Venga, venga, venga. Démoslo todo para conseguir que ésta que empieza sea, de verdad, la Década Prodigiosa de que hablábamos en la última columna de IDEAL de la década.
😀
Sed felices, Mis Estimados y Queridos Habibis.
Venga, venga, venga. Démoslo todo para conseguir que ésta que empieza sea, de verdad, la Década Prodigiosa de que hablábamos en la última columna de IDEAL de la década.
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Sed felices, Mis Estimados y Queridos Habibis.
La última columna del año en IDEAL. Lo siento. Seguramente no es la que esperáis leer en una fecha tan señalada. Me quedo, como resumen de la década y propósito para la que empieza, con una frase de una de las últimas novelas que he leído:
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¡Feliz entrada de año, mis Estimados y Queridos Habibis!
Para buena parte de los españoles, éste es el día más anhelado del año. Y no porque estén ansiosos de correrse una juerga, que también, sino porque estamos locos y ansiosos por pegarle una patada al 2010 y mandarlo al carajo, bien lejos. Ganas, mayormente, de ponerlo en órbita y olvidarlo a la velocidad de la luz. O más rápido aún, de ser posible.
Todos sabemos que, en realidad, da igual. El día 1 sigue al 31 y no sólo nos pillará resacosos sino que, además, será un 10% más caro el ver por las noches. Pero nos hace ilusión tener un flamante paquete-regalo de 365 días por desenvolver, máxime cuando el 01-01-11 inicia una nueva década.
¡Con lo felices que nos las prometíamos allá por entre el 2005 y el 2007! ¿Se acuerdan? El ladrillo se había convertido en el oro del Rey Midas y, a su calor, la orgía parecía no tener fin, límite ni techo. Pero resultó que tenía suelo. Ese suelo mil y una veces recalificado se abrió súbitamente bajo nuestros pies y nos arrastró en una espiral descendente a la que ahora tampoco le vemos final, por desgracia.
La llegada del 2011 parece marcar un punto y aparte en este torbellino de fatalidades. Los célebres propósitos de año nuevo nunca han tenido tanto sentido como ahora: además de dejar de fumar y de ir al gimnasio, pocas veces como ésta habremos tenido la necesidad, ocasión y oportunidad de redefinir el resto de nuestra vida. Que suena a cita de libro de Autoayuda o tratado de Management, pero que es verdad.
Aunque nos ha costado, hemos terminado por aceptar que esta crisis es estructural y no coyuntural y que, por tanto, los ¿buenos? viejos tiempos ya no volverán. Hemos escrito, leído y escuchado hasta la saciedad lo del cambio de paradigma y el nuevo modelo económico-productivo, la necesidad de innovar y de ser creativos. Pero todo ello casa muy mal con los recortes salariales y sociales, los despidos y el echar horas de trabajo a destajo que reclaman la patronal, los mercados y hasta el gobierno.
La Década Prodigiosa que nos debería situar en la vanguardia productiva de las economías desarrolladas del Primer Mundo arranca con fórmulas de ahorro de costes y exigencias laborales propias del siglo XIX y los primeros años del XX.
¿Qué le deberíamos pedir, pues, a este 2011? Para empezar, la cordura, sensatez y coherencia que están faltando en estos meses. A cambio, ¿qué le podríamos ofrecer? Ilusión, energías, trabajo y ganas de contribuir a la llegada y la consecución del Nuevo Paradigma. Sin embargo, lo que no es de recibo es la exigencia de cobrar menos por trabajar más y de pagar más por recibir menos. Si ésta es la fórmula, ¡paren la máquina que yo me bajo!
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
PD.- Siguiendo el consejo de Rash, agradecemos a Manel Fontdevila poner en Internet sus magníficas viñetas, que ilustran la entrada de hoy.
Hasta el viaje más largo
comienza con un primer paso.
Proverbio chino.
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¡Qué palabra más bonita (en el mejor sentido de la expresión) sonora y expresiva! Noches de moraga. Interminables veladas veraniegas de hogueras y pinchitos asados en las brasas, junto al mar, bajo el cielo cuajado de estrellas.
Con ese nombre, “La Moraga”, el reputado chef andaluz Dani García está abriendo una cadena de locales que responden a un concepto muy de moda en los últimos meses: los gastrobares, caracterizados por ofrecer alta cocina, cocina de autor, pero a precios asequibles.
