerciendo como tal, nunca ha tenido el más mínimo percance o accidente. Fue entonces cuando salió la mala follá agorera que uno lleva dentro:

– Pues ya le va tocando…

Debo reconocer que mi amiga se lo tomó a bien y con mucho sentido del humor. Y empezamos a discutir. Porque el hecho de que el instructor no haya tenido ni un leve contratiempo en el ejercicio de una profesión arriesgada demuestra, en primer lugar, que es muy bueno en su trabajo, que maneja la técnica, que es prudente y que la experiencia acumulada no le hace sino ser cada día un mejor profesional.

– Y, también, que tiene suerte.

Entonces yo saqué a relucir ese fatalismo tan mío y empecé a hablar de la suerte. Porque la buena, siempre acaba por terminarse. Y la mala, siempre termina por llegar. Al menos, eso nos gusta pensar. Por tanto, tras años y años de saltos exquisitos y perfectos… ¿no andaría ya la sombra del error, del accidente, rondando a ese hombre? ¿Qué pasa con la ley de la probabilidad?

¿Mala suerte o supina cretinez?

Siempre que hablamos de la ley de la probabilidad me acuerdo de aquel estadístico que había calculado las probabilidades de que en un avión hubiera una bomba: una entre cien mil. ¿Y de que hubiera dos bombas, simultáneamente? Una entre diez millones. Conclusión: desde entonces, el hombre viajaba siempre con su propia bomba.

Lo que demuestra que, como explicara Einstein, todo es relativo. Yo creo más en la mala suerte que en la buena. Es más cómodo. Nos gusta pensar que todo lo bueno que tenemos lo hemos buscado con ahínco, lo hemos trabajado duramente y, por tanto, nos lo merecemos. Sin embargo, los errores, los contratiempos y lo malo que nos sucede, en general, solemos achacarlo a la mala suerte. A que la vida es así. Al fatalismo, o sea.

La crisis debería habernos enseñado a pensar más sobre los fracasos que sobre los éxitos. Tendríamos que estudiar las derrotas, fuente de sabiduría, más que complacernos en los éxitos. ¿Qué hicimos mal? ¿En qué fallamos? ¿Por qué? Pero no es fácil hacerlo. Sobre todo, cuando no tenemos costumbre.

"Os voy a hablar con la sabiduría que me da el fracaso", decía Robe Iniesta antes de cantar "Correcaminos".

Por cierto, creo que mi amiga, hasta la fecha, no se ha lanzado en parapente. ¿Hizo bien? Porque su instructor sigue impoluto e inmaculado…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

ZOMBILIZACIÓN

El caso es que ha dado juego ESTA imagen. Y para seguir animando el cotarro, le hemos escrito el cuento que sigue. Porque la pregunta se mantiene. Llegado el momento, ¿qué preferirías ser?

Jejejejeje.

Aquel domingo amaneció como cualquier otro domingo cualquiera: los pajaritos cantaron, las nubes se levantaron y las jodidas campanas de la puta iglesia le despertaron. Como todos los domingos. De los cojones.

Pero aquel domingo no iba a ser como otro domingo cualquiera.

Porque, por fin, llegaron los zombies.

Y él fue uno de los que les abrió las puertas de su casa, prestándose felizmente a que le succionaran la sangre y le devoraran las entrañas. ¡Él quería ser zombie!

Pero zombie de verdad.

Llevaba cuatro años siendo drogadicto y decir que estaba hasta los cojones de las miradas de sus vecinos sería decir poco. ¡Hasta los cojones y más allá! Y hasta los cojones del Más Allá. Porque, por encima de todos, el mamonazo que peor le hacía sentir, que más le irritaba y… ¡sí!… el mariconazo que más le tocaba los cojones era el mariconazo del cura, siempre dándole por culo a su madre con que si el niño se va a condenar y que con esa vida que lleva nada bueno le espera.

Y el puto comandante de la Guardia Civil. Que a ver para qué necesitaba aquella mierda de pueblo de cuatrocientos habitantes, en el que nunca pasaba nada, un cuartelillo de la Guardia Civil.

Y más. Había más mamonazos, esas fuerzas vivas del pueblo, incluyendo al cabrón del maestro y al miserable del tabernero, que ya no le fiaba ni una birra. Por no hablar del director de la caja de ahorros, que ya no le descubría la cuenta ni por cortesía.

¿Qué iban a hacer, ahora, para defenderse del ataque de los zombies? Sus hermanos estaban allí. Su hora había llegado.

Ni dos horas tardaron en hacerse con el control del pueblo.

¡Joder!

Qué gusto, sacarle los intestinos a la guarra de Margarita, que siempre se cruzaba de acera cuando le veía venir. Y destrozarle la cara al Abundio, siempre al servicio de las damas. Ya era hora de comerse las tripas de Angustias, que dejó de ser su amiga cuando le pilló chutándose de nuevo, nada más volver del Proyecto Hombre. Qué momentazo, encular finalmente al Franco, el figura del equipo de fútbol comarcal.

Pero ya no le miraban raro.

Ya no le miraban mal.

El Franco estaba tirado encima del Polo, el portero de su equipo, con restos de carne y sangres colgándole de la boca. Y Angustias no dudó en acuchillar a su madre, a la que nunca le gustaron las malas juntas de su niña. ¡Y Abundio, dando rienda suelta a tanto instinto reprimido, follándose viva a la pija de Lucrecia! Y Margarita, que seguía cruzando las aceras, pero ahora para agarrar a los niños que huían despavoridos, cuando le veían su cara demudada, sus ojos a punto de salirse de las órbitas, su boca babeando sangre…

Ya no somos tan distintos, ¿verdad? Se acabaron las reglas, los tabúes, las obligaciones, los horarios… Se acabó el ir a trabajar, el estudiar, el ganar dinero, pagar una hipoteca y salir de fin de semana con el coche. No.

Todo eso ya es historia.

Ahora se trata, tan sólo, de comer. Carroña. Carne humana. Se acabaron las clases sociales. Se acabaron las etiquetas. Se acabó el decoro, la educación y la apariencia. Ha llegado la zombilización de la sociedad.

Y, en la taberna, las fuerzas vivas, siempre juntas, siempre protegiéndose entre sí, se han hecho fuertes. Allí están. Cinco. Frente a trescientos noventa y cinco.

Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Ha llegado la Era Zombie igual que, en su momento, llegó la Era Glacial. Pero ahí siguen, emboscados. Resistiendo. Quieren seguir siendo humanos. Y nosotros les miramos. Y nos reímos. En cuanto queramos, acabaremos con ellos y los convertiremos en nuestros hermanos sin sangre.

Pero a esos hijos de puta queremos hacerles sufrir. Como ellos nos hicieron sufrir a nosotros. Y les vamos a dejar que piensen que tienen posibilidades de supervivencia. Una vía de escape. Un hálito de vida. Que hagan sus planes. Que se organicen. Que se preparen.

Ellos también caerán. En cuanto queramos. Pero les dejamos creer que pueden evitarlo. Les dejamos macerarse en su propio miedo, sudar en su miserable y extinta humanidad, recociéndose en su propia mierda.

Be Zombie, my Friend.

Pero antes, ten miedo. Mucho miedo.

Las cónicas reales de la Guerra Zombi en España