Es decir, sabemos que es el Pensador de Rodin. Pero parece que alguien le esté metiendo presión, ¿verdad? Si tuvierais que ponerle un rostro a esa figura, ¿el de quién sería? ¿A quién os gustaría darle una colleja para que saliera de su ensimismamiento pensante y se pusiera manos a la obra?
Jesús Lens.
PD.- Las imágenes de estos días me las está mandando mi Cuate Pepe. No sé de dónde las sacará, pero son unos auténticos fotones.
Leo una entrevista en «Redes» entre Eduard Punset y Philip G. Zimbardo y me parece brutalmente interesante lo que, bien pensado, no son más que obviedades, pero que así trenzadas tienen todo el sentido del mundo.
Y más aún.
Se puede pensar en el pasado de dos maneras: pensar en todas las cosas malas (los abusos, los rechazos…) o pensar solamente en las cosas buenas.
Se puede vivir en el presente disfrutando del momento (y ser feliz), pero si lo haces en exceso te puedes volver adicto a todo.
Si eres pobre puedes convertirte en un fatalista del presente: “nada de lo que haga va a cambiar las cosas”. Entonces no planearás nada, porque tener planes o no tenerlo no cambia nada…
Esas zonas temporales distintas tienen una gran influencia sobre nosotros: sobre la gente con la que nos asociamos, el tipo de trabajo que buscamos, las probabilidades de meternos el líos y cometer delitos…
Y conecta con el Mal porque, si solamente te centras en el presente, nunca piensas en lo que puede pasar si engañas, hurtas, robas o practicas sexo no seguro… ¡por que nunca piensas en el futuro!
El mal consiste en personas que quedan atrapadas en el presente y nunca piensan en el futuro.
Nunca piensan, si violan a una mujer porque quieren sexo, qué es lo que pasará con esta mujer durante el resto de su vida. Nunca piensan en la mujer en el tiempo, solamente en su propio placer aquí y ahora.
Me planteo entonces cómo podemos empezar a entrenar a las personas para que tengan una perspectiva temporal equilibrada. Que no se centre excesivamente en el futuro, porque entonces te vuelves adicto al trabajo…
Regreso cansado, pero contento, del acto de entrega de la III Edición del Premio CajaGRANADA de Novela Histórica, ganado por un escritor tan colosal como Alfonso Mateo-Sagasta que, además, es uno de los buenos amigos de nuestra querida Semana Negra. ¡Estamos doblemente de enhorabuena, el premiado y el premio, que se prestigia con una de las firmas más potentes de la novela histórica escrita en castellano.
Permitidme que reproduzca parte de la información que hemos preparado, sobre el autor y la novela, desde la Dirección de Comunicación de CajaGRANADA:
Alfonso Mateo-Sagasta, con la obra «Caminarás con el sol», ganador del III Premio CajaGRANADA de Novela Histórica
La obra aborda la colonización española en América desde la inusual perspectiva de un soldado español que, tras ser esclavizado por los mayas, aprendió a respetar a sus captores, se integró en esa cultura ancestral y la defendió frente al invasor blanco
Alfonso Mateo-Sagasta aborda con objetividad y maestría uno de los episodios más oscuros y vibrantes de nuestra historia, tomando como eje a un personaje polémico que supo sobrevivir a la adversidad y unirse a la causa de un pueblo que luchó hasta la muerte por defender su forma de vida de quienes los consideraban unos simples seres sin alma.
«Caminarás con el sol» aborda la colonización española en América desde la inusual perspectiva de un controvertido personaje histórico: Gonzalo Guerrero, un soldado español que, tras ser esclavizado por los mayas, aprendió a respetar a sus captores, se integró en esa cultura ancestral y cruel como uno más y la defendió con uñas y dientes del invasor blanco.
