Al volver a casa, empachado de palomitas, fajitas, cerveza y burritos enrollaos, que todo hay que decirlo, tuiteé lo siguiente: “Rara, rara, rara, «En el centro de la tormenta».
A mi querido coautor, y sin embargo amigo, Frankie Abandonad-toda-esperanza Ortiz, le faltó tiempo para preguntar por el porqué.
– Por el ritmo. O la falta de – le contesté, en un prodigio de síntesis verbal impropio de mí.
Conste que dije “rara”. No mala. O aburrida. Que no me lo pareció. Pero rara, sí. Y, sin embargo, no hay que considerar que lo raro sea malo, ¿verdad? Ni muchísimo menos.
Lo primero que debo destacar de la última película de Bertrand Tavernier es que no sé si la versión proyectada en Granada (y en toda España, imagino) es el Director´s cut que cuenta con el beneplácito del director o es el montaje que le impusieron los productores y del que el cineasta francés renegó echando pestes.
Pero hablemos de lo que vimos. Y lo que vimos fue la cara, el rostro, de Tommy Lee Jones, uno de esos actores que empieza a ser un género en sí mismo y cuyos rasgos faciales deben de ser un reto para cualquier director de fotografía. A Tommy Lee Jones parece que le pesa el mundo. Que lo llevara, entero, sobre sus hombros. Con el peso de las desdichas, muertes y violencias que lo asolan.
Así, él solo se basta para darle todo el dramatismo posible a una historia de asesinatos y películas, arribismos y venganzas en la Louisiana post Katrina del siglo XXI. Una Louisiana fantasmal, densa, opresiva y ominosa, con esos pantanos que, en sus profundas aguas, encierran oscuros secretos desde tiempos inmemoriales.
El hecho de que en el pueblo en que acaece la acción se esté filmando una película sobre la Guerra de Secesión americana permite la aparición de fantasmas del pasado que, en otras circunstancias, resultarían risibles, cómicos y hasta patéticos. Pero el grandioso Robert Duvall (*), que parece haberse especializado en estos papeles de hombre barbado y misterioso, dota a su general sudista de una dignidad y una magnificencia que permite a Tavernier salir airoso de un delicado embate.
Estamos ante una película noir. Policíaca. De libro. Y, sin embargo, lo más interesante no es el quién lo hizo. Y, en este caso, ni tan siquiera el porqué. El porqué un tipo mata, veja y destroza a chicas jóvenes después de haber abusado de ellas es más o menos predecible: porque es un hijoputa asqueroso, enfermo y corrompido hasta el tuétano.
Lo más interesante de “En el centro de la tormenta”, por tanto, es la atmósfera. Una atmósfera malsana, sucia, gris y purulenta, perfecto reflejo de una sociedad putrefacta, en clara decadencia. Como el atocinado personaje interpretado por un extraordinariamente excesivo John Goodman, al que la sangre y los palos terminan sentándole tan, tan bien…
Me gustó la película. Tan poco norteamericana. Tan francesa. Tan lenta y pausada. Tan negra, tan violenta, tan seca… y tan poco thriller. Una película llamada a ser, obviamente, un total y rotundo fracaso. Una película algunas de cuyas imágenes, sin embargo, son poderosas, intensas y memorables.
Valoración: 7
Lo mejor: su atmósfera malsana, que se te mete dentro y, al salir del cine, pareces oler a cieno.
Lo peor: que no la verá ni el Gato.
Jesús Lens
(*) ¿Sabéis por qué no hay imágenes de Duvall? Porque no sale en la peli. Soy un flipado. Lo siento, Levon Helm…