Muy buen rato el que pasamos esta mañana, con los mayores del Zaidín, en el Centro Cívico de mi barrio, en compañía de Martín Favelis, al que ya conocéis sobradamente, Jorge Cabrerizo, granadino afincado en Málaga (¡ay! la fuga de talentos, aunque sea ahí al ladito) y Pachi, el caricaturista y viñetista del Diario Sur y de El Mundo, bajo la coordinación de Luisa y la ayuda de un buen puñado de colaboradores.
A Pachi y a mí nos tocó hablar del humor en los medios de comunicación y, por la respuesta de nuestro público, creo que conseguimos divertirles, entretenerles… y suscitar debate y controversia.
Hablamos del arte de las viñetas como parte de la sección de Opinión de la prensa, de la censura, del ingenio, de la forma de trabajar, de dónde buscar ideas, de cómo darles forma, del humor en el cine, de lo políticamente correcto…
Por mi parte, sólo quiero hacer un alegato a favor del humor como una de las bellas artes. Desde que colaboro con Martín Favelis, respeto y reverencio el humor y a los humoristas, en todas sus vertientes, hasta el punto de que me estoy haciendo compulsivo consumidor de los programas de la HBO, formato Stand Up Comedy, o sea, un teatro abarrotado hasta los topes, un cómico en el escenario, un micro… y su lengua suelta, restallante y demoledora. Tal que ESTOS…
¿Que qué hacía yo en unas jornadas de humor? Pues, esencialmente, aprender. Y pasarlo bien. ¿Les parece poco? Y sí. También aporté mi granito de mala follá, como no podía ser de otra forma. ¿O qué pensaban?
Abrazos alegres, divertidos y bienhumorados.
Jesús Lens
PD.- Una de las preguntas que planteé al respetable: ¿Qué piensan que es más fácil de conseguir, hacer reír o hacer llorar a una persona?
Eres alta y delgada, como la morena salada de la copla. ¿O no eres tan alta y, en realidad, eres rubia?
Da igual.
El caso es que ibas caminando con gracia y desenvoltura por el Camino de la Fuente de la Bicha. Con mallas y camiseta de tirante. Creo. O con vaqueros y camiseta de algodón. O con falda floreada y camisa con volantes.
Es lo mismo.
Seguramente no te habrás dado cuenta y no te acordarás, pero cruzamos la mirada y, en ese momento… ¡me robaste!
Sí, chica, sí.
Me robaste.
Me robaste una fantástica idea para un cuento que había florecido en mi mente. De verdad. Te lo prometo. Era una de esas ideas geniales que surgen mientras haces deporte. Un chispazo de los que resulta uno de esos cuentitos que tanto nos gusta escribir.
No digo yo que sea una idea Nóbel ni que vaya a cambiar el curso de la historia de literatura. Pero era una buena idea. Y aquí estoy ahora, frente al teclado, sin idea sobre la que trabajar.
Por todo ello: ¡SE BUSCA!
Chica: si has estado caminando por el Camino de la Fuente de la Bicha y, al llegar a casa te has encontrado con una idea que no te pertenece y no sabes qué hacer con ella, por favor, ¡devuélvemela!
Se recompensará.
Mándamela por mail o, si prefieres, quedamos para tomar un café y me la devuelves en persona. Como quieras y más fácil y cómodo te resulte. Pero, por favor, ¡la necesito!
Hace unas semanas, mientras corría, casi me atropellan. O, mejor dicho, casi me hago atropellar. Porque fue culpa mía: crucé por delante de un autobús parado frente a un “Ceda el paso”, sin reparar en que la calzada tenía dos carriles de circulación en el mismo sentido y que, por tanto, podría haber algún otro vehículo circulando por detrás del bus sin que yo lo hubiera visto, como efectivamente ocurrió.
Tal y como ocurrieron las cosas, el que atropelló al coche fui yo, chocando violentamente contra la ventanilla del pasajero de delante, que se tuvo que llevar un susto de muerte. O sea, que tuve suerte y apenas salí magullado del encontronazo. Mientras seguía corriendo calle arriba, con el corazón desbocado, pensaba que me había librado por apenas unas décimas de segundo.
Desde entonces, sin embargo, tengo un sueño recurrente y, por las noches, me sobresalta la plástica y vívida sensación… de que me van a atropellar.
Esta misma noche, por ejemplo, me desperté empapado en sudor. No sólo había sentido el impacto del metal contra mi cuerpo, sino que, además, había escuchado crujir los huesos de las piernas y reventar el hígado y el bazo. La sacudida del cuello fue como un latigazo, antes de salir volando por los aires para aterrizar, desmadejado, sobre el asfalto recalentado por el sol. El olor del alquitrán derretido por el calor se me metía por la nariz mientras que sólo el lejano rumor de las sirenas conseguía enmascarar el persistente pitido que, como la carta de ajuste de la televisión de los ochenta, nos decía que ya todo se había acabado.
Me he despertado sudando, con la garganta seca. Todavía era noche cerrada, pero me apetecía beber agua fresca y decidí levantarme para ir al frigorífico. Aunque, como todas las noches, había dejado la silla junto a la cama, olvidé echarle el freno y, al intentar subirme en ella a pulso, terminé de bruces en el suelo. Y ahí sigo, tirado, esperando a que amanezca y alguien venga a echarme una mano.
Hoy publicamos este artículo en IDEAL. Me dicen que es pesimista. ¿Lo es? Y, de serlo, ¿basado en posibilidades reales o en catastrofismo exagerado? Pero la pregunta es, y tú, ