“Vivir no es importante. Navegar sí”. Con esta cita de Pompeyo, que he utilizado otras veces para hablar de mi afición a correr, quise empezar la reseña de la película “Ed Wood”, de Tim Burton, que proyectamos esta tarde en Aula-Cine CajaGRANADA (Martes. 20 horas, en nuestro Teatro, en VOS)
Como sabéis, para este semestre hemos preparado un ciclo de “Cine dentro del Cine”. Y esta joya, en un maravilloso y evocador blanco y negro, no podía faltar. Porque Wood representa la pasión desaforada y el amor sin límites por un arte para el que no estaba especialmente dotado, pero que lo vivía y sentía como si fuera el Miguel Ángel de las cámaras, el Leonardo del celuloide.
Si pincháis AQUÍ, podéis leer la reseña completa que he preparado para la película. Un auténtico clásico contemporáneo que debería ser de visión obligatoria… ¿hablamos de cine?
Extraño. Muy extraño, el libro que José Manuel Fajardo se ha sacado de la manga. O, quizá sería mejor decir que es muy peculiar, muy especial. Singular. En primer lugar porque el género en que podríamos encuadrarlo es absolutamente inclasificable. De hecho, creo que es la pieza de literatura más difícilmente encuadrable en algún marco preexistente que he leído en mucho tiempo.
Es extraño porque mezcla tiempos y espacios, mentales y geográficos, radicalmente alejados e independientes entre sí. Porque “Mi nombre es Jamaica” arranca en Israel para continuar en París y terminar en Granada, pasando por el Perú de la colonización española y la guerra contra los pueblos post incaicos.
Los personajes también son desaforados y extremos: dos profesores universitarios, especialistas en disciplinas hebreas y en las expulsiones de los judíos de diferentes lugares y en diferentes épocas que. Dos profesores que coinciden en un momento especialmente complicado de sus vidas. Al menos, en la vida de Santiago, que Dana parece más centrada.
Estando en Tel-Aviv, en mitad de un sesudo congreso, Santiago Boroní, inestable y emocionalmente tocado por la reciente muerte de su hijo, se acerca peligrosamente a la frontera con Palestina y allí sufre un colapso que, para él, es toda una revelación que le llevará a comportarse de una forma muy extraña.
Porque en el otoño de 2005, en Francia, en los arrabales de París, parece haberse desatado el infierno al producirse la rebelión de los parias de la tierra que queman coches, una noche y otra también, como si la vida les fuera en ello. Y allí se verán metidos Tiago y Dana, en mitad de una epopeya que, por momentos, bordea límites muy peligrosos.
Porque, además, la aventura de Tiago, transmutándose en Jamaica, está extrañamente conectada con la historia de otros judíos que, huyendo de la España oscura posterior a la expulsión, se refugiaron en América, protagonizando una extraordinaria historia de lucha y resistencia que se puede conocer a través del enlace www.historiadebagua.tk
“Mi nombre es Jamaica” es, por tanto, una narración total, hipnótica e inclasificable, repleta de erudición. Pero de una erudición que ni molesta ni estorba ya que no entorpece en absoluto la trama, sino que contribuye a darle alas y a hacerla especialmente interesante y atractiva.
En pocas palabras, ¿por qué recomendaría leer la última novela de José Manuel Fajardo? Porque estando a eso de las 3 de la mañana en el aeropuerto de Dakar, llevando casi veinticuatro horas despierto, no pude echarme a dormir hasta pasar la última de sus páginas y adivinar, por fin, por qué el nombre de Tiago era Jamaica.
Y, también, porque mientras la lees, te haces esa pregunta de la que hablábamos hace unas semanas: ¿y si ahora mismo empezara todo? O aquí, también.
Mensaje nuevo de GesCon-Chip: “Puesto 356. Atleta: Lens Espinosa de los Monteros, Jesús Carlos. 0:04:26 minutos el kilómetro. Su tiempo: 0:44:12”.
Lo que, para un recorrido de 10 kilómetros, no está mal. Y, desde luego, la charla relajada y el ambiente de la salida, no lo hacían presagiar, cuando Javi y yo bromeábamos con una joven atleta del Club CajaGRANADA, después de que se hubiera oído el disparo de la salida y fuéramos todos en plan compae, como de romería. (¡Ese Compae en la linde, ¡qué grande!)
Pero tras ese primer kilómetro de bromas y colocaciones, pachorrón total, nos lanzamos a tumba abierta por las calles del pueblo de Albolote, que el recorrido picaba hacia abajo. Después picaría hacia arriba. Nuevamente hacia abajo y, por fin, ¡hacia arriba otra vez!
Mis referencias, hoy, fueron ese grandioso tipo, bajito y con su sempiterno bigote, Don Andrés, mi profesor de mates en el Colegio de la Caja de Ahorros, inasequible al desaliento y cuyos poderosos gemelos demuestran que es un deportista nato, curtido y sufridor. Y Mario, que me adelantó hacia arriba, casi le volví a coger en la bajada, y me soltó nuevamente en la última subida. ¡Y la alta chica de impresionante espalda, colosales hombros y zancada esplendorosa que, con su felpa, me marcaba el paso cuando empezaba a flojear!
