HISTORIAS DE ROMA

Aunque Javier Reverte reniega de ellas, lo que solemos hacer cuando pensamos en visitar un país desconocido o una ciudad diferente a la nuestra es comprar una guía de viajes a través de la que conocer los monumentos, los hoteles, los restaurantes…

A algunos les gustan las guías sólidas y compactas, cargadas de información cultural. Otros prefieren esas Guías Visuales que permiten hacerse una idea de la arquitectura o la pintura que se podrá ver más adelante, en vivo y en directo.

Ahora bien, ¿leerías una guía en que su autor hablara de la historia de los clubes de fútbol de la ciudad, de la casa en que vive, de sus amigos o de la biografía del presidente del gobierno del lugar? ¿Qué te parecería leer un libro sobre una ciudad como Roma en el que, cuando toca entrar en una Iglesia famosa, repleta de obras de arte de valor incalculable, el autor te deja fuera, fumando un pitillito y pensando en tipos como el comediante Alberto Sordi o el director Mario Monicelli, por ejemplo?

Seguramente no la comprarías. Al menos, yo no creo que picara. Salvo que dichas personalísimas, subjetivas y particulares “Historias de Roma” sean las que cuenta un tipo del que hace mucho tiempo, demasiado, que no hablamos: Enric González.

Me gusta tanto lo que escribe que, si un día publicara la lista de la compra de los últimos cinco años, yo la compraría.

Hay un célebre aforismo que reza “Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”. Enric es de los que mirará a la luna, por supuesto. Pero no lo contará. Sin embargo, también se fijará en el dedo. Y no por necedad, precisamente. Se fijará en el dedo porque el sabio, a buen seguro, llevará un anillo que tiene una historia interesante. O, quizá, porque el dedo sea inusualmente largo. O corto. O algo.

Y es que lo importante de Enric es su mirada. Una mirada inusual, sorprendente y distinta a todas. Y su enciclopédico saber. Un saber que pone el acento en esas cosas tan poco importantes de la vida (el cine, el fútbol, un café, una herencia corrupta…) pero qué tan importantes son en nuestra vida. En la vida cotidiana. Que, a nada que lo pensemos, es la más importante de todas.

“Historias de Roma” es un libro para leer antes de ir a Roma, para llevar fotocopiado y poder churretear sus páginas mientras caminas por Roma y para repasar a la vuelta de Roma. Un libro, por tanto, de múltiples lecturas. De lecturas sucesivas y acumulativas. Porque, además, es grato, luminoso, alegre y divertido. Se lee en un pis pás. En un chispo. En un rato. En lo que tarda el avión en despegar, volar y aterrizar.

Hay libros que valen mucho más de lo que cuestan. Éste lo es. Y los hay que, además, en apenas un puñado de páginas atesoran más información (in)útil que centenares de sesudas páginas repletas de datos, fechas y hechos supuestamente trascendentales para el devenir de la historia. Pero que, sin embargo, palidecen ante el aroma de una buena taza de café o frente a la visita al Panteón, en una mañana de invierno, en mitad de la nieve.

Amigos, si os gusta la buena vida, esa buena vida hecha de ratos y momentos tan poco trascendentes para la humanidad, pero tan grandes para cada uno de los hombres que los disfrutan, no dejéis de leer “Historias de Roma”.

Una amiga que se lo llevó recientemente a la capital italiana, creo que puede dar fe de ello…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PÚBLICO / PRIVADO

A estas alturas, ya os habréis enterado del affaire Vigalondo.

El director de cine, justo cuando protagonizaba una campaña de publicidad para El País, llega a los 50.000 Followers en Twitter y, para celebrarlo, no sólo bromea con el Holocausto, diciendo que fue un montaje, sino que se dedica a retwittear y difundir todos los chistes de judíos que sus seguidores le mandan a su cuenta de Microblogging.

AQUÍ tenéis la historia completa.

El caso es que El País cancela la campaña de publicidad que había emprendido con Vigalondo y éste cierra su Blog, mantenido en la Comunidad del Diario Independiente de la Mañana, pidiendo perdón y diciendo que él sólo andaba buscando hasta dónde llegan los límites del humor.

