EL INVIERNO DE FRANKIE MACHINE

Hay personajes que, desde las primeras páginas del libro que protagonizan, se convierten en tus amigos. Amigos invisibles, por supuesto, pero reales. Muy reales. Tanto, que no los olvidarás nunca.

Frankie Machine, el protagonista de la última novela de Don Winslow, es uno de ellos. Desde el arranque de la novela, cuando conocemos la severa rutina de un popular microempresario de San Diego, desde que se levanta hasta que se acuesta, sabemos que ese Frank va a ser un tipo de ley, uno de esos personajes que, durante muchas páginas, van a ser más personas de carne y hueso que de mero papel.

Winslow nos enseña sus cartas desde el principio: quiere que amemos a Fran, incondicionalmente y sin fisuras. Por eso nos lo presenta perfectamente integrado en la sociedad, como un ciudadano modelo al que sus vecinos quieren, respetan y admiran. Un currante de tomo y lomo, un prócer de la comunidad, un filántropo que ayuda a quiénes más lo necesitan.

Pero esa presentación, cuando una tormenta anuncia la llegada de “El invierno de Frankie Machine” a San Diego, apenas ocupa un primer deslumbrante capítulo descriptivo-costumbrista que, sobre la marcha, dará el giro que todos esperamos en una novela de Don Winslow, autor de aquella memorable, celebrada y brutal “El poder del perro”, que glosamos con pasión.

Porque antes de ser el Ciudadano Fran, como pronto tendremos ocasión de comprobar, el protagonista de esta adictiva y espectacular novela fue Frankie Machine, letal, frío, leal y profesional, muy profesional. Una máquina… de matar, por supuesto. Al servicio de la mafia.

Ea. Ya está dicho. Mafia.

A ver. ¿Qué has pensado cuando has leído “mafia”? ¿Qué imagen se te ha venido a la cabeza?

Posiblemente, el fotograma de alguna película o uno de esos diálogos cinematográficos tan potentes que hoy ya forman parte de nuestro acervo cultural más integrado y aceptado: “Ten cerca a tus amigos, Michael, pero ten más cerca aún a tus enemigos”. Porque la mafia es algo que el cine nos ha hecho familiar, cercano, atractivo y glamouroso. La televisión, sin embargo, se encargó de poner en solfa dicha imagen idílica y shakesperiana de la mafia.

El tránsito fue: de la magnificencia de los Padrinos de Coppola a la desmitificación de los Casinos y los Good Fellas de Scorsese para llegar al exacerbado realismo de Los Soprano.

Y de todo ello bebe “El invierno de Frankie Machine”.

No sé si, dicho todo esto, habrá que añadir algo más. En una frase: “el autor de “El poder del perro” novela la mafia americana, desde los años 60 hasta la actualidad”.

¿Puede haber algo más atractivo para leer, a nada que te llame la atención lo negro y criminal? En realidad, aunque no te la llame, vas a disfrutar con la biografía de un personaje tan atractivo como singular al que, a buen seguro, no tardaremos mucho en ver en una pantalla de cine (*). O, si tenemos suerte, en una pantalla de televisión.

¡Ya veremos!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

(*) Un sencillo googling nos señala que el proyecto de llevar a Frankie Machine al cine pasó de las manos de Scorsese a las de Michael Mann, grandes pesos pesados… 😉

¡MERECE LA PENA!

Pues sí. Como comentaba con una buena amiga, sólo por mails y cuentos como los que siguen, foto incluida, merecía la pena embarcarnos en ESTO de “Sacudiendo letras”. (Este relato está fuera de concurso y todavía estás a tiempo de mandar el tuyo…)

¿No te parece?

Hola, Jesús, el adjunto -más que para el concurso- es para quedar bien con tanta amabilidad: un mucho de cierto y un tín de ficción.

 

A lo mejor no es más que un relato lleno de estereotipos, quizás incluso nada aceptables. Pero son lo que son, lo que fueron, la imagen que nos quedó.

 

Ya en Cuba no hay gitanos, pero sí «Gitanerías», una linda pieza musical del mejor de nuestros compositores: Ernesto Lecuona. Y sí, también quedaron raíces de esa cultura, aquí y allá. No se perdió del todo, pero nunca tan fuerte como en mis tiempos de niña.

 

El cuento, si de algo sirve, es un regalo para ti.

