Pensé que era broma cuando me mandaron un mail diciendo que había ganado un e Reader de Samsung de ultimísima generación. Estaba seguro que sería un Spam o un truco para conseguir datos. Pero no. Resultó que, por una vez en mi vida, he ganado algo. Había participado en la encuesta de la potentísima web Planeta de Libros y… ¡gané! Por cierto, ahora hay un i-Pad en juego, en la web, pero paso de tentar más a la suerte, que no conviene abusar y me arriesgo a estar a pan y agua durante meses y meses.
Ya lo tengo en mis manos. Os dejo la foto y, AQUÍ, la info técnica de este e-Chisme. ¿Qué os parece? ¿Qué pensáis de estos cacharros? Aún lo estoy cargando y, por tanto, no sé cómo va. Pronto espero deciros más cosas. Entre tanto, una encuesta de urgencia, en la margen derecha…
“Say it loud! I am Latin and I am proud!” O sea, que soy latino y me gusta. Lo latino mola. Be Latin my Friend.
A estas alturas ya sabemos que “Machete”, el último despelote de Robert Rodríguez, nació como un falso trailer para aquella otra gamberrada, en forma de programa doble de serie Z, que el director se inventó junto a su alter ego del otro lado de la frontera, Quentin Tarantino.
En este mundo hay tres tipos de artistas: los que hacen lo que les da la gana y cuyos resultados no interesan ni a su propia familia, los que únicamente se pliegan a los intereses del mercado y los que, haciendo lo que les sale de su alma, tripas u entrañas, conectan con el gusto de (parte de) la gente, consiguiendo llevárselos a su terreno.
Anoche, a la vuelta de “Machete”, confesaba a una amiga que el “problema” no era tanto haberla visto cuanto que me hubiese gustado. Y ella me respondía que los hombres debemos estar medio gilaos, porque a otros amigos suyos, cuerdos a priori, les había pasado lo mismo. Y, en conclusión, que iría en persona a comprobar el porqué de esta contagiosa enfermedad llamada “Machete”.
Una de las claves del éxito de este despiporre cinematográfico es, por supuesto, su protagonista, Danny Trejo. En este caso, con una foto basta, ¿verdad? Un tipo cuyo físico está a la altura de una existencia mítica y proteica, homérica y salvaje.
Además, está el Orgullo Latino, representado por esas mujeres fuertes, duras y violentas, dominantes, intrépidas y libres, radicalmente alejadas de la inveterada sumisión de la mujer latina al tópico Macho Man de toda la vida. Jessica Alba en clave dulce y acaramelada y Michelle Rodríguez en clave brutal y asalvajada, son las dos caras de una misma, feliz y excitante moneda.
Y están, por supuesto, los malos. En muchas películas, el problema con el archienemigo del héroe es que nunca termina de morir. Y acaba haciéndose cansino. ¿Solución? Crear cuatro letales, siniestros y amenazadores Némesis del protagonista. Y, encima, ponerles el rostro y la personalidad de Don Johnson, Steven Segal o el mismísimo Robert de Niro, sin ir más lejos y con un par.
Y luego, el mensaje. La Red, la inmigración clandestina, el cierre de las fronteras, el hipercapitalismo, el tráfico de drogas, la corrupción política… de todo ello nos habla “Machete”, sin darle importancia, pero sin perder la perspectiva combativa y reivindicativa de que lo Latino es Bello, la inmigración es imparable y que es imposible ponerle puertas al campo.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más.
La música, por ejemplo. En los títulos de crédito se nombra a “Chingón”. Pero hay una combinación de clásicos latinos con otros temas muy cañeros e industriales. Y, por supuesto, están Tito y la Tarántula. Porque el cine es un arte global y la música no puede ser sólo una banda sonora, sino que debe tener entidad propia y ser un personaje más de la narración.
Y no puedo (ni quiero) terminar si hacer referencia a la secuencia de la confesión-ejecución de uno de los personajes frente una cámara conectada a Internet, jugando con la estética de los vídeos de Al Qaeda, pero en versión yanqui tex-mex. Dañina, muy dañina. Corrosiva. Ácida y sarcástica.