Hoy, en El País, leemos lo siguiente: “Con Internet, las fronteras entre privado y público se difuminan, como también se borran los límites entre profesional y personal. Todo se mezcla, todo cuenta. Nunca había sido tan fácil comunicar, pero no hay que olvidar que el mensaje, una vez lanzado, vuela libre y crece y se transforma, sin que el emisor pueda ya controlarlo.”

¿Qué pensáis? ¿Cómo lo veis? ¿Estáis de acuerdo? ¿Hay límites entre lo personal y lo profesional? ¿Yo soy yo y mi Twitter, mi Facebook y mi Blog? ¿Yo soy yo y la(s) empresa(s) que me pagan? ¿Quién dice qué cosas, la persona o el profesional? ¿Pensáis que todo lo que leéis en Twitter, Blogs o Facebook es verdad y hay que darle credibilidad?

Interesantes cuestiones, para rematar esta intensa semana…

Jesús Lens.

DESPEDIDA SIN CIERRE

Habrá habido otras columnas emocionantes en IDEAL. Ahora mismo no se me ocurre otra más que ésta. Solo una palabra: GRACIAS. Seguida de otra más: SEGUIMOS.

Ayer volví a casa en el AVE. ¡Espectacular, la vista de la Sierra desde el mirador de la estación de Moneo! Pocas ocasiones como ésta de ver la cara oriental de Sierra Nevada, desde la ciudad de Granada.

Esperando al AVE. Confianza y paciencia

Cogí el metro y, en lo que tardaba en hojear el periódico, llegué al Zaidín. Pensé en seguir directamente para Carchuna, que con la autovía es apenas media hora, pero me fui a ver a un amigo ingresado en el hospital del Campus de la Salud. Lo que no sé es si asomarme mañana al IKEA o esperar al lunes, que habrá menos gente.

Me gustaría, cuando vuelva a escribir esta columna de Puerta Real, en IDEAL, poder reseñar todas o, al menos, algunas de estas cosas. Dentro de un tiempo. Porque, después de siete años escribiendo semanalmente una columna de opinión, todos los viernes, ha llegado el momento de tomarnos un respiro.

Es un ejercicio ilustrativo, echar la mirada atrás y leer algunas de las cientos de columnas publicadas a lo largo de estos años. Temas diferentes, temas sorprendentes, temas inverosímiles, a veces. También los ha habido previsibles. Y hasta obligatorios. Pero lo peor son los recurrentes. Los sospechosos habituales, como me gusta llamarles. Esos temas que, por ser siempre de actualidad, ya cansan y aburren. Hasta el hastío. Pero que no se pueden dar de lado. Porque siguen siendo importantes.

¿Cómo serán las cosas, dentro de un tiempo, en esta nuestra Granada? Lo iremos viendo. Y comentando. Pero en otro formato. Es hora de hacer un alto en el camino. Un camino muchas veces excitante y siempre apasionante, el de escribir semanalmente esta columna. Un camino que te obliga a mirar a tu alrededor, a ver lo que pasa, a reflexionar sobre ello y a opinar. A mojarse. Con todo lo que ello implica.

Desde esta parcela del periódico he procurado, siempre, decir lo que pienso, pero sin herir o atacar a nadie. Sin dar palos o bofetones, como se suele decir. Si alguna vez alguien se sintió personalmente agraviado por algo que escribí, mis más sinceras disculpas. En mi descargo sólo puedo decir que fue sin mala intención.

Lo que sí espero es haber contribuido a generar reflexión, debate y discusión a lo largo de estos años. Y, lo más importante, espero que no se hayan aburrido ustedes leyendo estas columnas. ¡Ese sí que hubiera sido un pecado capital!

El aburrimiento, ni verlo quiero

Muchas gracias por su fidelidad. Por las veces que, al vernos, han tenido una palabra amable y divertida, recordando alguna de las cosas que hemos escrito. Por los cariñosos tirones de oreja, cuando no hemos estado de acuerdo en algo. Por los intercambios de pareceres y opiniones, a cuenta de los distintos temas sobre los que hemos escrito. Porque de eso se trata: agitar las neuronas, provocar conversaciones, generar opinión.

¡Nos seguimos viendo! Y leyendo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.