Mis compañeros de trabajo se parten de risa, cuando me “ven” leer el periódico, a primera hora de la mañana, y escuchan el rasgar de papel que supone, para mí, la lectura de los diarios.
Mi casa, por su parte, es un infierno de papeles que se apilan en las mesas, los sillones, los bolsillos de los pantalones, las camisas y hasta los armarios. A veces me han aconsejado que escanee las noticias. O que guarde los links de sus ediciones digitales. Pero no es lo mismo. Porque a mí, lo que me gusta, son los recorticos: noticias curiosas, caricaturas, chistes, titulares, fotografías, imágenes… ¡todo un vicio!
Y una pérdida de tiempo, podría pensarse. Hasta que nos enteramos de que uno de los finalistas del Premio Turner de pintura es el inglés Dexter Dalwood, muy bien valorado por la crítica porque compone sus cuadros a partir de collages que obtiene de revistas ilustradas y libros de arte, mezclando fotografías de lugares míticos con sedes de asesinatos, paisajes montañosos con la Torre Eiffel.
Que no es lo mismo que mis recorticos, claro. Pero que eso de pintar con recortes respira el mismo aire y se alimenta de la misma filosofía que esa costumbre mía. Una inyección de moral para perseverar en una costumbre que, creo, no llega a aberración. Todavía. Aunque mi Paqui seguro que piensa lo contrario.
Como me pasó cuando tenía dudas, la otra tarde, sobre mi inveterada tendencia a la procrastinación, que me hace dejar cuentos, proyectos e ideas a medio rematar. O resolver. Y terminar.
Estaba trabajando en un tema de cine cuando me di de bruces con una maravillosa historia.
Resulta que Peter Bogdanovic estaba adaptando la novela “Addie Pray” para la pantalla, pero no le parecía que fuese un nombre apropiado para una película así que empezó a buscar otro. Quiso la casualidad que, mientras seleccionaba la música para el filme, el director escuchara una canción titulada “It’s Only a Paper Moon”, decidiendo darle ese título a su largometraje.
Pero antes de terminar de decidirse, lo consultó con su gran amigo y mentor Orson Welles, cuya respuesta ha quedado para la historia: «El título es tan bueno que no deberías hacer la película, sino presentar el título y olvidarte de ella».
¡Toma ya!
Lo que me da rabia es no acordarme de otra historia parecida. No sé si fue David Trueba el que habló de esos cuentos perfectos que, una vez escritos en la cabeza de su autor, no se merecían quedar reducidos al estrecho margen que deja el papel, o la computadora, y por eso nunca terminan de escribirse, físicamente hablando. Como aquel famoso Bartleby el escribiente, que siempre prefería no hacer lo que le pedían y nunca terminaba de escribir lo que le encargaban. ¿Será por eso que el famoso cuento «La prístina transparencia del vodka con tónica» todavía no ha salido de mi cabecita?
Vale. Lo reconozco. La realidad es que soy un vago de tomo y lomo. Pero estas historias, ¿no merecían la pena ser contadas?
Jesús preferiría-no-hacerlo Lens.