Se equivocaban quiénes sostenían que Facebook estaba acabado. Que sea David Fincher el director que haya llevado a la gran pantalla la película sobre su fundación y su fundador ya muy elocuente. Y no va a ser una película fácil ni complaciente. Al menos, si atendemos a la música que Trent Reznor ha compuesto para la misma y que, como el Irreverendo Álex nos adelante, está abrasando la Red:
Y vamos con el trailer, que plantea dosis de inquietud:
Pero ya que hablamos de avances y trailers, atentos a éste: posiblemente será la serie… de la década: «Boardwalk Empire», producida por Martin Scorsese (que dirige el piloto) y escrita por el alma de Los Soprano, Terence Winter. Mafia, años 20, Atlantic city… ¡uf!
Y, de paso, aprovechamos para recordar un temazo de los NIN:
Queridos amigos, en teoría hoy termina el plazo para la recepción de Microrrelatos sobre el éxodo de los gitanos, de acuerdo con ESTA convocatoria del Concurso de Microrrelatos “Sacudiendo letras”, organizado, financiado y dirigido libre e individualmente, desde esta bitácora, Pateando el Mundo.
Aunque mañana publicaremos un mensaje y un cuento muy emocionantes, de los que te hacen sentir que todo esto merece la pena, permitidme que hoy comunique una ampliación de plazo para la admisión de Originales, que hay algunos amigos a los que todo esto les ha pillado por sorpresa y han pedido una prórroga espacial.
¿Vale?
Y otra cuestión: como he recibido varios cuentos de amigos, el Juez Único para esta primera convocatoria de “Sacudiendo Palabras” no seré yo. Desde el anonimato, habrá otras voces que opinen y decidan.
Para terminar con este recordatorio, y para dar sentido a esta convocatoria conciencio-creativa, damos la palabra a El Roto.
Vamos con la columna de hoy viernes, que viene inspirada y discutida. A ver si estáis muy o nada de acuerdo. O en parte, quizá…
El pasado domingo comentaba con Rafael Marfil el nombre con que se ha bautizado a toda una generación de jóvenes: los pre-parados. Y me animaba a escribir sobre otros pre: los pre-ocupados.
El caso es que el propio Rafael, en un excelente artículo publicado en estas mismas páginas, alertaba sobre la carga de estrés que sufren los niños de hoy en día, tanto en el colegio como con las actividades extraescolares y las clases particulares.
Es verdad que la agenda de un niño español de nueve años, en el siglo XXI, es más parecida a la de un ministro que a la de un tierno infante, hasta el punto de que las relaciones sociales de los padres se organizan en torno a los campeonatos de kung fu, los entrenamientos de baloncesto y los campamentos de inglés de sus vástagos.
Pero no es menos cierto que, con la que está cayendo, los padres son personas cada vez más preocupadas por dar a sus hijos una formación que les garantice, en la medida de lo posible, asegurarse el futuro: si los chavales más preparados se encuentran pre-parados, ¿qué no ocurrirá con otros miles de ellos que ni siquiera alcanzan una formación y una educación general básica?
Puede haber padres que apunten a sus niños a tenis o al conservatorio pensando en formar a un hipotético Nadal o a un clon de Mozart, pero son los menos. Los padres, responsables, procuran ofrecer todas las oportunidades posibles a los chavales: que desarrollen su vena artística, que se mantengan fuertes y sanos, que den rienda suelta a su don de lenguas y, además, que saquen adelante el curso completo. Con buenas notas, por supuesto.
La preocupación de los padres es que toda esa preparación sirva a sus hijos para posicionarse en un competitivo y despiadado futuro, tan incierto como inmediato.
La realidad, sin embargo, desmiente tanta buena intención. En primer lugar, porque en la vida es más importante a quién conoces que lo que conoces. No entiendo el fariseo revuelo que provocó en los medios la constatación de semejante obviedad: sabido es que lo importante no es conocer la respuesta, sino a la persona que conoce la respuesta.
Pero es que, además, tanta seriedad formativa está en entredicho: se ha demostrado científicamente que los videojuegos son extraordinarios para el desarrollo de los menores, mejorando su “conciencia situacional” y potenciando “la estrategia de la innovación multidisciplinar” (Punset dixit). Así, los cirujanos con experiencia en videojuegos cometen un 40% menos de errores que quiénes no los usan.