En noviembre de 1536, el gobernador de Guatemala informó aliviado de la muerte de Gonzalo Guerrero, el español que llevaba años creando problemas a los conquistadores en las selvas del Yucatán. Pero ¿quién era ese personaje singular, que al frente de un ejército maya había cruzado el golfo de Honduras para luchar contra quienes habían sido sus compatriotas? Dos décadas antes, una carabela naufragó al sur de Jamaica y el mar empujó a los supervivientes hacia la costa de una tierra desconocida, donde fueron capturados y esclavizados por una partida de guerreros.
Ocho años más tarde, solo dos de aquellos hombres seguían con vida: Jerónimo de Aguilar, que, llegado el momento, no dudó en incorporarse al ejército de Hernán Cortés; y Gonzalo Guerrero, quien, pese a intuir su destino, decidió permanecer hasta el final aliado de aquellos que lo habían esclavizado. ¿Héroe o traidor? Tal vez fuera ambas cosas, o quizás solo un hombre capaz de mirar con otros ojos el convulso mundo que le rodeaba.
La columna de hoy, en IDEAL, defendiendo una tesis con la que no sé si estaréis de acuerdo…
Algunos conocidos le confesaban a la novelista Nerea Riesco no haber leído su monumental y extraordinaria novela “El elefante de marfil” porque tenía pinta de best seller. Y, si hablamos de cine, ¡que levante la mano quién no conozca a algún amigo que alguna vez haya criticado una película por ser “demasiado comercial”!
Es curioso y llamativo cómo los pueblos parecemos condenados a repetir una y otra vez nuestra historia, replicando tópicos y clichés, aunque adaptándolos a las nuevas circunstancias que nos rodean. Nunca se me olvida la vieja lección que nos enseñaron en el colegio sobre la prosperidad y pujanza de las comunidades luteranas y protestantes frente a la decadencia de las católicas: mientras unas se enorgullecían por hacer dinero y respetaban a los laboriosos comerciantes y artesanos que trabajan duramente para enriquecerse, las otras consideraban el trabajo un descrédito y una vergüenza, hasta el punto de que un buen hidalgo venido a menos prefería fenecer famélico antes que pegar un palo al agua.
De aquellos polvos, estos lodos: si vende, no es bueno; si tiene éxito, malo; si hace dinero, es un vendido. En nuestra cultura, el éxito sigue estando bajo sospecha y nos gusta reivindicar la imagen del autor maldito con millares de páginas guardadas en un cajón o la figura del cineasta imposible que filma una película cada diez años.
Le quitamos valor a todo lo que huele a industria, profesión, éxito y superventas. Por una parte, lo vinculamos al marketing. Por otra, a la inanidad intelectual de los consumidores. Así, los críticos habituales suelen poner muchas estrellas y decenas de adjetivos superlativos a indigestos productos que aburrirían al monje más zen de los Himalayas y tienden a mostrar un descomunal desprecio ante cualquier “producto industrial”, desprecio directamente proporcional al éxito y la popularidad del mismo.
Por desgracia, miles de creadores parecen tener que pedir perdón por querer vivir del fruto de su trabajo y pagar la hipoteca con sus palabras, el coche con sus fotogramas y el colegio de sus hijos con sus notas musicales. ¿Es malo aspirar a ser un best seller, a escalar posiciones en el top ten de ventas y a ganarse la vida con los royalties del trabajo artístico bien recibido, valorado y pagado por el público?
No deja de ser curioso que los términos usados para vincular cultura con éxito y dinero sigan siendo anglosajones, aunque ya estén aceptados por la RAE. ¡Y luego nos quejamos de la colonización cultural norteamericana! ¿Tendrá que ver con que sus artistas pueden ganarse dignamente la vida con el fruto de su trabajo y dedicarse, a tiempo completo, a crear, escribir, dibujar, filmar, pintar y componer, sin tener que pedir perdón por ello?
Nos quedaría hablar sobre quiénes son profetas en su tierra, culturalmente hablando y sobre los muchos más que, por desgracia, tienen que emigrar lejos de casa para encontrar reconocimiento, pero eso sería abrir otra caja de Pandora.