Hace unas semanas nos vengábamos, literariamente, de este payaso. Hoy, tras mostrar esta perplejidad, ajustamos letras con los tipos más odiados del momento.
A ver si os gusta y divierte este sencillo capricho:
– Y, se pongan como se pongan, tenemos que defender nuestros derechos. Es lo que, históricamente, hemos hecho los trabajadores. Y si hay que hacer huelga, se hace. Si hay que empezar perdiendo, para después ganar, ahí estaremos. En el tajo. Luchando. ¿Qué se han pensado esos explotadores? ¿Qué nos van a doblegar? ¿Qué van a poder con nosotros? No saben. Es que ni idea tienen de con quiénes han topado.
Antonio José soltaba esa incendiaria soflama en el salón de su flamante loft de San Sebastián de los Reyes, con dos niveles y jardín privado, a solo diez minutos del aeropuerto de Barajas en que trabajaba, desde hacía diecisiete años, como controlador aéreo.
Y la soflama se la estaba endilgando a su hijo, Borja, ambos sentados en el Divatto anatómicamente adaptado que le hicieron por encargo, frente al Bang & Olufsen que, a nada que subías al sonido, atronaba la casa con los graves más brutales que jamás se escucharon en España. Hablaban, después de comer, frente a la severidad de la mirada de un cuadro muy especial: el Portrait No.2-90 de Saura que Antonio José pudo adquirir en una subasta, hacía unos años, para celebrar el convenio que sus representantes habían conseguido firmar con Aena y el gobierno.
– Pretender que perdamos poder adquisitivo es, sencillamente, una quimera. Y que incrementemos la jornada laboral. Van listos. Con el estrés que tenemos, la responsabilidad de nuestro trabajo y la tensión a que nos tienen sometidos.
Borja callaba. Era lo mejor. Cuando a su padre le salía la vena sindicalista, era lo único que se podía hacer. Una vez le comentó lo extraño que se le hacía verle hablando como si fuera un minero o un obrero de la construcción vestido de Armani, y estuvo un mes sin dirigirle la palabra. Y sin darle un euro, que era peor.
Esa noche llegaba Angelique, su novia belga, y Borja quería tener la fiesta en paz. Venía para compartir el Puente de la Constitución, que no se habían visto desde el verano. Y la separación le dolía como si le hubieran amputado una pierna. Que ya se sabe, a la edad de los Erasmus, lo mal que se llevan los alejamientos forzosos.
– Bueno, no estés inquieto. Ya verás como el decreto aprobado por el gobierno es recurrido y no termina por entrar en vigor.
– No pensarás que vamos a entrar en el juego del gobierno ¿verdad?
– ¿Qué quieres decir?
– Dentro de un rato lo vas a saber. Pero te aconsejo que llames a Angelique y le digas que no se moleste en ir al aeropuerto.
– ¿Cómo?
– Borja, hijo, no puedo decirte más. Pero es mejor que lo sepas: Angelique no va a pasar este Puente con nosotros.
Efectivamente. Angelique no pasó el Puente en Madrid. Pero eso no significó que Borja y ella no disfrutaran de aquellos días juntos. Porque el polluelo, tras confirmar que su padre y sus compañeros iban a secundar una huelga ilegal que cerraría el espacio aéreo español por un tiempo indeterminado, preparó el petate, arrambló con todo el dinero que encontró en la casa paterna, cogió las llaves del coche de Antonio José y salió rumbo a Brujas, a dónde llegaría, extenuado, un par de días después, tras verse obligado a atravesar por carretera media Europa, helada y arrasada por un gélido frente frío.
Meses después, Antonio José mandó una carta a su hijo, a una dirección de Brujas en la que le dijeron que recibía correo postal. Entre otras cosas decía lo siguiente:
“Como sabes, nuestra huelga consiguió terminar de socavar a un gobierno que ya estaba tocado del ala. La convocatoria anticipada de elecciones trajo el triunfo del partido de la oposición, con el que nos fue más fácil negociar. Entre otras cláusulas, conseguimos que nuestros familiares tuvieran derecho al uso de la tarjeta que te acompaño, para viajar gratis e indefinidamente en cualquier compañía aérea. Espero que la aceptes como signo de paz y la uses para venir a casa, que podamos hablar y arreglar las rencillas pendientes.”
Por toda contestación, Borja le envió un folio manuscrito en el que, bajo una reproducción del cuadro de Saura, había añadido lo siguiente:
“Querido Padre. ¿Te acuerdas que siempre dijiste que lo que más atraía de este cuadro era el misterio de su mirada, el enigma sobre lo que querrían decir sus ojos?
Creo que, a lo largo de estos meses, he conseguido averiguarlo.
En dos palabras: “Eres gilipollas”.
E incluyó la tarjeta de vuelos indefinidos, decorada con un artístico graffiti:
Jesús Vendetta Lens