Álvaro, Pepe y yo, antes de coger el vuelo para Casablanca-Dakar, decidimos desayunar en el aeropuerto de Málaga. Las opciones eran las de siempre (Starbucks incluido) o aprovechar para conocer “La Moraga”. Si la compañía hubiera sido otra, quizá no me habría atrevido a proponerlo, pero uno tiene buenos compañeros de viaje y tanto mi Cuate como Ratatouille Hoces son tipos desprendidos y, sobre todo, gastronómicamente desafiantes…
Eran las once de la mañana y justo cuando nos acercábamos a sus inmediaciones, “La Moraga” abrió sus puertas. Unas puertas translúcidas, correderas, transparentes. La barra, inmensa e interminable. Y decenas de banquetas esperando a los comensales. La decoración, minimalista: cristal y blanco. Y algo de crema. Muy poco. Tras la barra, una doble cocina. O una cocina en doble espacio. Pero abierta y diáfana. Para verlo todo. Alto y claro. En uno de los paneles del fondo, los platos estrella de la carta, descritos con grandes letras azules: hamburguesa de rabo de toro, croquetas de pringá o de chorizo, kebab de ibérico… Y molletes, claro. Que era la hora del desayuno.
Álvaro, más prudente (¿más perjudicado por la noche anterior?) pidió un café y un mollete. Pepe y yo, más osados y ante la certeza de que los siguientes días, en Senegal, no iban a ser especialmente favorables para las comidas, pedimos unas cervezas y algunas suculencias de la carta.
Una de esas cartas cabronas en las que, por cada cosa que pides, dejas cinco joyas en el tintero. Y sin probar. Menos mal que las camareras, con su arte, simpatía y talento, nos condujeron sabiamente por los entresijos de la amplia y tentadora oferta, dada la hora de mañana que manejábamos.
¡Gloria bendita!
No. No son tapas. No. No son pinchos. No. No son cazuelas. No. No son platos de autor. O sí. Pero todo mezclado. Porque ni se acaban de un bocado (o dos), como los pinchos; ni son platos típicos o tradicionales, como las cazuelas. Y, aunque no es barato, tampoco es carísimo, comer en La Moraga y darle un homenaje al paladar y los estómagos. Es un lujo razonable, disfrutón y que, además, nos reportó 100 euros.
Dejábamos escapar a un vendedor de lotería que nos ofrecía un número terminado en 13, cuando las camareras nos reconvinieron severamente: era el número que ellas llevaban. E iba a tocar. ¿Cómo despreciar semejante consejo de quiénes te han servido maná para la boca y han colaborado a que pasáramos un rato delicioso? Que Álvaro no tardó en sumarse al cerveceo…
Pues tocó. Y no nos hemos hecho millonarios. Pero tenemos para darnos otro homenaje. En “La Moraga”, claro.
Y es que yo lo tengo claro: sólo por ir a lo de Dani García, para mis próximos viajes, la primera opción de salida siempre será el aeropuerto de Málaga.
Jesús Gastrocafre Lens.
En el corazón, en la sangre y en las tripas. Sí. ¿Para qué ocultarlo, negarlo o disimularlo? A la vuelta de Senegal, casi una semana después, sigo enfermo. De África.
África
“Los viajes son los viajeros.
Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.”
Fernando Pessoa.
¿Por qué otra vez África, siempre África; África de nuevo?
Efectivamente, cuesta trabajo explicarlo.
Decía Álvaro, mientras cenábamos en nuestro restaurante favorito de Dakar, el libanés Farid (aunque el cabrón del Jefe Daniels no nos dejaba tomar más mojitos de la cuenta y era la excepción que confirma la regla de la Teranga) que, a la vuelta, no sabría cómo definir el viaje cuando hablara con sus compañeros de desayuno. Que no lo entenderían.
Hace unos años, estando en el Malí, me dio uno de esos voluntos místicos que me asaltan de vez en cuando y me perdí por las dunas del desierto para acabar escribiendo unas notas que después se convirtieron en este artículo: “África, ¿el fracaso de la humanidad?”
En esta ocasión, y partiendo de las palabras de Pessoa, he mirado más hacia dentro que hacia fuera. Quizá porque como venimos repitiendo a lo largo de este 2010, cuando se cumplen los cuarenta se tiende a hacer balance y recuento vital.
Cuando viajas al África negra y profunda te distancias de la blanca y rica Europa, dejando atrás las comodidades del hogar y la seguridad de una sociedad del bienestar que, criticada y vilipendiada, es la gran conquista de las generaciones que nos precedieron. Pero estos viajes, además, te posibilitan el alejarte y disociarte de ti mismo, del tú que eres en casa, pudiendo observarte y verte en perspectiva.