Enhorabuena a Robert Rodríguez por hacer lo que le da la gana y, a la vez, arrastrar a las masas al cine. ¡Menos pajas mentales y más acción!, sería la conclusión.
Valoración: 8
Lo mejor: la secuencia del intestino o la aplicación práctica de las enseñanzas teóricas de los científicos.
Lo peor: que los intelectuales seguirán sin entender nada. De nada.
Seguimos Sacudiendo letras. Ya tenemos ganador de la primera entrega de este concurso literario, sobre el Éxodo de los gitanos. Las votaciones de la encuesta que tenéis a la Derecha así lo acreditan. Y AQUÍ, los relatos recibidos.
Ahora os dejo mi cuento, cuyo final no ha gustado nada a quiénes lo han leído. Pero no se me ocurre otro. Porque es el final que quiero darle. Jejejeje.
Sabéis que, hasta final de mes, tenéis de plazo de para la segunda entrega, ¿verdad? 2.500 caracteres, con espacios, sobre ESTE tema. ¡Y que cada uno le de el tratamiento que quiera!
Venga, venga. A escribir. Pero antes… ¡leed! (Y comentad)
—
Alguien se había dejado el periódico en el asiento del autobús. Rafael lo cogió y empezó a leerlo de atrás hacia delante, como le gustaba hacer. La prensa estaba pensada para eso: empiezas por los cotilleos, los deportes, el cine y los espectáculos y después vas llegando a la parte seria: la política y tal.
El recorrido de la línea 1 se hacía largo, aunque ya fuera entrada la noche y no hubiera mucho tráfico. Rafael miraba a los pocos viajeros que cogían el último autobús de la jornada. La mayoría se irían bajando por la Avenida de la Constitución y La Caleta. Estudiantes que habían estado de cañas al salir de clase, algún currante al que se le había echado la hora encima y cuya pareja le esperaba para echarle la bronca, una enfermera con turno de noche en el Clínico…
Sólo veía a dos viajeros que, como él, se bajarían en la última parada. Uno era el capullo del Perico, que antes de putearle la noche a su madre, iría a pillar a lo del Cani y a ponerse ciego en el chamizo del Miguel. La otra era la Lucía, que había encontrado un curro como cajera en el Mercadona de los Sánchez. Un buen trabajo, por fin, con toda la mierda que había tenido que tragar, la pobre. A ver si tenía suerte y se podía mudar: si seguía viviendo en el Polígono, la Luci era carne de aguja.
Y él mismo, que había sacado bastante guita ese día, tocando la guitarra y echándose un cantecito por los bares de la calle Navas. En septiembre, las terrazas del Centro estaban a reventar de gente, sobre todo, de turistas que visitaban Granada cuando ya no hacía tanto calor.
El Centro de la ciudad, cada vez más bonito, cada vez más jodido. Con las ordenanzas municipales intentando cargarse a los gorrillas, a las gitanas lee-manos o a los músicos buscavidas como él. ¡Y esos cabrones de camareros, que se creen que van a heredar el negocio y le echan con cajas destempladas de las terrazas de los bares! Tanta farolita de diseño y tanto floripondio… ¡cuánta mala follá!
Volvió al periódico. Y se entretuvo con la noticia de la deportación de los gitanos franceses. Qué vergüenza. En pleno siglo XXI, en Europa, expulsados del paraíso para volver al arroyo, estigmatizados, humillados…
En esas estaba cuando el Perico le dio una colleja, sacándole de su ensimismamiento:
– Espabila Rafa, que ya hemos llegao. Última parada: El Polígano.
La farola junto a la parada, la única que había, estaba rota. Apedreada. Otra vez. Tampoco pasaba nada. Acostumbrado a andar a oscuras, sorteando hábilmente los charcos, encaminó sus pasos hacia su casa, procurando no mancharse los zapatos.
No dejéis de ojear, hojear (sí, en formato electrónico se puede hojear) y leer el último trallazo parido por esa incesante máquina llamada Ricardo Bosque. El nuevo .38 ya está aquí y tenemos una aportación que, modéstamente, tildaría de «interesante».