Y Javi, claro, que tras su explosión en la Media Maratón de Granada, se pasea por las carreras a un ritmo de 4:20, sin forzar. Lo de Javi & Txomin ya es otra cosa, claro. Ellos vuelan más que corren. Como Fernando, que este año no se libra de mí en Albacete. ¿Y Víctor? ¿Y Roberto? A quiénes me dio rabia no ver fue a José Antonio (pedazo de artículo hoy, en IDEAL), a Antonio y a Abel, que les llevé un algo que les quiero dar desde hace tipo y no pude.
Pero qué gusto, en pleno febrero, correr junto a cerca de mil personas, aún con tiempo frío y nublado. Qué gusto, sacarse la pereza y volver a competir, a sentir esas buenas vibraciones en las piernas, esos ahogos en las cuestas arribas, esas punzadas de flato que te dicen que sí, que lo estás dando todo. Incluso un poco más de lo que puedes.
Y, después, la meta. En el estadio. ¡Me pinchó la pierna y me fastidié lo que esta imagen define como el “Isquiotibial bíceps femoral”! Espero que no sea nada grave, pero no pasa nada. La vuelta a las carreras, el reencuentro con los amigos y la renovación del Espíritu Verde bien valen un pinchazo.
Recuerdo una canción del Club de los Poetas Violentos. O sea, recuerdo una de las frases que escupían a través de su hipnótico rap arrabalero: “¡Y una vez más volver!”
Ni sé la de veces que me he ido, para volver. Otra vez. Pero nunca nos vamos muy lejos, ¿verdad? Además, siempre volvemos (ya lo dijimos AQUÍ)… a la carrera. 😉
¡Nos seguimos viendo!
Jesús I’m back Lens
PD.- ¿Es una impresión u hoy había más mujeres que nunca en la carrera? De serlo, sería una extraordinaria noticia, desde luego.
Desde que la vi, sueño con ella. Con esa Nina rota, extremadamente delgada, desmadejada, ida, perseguida, angustiosa, atrapada, perfeccionista, delirante, acomplejada, reprimida y, finalmente, triunfante y gloriosa. ¿O no?
He pasado toda la noche viéndola en sueños. Y nunca pensé que soñar con ella, con Natalie Portman, podría ser un ejercicio cercano a lo pesadillesco. Natalie Portman, esa actriz a la que adoro desde que, siendo una niña, enamorara a León el Profesional y, de paso, a mí, como ya explicamos AQUÍ. Para siempre. Increíblemente… ¡soñar con Natalie produce monstruos!
“El cisne negro”, la última película de Darren Aronofsky, no creo que arrastre a las masas al cine. Y, sin embargo, el cine estaba lleno. Pero el boca-oreja debería acabar con ella. Yo, desde luego, no te recomiendo que vayas a verla. Porque “El cisne negro” es una joya, una obra maestra como la copa de un pino, una película hipnótica y abrasadora. Pero no es para cualquiera. No es fácil, ni agradable, tierna o divertida. De hecho, su nerviosa realización atosiga al espectador y su fotografía granulosa es radicalmente anti-preciosista, por mucha Portman y demás bailarinas que aparezcan en pantalla.
Así que, si eres una persona débil de mente o fácilmente impresionable, no vayas a ver “El cisne negro”. Te perderás un peliculón, pero te ahorrarás un montón de sueños turbios y siniestros. Y eso que hablamos de una historia de baile, tutús y ballet en la que los personajes ensayan “El lago de los cisnes”, un título cuya enunciación suena a algo bonito y entrañable… aunque diste mucho de serlo.
Es curioso que hace unos días hablara con unas amigas, durante el café, de esos padres que proyectan sus frustraciones y carencias en sus hijos, forzándoles a conseguir, por lo civil y hasta por lo criminal, lo que ellos no fueron capaces de lograr. Da lo mismo que hablemos de bailarines, deportistas o neurocirujanos: la extenuante autoexigencia inducida por unos padres tiranos puede conducir a una persona al más arrollador de los éxitos, pero la frontera con la insania autodestructiva es muy, demasiado liviana.
Y de todo ello trata “El cisne negro”, corta de metraje, para lo que se estila, pero intensa hasta el extremo. Desde el primer fotograma hasta el último. Opresiva desde que empieza hasta que termina. Seca, sin tregua, sin tiempos muertos. Sin secuencias de relleno. Sin concesiones.
No sé si vieron, en su momento, “El luchador”, la anterior perla de Aronofsky en una filmografía singular. Desde el punto de vista contrario, entronca a la perfección con “El cisne negro”. Personas que, en el ejercicio de su profesión, van más allá de lo humanamente soportable. Y comprensible.
Dos obras maestras que, desde luego, no seré yo el que te aconseje que veas…
Valoración: 10
Lo mejor: Natalie Portman, alcanzando registros y cotas interpretativas difícilmente superables.
Lo peor: que le costará volver a encontrar un papel a la altura de esa brutal Nina.