Cuando viajas a África no hay grandes museos que visitar ni una fastuosa arquitectura con la que deleitarse. La gastronomía es una cuestión de mera supervivencia y, salvo que vayas a los grandes paraísos naturales de Kenya, Sudáfrica o Tanzania, a los majestuosos parques nacionales de algunos países, los paisajes tampoco son especialmente arrebatadores.
Entonces, ¿por qué ir a África? Y, una vez ido, ¿por qué y para qué volver?
Pues porque África te permite redescubrir la persona que, en España, no sueles ser. Porque en África todo se relativiza. Porque la Teranga te reconcilia con lo mejor del ser humano, por supuesto. Pero es que, además, te transforma. En África, eres otro. Eres distinto. Eres diferente. África te cambia, te trastorna. Te transforma.
Cada vez que he estado en África, he sufrido algún tipo de mutación. Es como si su sol me hiciera mudar de piel. Como si, estando allí, me hicieran una transfusión de sangre nueva. En los últimos nueve años he estado 2 veces en Malí, 2 en Senegal, 1 en Etiopía, 1 en Tanzania y 1 en Burkina Faso. Y cada vez ha sido única, diferente e irrepetible.
A estas alturas ya he renunciado a saber el porqué, pero siempre que estoy allí, soy feliz. Sin necesidad de hacer nada especial. Sólo estando. Y mira que África es incómoda, sucia, desapacible… Pero es. Y cada vez es más difícil estar en sitios que son.
Europa, fría, liofilizada, esterilizada… cada vez es más un No Lugar en sí misma. Marc Augé acuñó dicho concepto, el «no-lugar», para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como «lugares». Ejemplos de un no-lugar serían una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado, como leemos en la Wikipedia.
Cuando estoy en África, siento que estoy en lugares vivos, auténticos, palpitantes y rebosantes de vida. En mitad del caos y el bullicio de las calles de sus complejas y contradictorias capitales, durante un concierto improvisado con unos cubos en un pueblo remoto del Senegal, navegando en pinaza por el Níger, caminando por el Kilimanjaro o el cañón de las montañas Simien, asomado al lago Awasa etíope, escuchando a los percusionistas de Bobo Dilasso o entrando en una biblioteca de Tombuctú… momentos que te hacen sentir vivo, que te hacen sentir de verdad.
Vale. Éstos son los momentos transitorios. Y, como decía en el referido artículo anteriormente señalado sobre el posible fracaso de la humanidad, seguramente los disfrutamos al 100% porque sabemos que, más pronto o más tarde volveremos a casa, a la seguridad de nuestra civilizada Europa. Y, sin embargo, en mí dejan una huella mucho más profunda que otras experiencias patrias que deberían resultarme excitantes y apasionantes.
Dejan huella, sobre todo, por la extraordinaria importancia del factor humano. La teranga senegalesa, esa calidez, esa hospitalidad de que hablábamos es extensiva a otros pueblos de África. Malí es el país de las sonrisas, por ejemplo. El más frío, quizá porque sus habitantes ya estén demasiado acostumbrados al turismo, es Tanzania. Pero la caminata por las Simien nunca hubiera sido igual sin Yndal. Y el País Dogón jamás habría sido el mismo sin Alain o Watt.
A África se viaja por sus gentes. Por su calor. Por su cariño, su alegría y su contagiosa felicidad. Porque, siendo los más pobres, son los más vitalistas y los más irredentos optimistas. Ojo. Siendo críticos, también. Pero de eso ya hablamos en otra ocasión.
Ahora dejo la letra de una canción que ha estado sonando mientras escribía todo esto y que se llama, precisamente, “Vuelvo al sur”. Aunque es de Mercedes Sosa, yo la vengo escuchando en la versión de Gotan Project.
¡Al Sur! Siempre al sur…
Como se vuelve siempre al amor
Vuelvo a vos
Con mi deseo, con mi temor
Llevo al sur
Como un destino del corazón
Soy del sur
Como los aires del bandoneón
Sueño el sur
Inmensa luna, cielo al revés.
Vuelvo al sur
El tiempo abierto y su después
Quiero al sur.
Su buena gente, su dignidad.
Siento al sur.
Como tu cuerpo en la intimidad.
Te quiero, sur . . .
Te quiero, sur . . .
Jesús forever sureño Lens