 

Saludos,

O. de la Paz.

La visita de los gitanos

La niña había nacido en una isla del Nuevo Mundo, muy lejos de las tierras firmes, con un óceano de por medio…pero hasta allí habían llegado los gitanos, no se sabe cómo, pero tenía que ser en barco. Quizás habían montado sus carromatos en un velero o en un mercante, los habían encajonado en las bodegas y habían llevado suficiente pasto para las bestias. A lo mejor habían atravesado el Atlántico echándole la suerte a los marinos, midiéndoles las rayas de las manos… largo, ancho y profundidad…muerte, vida, amor, fortuna…y alegrándolos con sus cantos de sirenas, taconeando sobre la borda del buque hasta hacer saltar astillas y aullándole a la Luna en las noches sin sueño, espantando tormentas y arrullándolos como a críos.

El caso es que habían llegado, porque ella los vio un día cuando iba de la mano de su padre por el malecón de su pueblo. Estaban lejos, pero pudo distinguir las faldas multicolor en torno al fuego y las figuras esbeltas de los hombres. Vio o imaginó un rasgar de cuerdas y un repicar de castañuelas.

Su padre aceleró el paso. Ella se resistía.

-Quiero ver, quiero ver.

-No, hija, es mejor no detenerse. Es gente extraña ésa, que se pasa todo el tiempo en el camino, que no se queda en ninguna parte, que andan con todo metido dentro de esos carromatos…

Esa noche, arrebujada en un rincón, abrazándose las piernas y con la vista fija en la pared, Lucía pensaba.

– Qué cosa linda esa de andar por los caminos y no parar nunca…

El día que nací yo ¿qué planeta reinaría?

por donde quiera que voy, qué mala estrella me guía…

Su madre tenía una voz atiplada y melancólica. Mientras lavaba, fregaba y ayudaba al padre en el taller, entonaba una y otra vez la canción dulce y triste de una gitana que le reclamaba por su suerte a una estrella de plata prendida en el firmamento. Lucía seguía preguntándose cómo habrían llegado a su pequeña ciudad del Caribe y se respondía a sí misma inventándose historias llenas de magia y encanto porque nadie había podido decirle a ciencia cierta cómo había ocurrido.

Su pueblo tenía tres cines. Y en los años cincuenta, cuando era niña, todos exhibían gitanerías. No entendía cómo si decían que eran gente rara, de costumbres que no había que imitar, tantas películas y obras eran sobre ellos. Hasta se sabía las palabras que usaban en un idioma especial que no era igual al español. Todos los niños se las pasaban en un papel como un ejercicio de vocabulario y en su pueblo el caló era tan conocido como la gramática que daban en la escuela…solo que era un conocimiento trasmitido de boca en boca, de mano en mano, entre la prole infantil.

Las gitanas eran las heroínas del momento. Astutas, gallardas, seductoras, sentimentales hasta el llanto y valientes como leonas.

Ella escribió en su carta a los reyes: “Queridos Reyes Magos, lo que más quiero es que me traigan un traje de gitana, con la falda llena de dibujos y colores, la pandereta que sea de verdad y no de plástico, y unas castañuelas para apretarles bien el nudo y hacerlas repiquetear como en las películas.”

Ese 6 de Enero no podía dormir. Se levantaba en la noche y miraba el árbol de luces…pero nada! Cuando todavía no amanecía, distinguió las sombras de paquetes y corrió a abrirlos. Sus padres miraban con gozo cómo los niños rasgaban los papeles de regalo y los cartones, abriendo con desespero la carga que los buenos de Melchor, Gaspar y Baltasar habían dejado junto al Nacimiento.

Lucía se quedó sin habla cuando vio su tesoro. Todavía lloraba en silencio, sobrecogida de alegría, cuando su madre la vistió con el traje de sus sueños.

Al cabo de varias décadas, solo quedaba de aquel recuerdo una foto de la niña que fue, con una sonrisa a la que le faltaban dientes…como ahora. La falda larga y colorida, el brazo en alto agitando la pandereta.

Desde la computadora suena un timbre leve.

-Ha llegado un email.

Era de su sobrina.

-Tía ¿no te animas? Es un concurso literario, tú que jamás has presentado un cuento.

Un cuento, sí, sobre gitanos. ¡Y el sitio es de Granada! ¿Cómo atreverse?

-Sería yo muy tonta si le escribiera a esta gente…de allá, precisamente. Pero quizás no sepan que estuvieron aquí, en esta islita de las Antillas…que vinieron no se sabe cómo y nos clavaron la ilusión en el pecho.

Lleva el cursor hasta la equis y cierra la página.

Una lágrima corre por su mejilla: a lo mejor lo que cerró no fue una página web, sino una puerta. Una puerta a su infancia perdida.

La foto de la autora, de la que nace el texto

¿HUELGA SÍ? ¿HUELGA NO? ESTA HUELGA ME LA COMO YO…

A ver. ¿No lleváis leyendo y escuchando, un montón de semanas, a gentes de derechas e izquierdas, justificando y explicando el porqué no van a hacer huelga?