¿Ha llegado la hora de reivindicar el juego y dejar de preocuparse tan desmesuradamente por la preparación de nuestros niños y jóvenes? La asechanza del paro es terrorífica, pero no sólo es posible que el niño aficionado a los videojuegos esté en mejor disposición de evitarla sino que, además, se lo habrá pasado pipa durante su niñez.
“Una historia de Myron Bolitar”. Así se subtitula uno de los libros de Harlan Coben que la Serie Negra de RBA pone felizmente a nuestro alcance. Y, en la portada, la canasta de baloncesto de un típico playground yanqui, con los rascacielos de una gran ciudad al fondo.
Así las cosas, ¿quién es Myron Bolitar y por qué pide tiempo muerto?
El bueno de Myron es un agente deportivo que, mientras se hace con una buena cartera de clientes, colabora con una agencia de seguridad haciendo trabajos de investigación privada. Por eso no es de sorprender que el magnate de una de las grandes franquicias de la NBA, la liga profesional americana de baloncesto, le pida ayuda para encontrar a uno de sus jugadores estrella, que ha desaparecido misteriosamente.
Sin embargo, la cosa empieza a ponerse realmente interesante cuando el referido magnate le pide a Myron que, para integrarse en el vestuario, para tener acceso a todos los jugadores y a sus intimidades, pase a formar parte de su plantilla.
Y es que Bolitar fue una de las grandes estrellas universitarias del baloncesto, al que una lesión de rodilla apartó de la gloria que la NBA le tenía preparada. Diez años después, operado y rehabilitado, Myron es capaz de echarse unas pachangas con los colegas los fines de semana. Ahora bien, de ahí a jugar en la NBA, aunque sean los minutos de la basura de unos cuantos partidos previos a los Play Off, media un abismo. Aunque, también es verdad, aquella muñeca suya, de terciopelo, sigue bien engrasada…
Una vez explicado todo lo anterior, ¿qué queréis que os diga sobre una novela que aúna dos de mis grandes pasiones, el género negro y el baloncesto?
¿Tengo que insistir en lo buena y brutalmente excitante que me ha parecido? ¿Os tengo que contar cómo me ha gustado el paseo que Coben nos da por las interioridades del mundo de baloncesto profesional americano, por la psique de sus grandes estrellas, por los arrabales de la fama?
Como sé que no, voy a poner el acento en un detalle sólo aparentemente anecdótico de “Tiempo muerto”: cuando, después de tantos años sin jugar, Bolitar se sienta en el banquillo y, al final del partido, con el marcador ya decidido, el público pide a voces que ingrese en la cancha, sentí una enorme y profunda indignación. Mayormente porque el ¿respetable? le solicitaba más por reírse que por verle realmente jugar.
Y sentí indignación porque, a veces, yo mismo me he reído desde mi asiento en el Pabellón de los Deportes de Granada, ante algún lance del juego. Reconozco que no va comigo lo de insultar (gravemente) a los jugadores y, desde luego, no creo que me hayan oído nunca llamarles “viejos”, “cojos”, “tullidos” y otras lindezas por el estilo. Pero, por si acaso, vayan desde aquí mis más sinceras disculpas si alguna vez se me ha escapado alguna barrabasada para con algún profesional de nuestra ACB. Leyendo cómo Bolitar intentaba abstraerse de la crueldad de los aficionados, entendí qué fácil y qué injusto es comportarse como un mamarracho, como un cretino, por el precio de una entrada.
Disculpen, Mis Estimados, esta digresión. Seguramente a ustedes les hubiera gustado que les contara más sobre los secundarios de la función, que los hay. Muchos y muy buenos. Como el letal socio de Bolitar o su deslenguada secretaria. Pero como Myron ha protagonizado algunas otras novelas de Harlan Coben y este “Tiempo muerto” me ha encantado, si les parece, dejamos estas presentaciones para dentro de poco, muy poco tiempo.
¡Salud y que viva el básket! Y la novela negra, claro.