Sin embargo, ha sido este gobierno, el de ZP, el que ha aprobado la legislación más brutalmente lesiva para los derechos de los trabajadores desde la llegada de la Democracia.

Y tampoco podemos olvidar que el mismo ZP que se ampara en la “crudeza” de la crisis para aprobar esa legislación es el mismo que se pasó meses y meses, en connivencia con los sindicatos inanes y mudos, negando la mayor, con los Brotes Verdes.

¿Se puede pasar por alto todo ello?

(Lean ESTE estupendo artículo de hoy de Estefanía sobre la última gira de ZP por EE.UU. y su progresismo de campanillas)

Hay quién dice que todo esto, la huelga y tal, beneficia a la derecha. Y es totalmente cierto. Seguro que la derecha habría hecho otra escabechina legislativa igual o parecida. Pero eso no es excusa. De hecho, es la gran tragedia: ZP le ha hecho el trabajo sucio a Rajoy y Co. y ellos van a recoger los réditos, desde que el PSOE empiece a perder elecciones, una detrás de otras, entre Tripartitos, Primarias y señeras Alcaldías.

Por convencimiento, por solidaridad o, aunque sea por estética, quizá habrá que hacer huelga. A pesar de todos los pesares (que son muchos) y de todas las razones (que también son muchas, demasiadas) para no sumarse.

Y tú, ¿cómo lo ves? ¿Qué opinas? La Encuesta de la Margen Derecha dice que la mayoría no hará huelga…

TODO VA A CAMBIAR

No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo.

Albert Einstein

Hay libros que son de inexcusable lectura. Y no. No me refiero a los clásicos rusos del siglo XIX ni a los autores españoles del Siglo de Oro. Tampoco a esos artificialmente encumbrados títulos que, si no has leído, no te permiten sacar pecho en las tertulias más in y más cool de la modernidad rampante.

Me refiero a títulos como “Todo va a cambiar”, de Enrique Dans, cuyo subtítulo reza así: “Tecnología y evolución; adaptarse o desaparecer”.

Sé que habrá muchos lectores de este Blog que tengan atravesado a Dans, no en vano, es de los que defiende la libertad de la Red y la P2P que, en teoría, tanto daño hace a los creadores. En teoría.

Filias o fobias aparte, lo que más me gusta del libro de Enrique es que parte de verdades que, por incómodas que sean, no dejan de ser verdades. Como que la descarga de archivos es un hecho, está ahí. Y no va a haber quién la pare. Se trata, pues, de adaptarse. En el cómo está la clave. Y el desafío. (Muy interesante el artículo de hoy, de Elvira Lindo, sobre el particular)

Un cómo que no pasa por cánones mafiosos, detectives privados en las bodas, redes artificialmente enlentecidas, órdenes judiciales de cierre de páginas web o policías en Internet.

Nos podrá gustar más o nos podrá gustar menos. Pero eso es lo que hay. En la música ha pasado. Con el cine está pasando. Con la prensa y los libros está a punto de pasar. El debate está abierto, pero la realidad no espera a su conclusión. La realidad nos arrolla. Y, o estamos preparados, o quedaremos sepultados. Porque no hay buenrollismo ni legislación que pueda pararla.

Además de tocar ejemplos prácticos tan interesantes como los de Microsoft, su Encarta y la Enciclopedia Británica, Google, Youtube o el auge de las Redes Sociales, con Twitter como estrella; Enrique Dans habla de cuestiones más generales, básicas en nuestro día a día.

Como la gestión de la comunicación, por ejemplo. La comunicación, o es bidireccional y admite réplicas, críticas y comentarios, o no es. Y no es porque, sencillamente, no llega. Aunque siga habiendo mucha gente que reniegue de ellas y las considere algo parecido a la peste bubónica, las Redes Sociales lo han cambiado todo. Basado en el concepto de Web 2.0., exigimos participación. Queremos ser oídos, escuchados y tenidos en cuenta.

Sin posibilidad de retorno, la comunicación unidireccional no cala. El discurso pétreo e inamovible resulta sencillamente increíble, en todas las acepciones del término.

Podrá no gustarnos el rumbo que han tomado las cosas. Podremos renegar de muchas de las tesis que plantea Dans. Pero están basadas en una realidad que no está por llegar: ha llegado.

Como bien dice al final de su libro, no es que “Todo vaya cambiar”. Es que todo ha cambiado ya. Y utilizar la táctica del avestruz para intentar salir indemnes nunca ha sido una solución válida.

A adaptarse y reinventarse tocan. Sí o también.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.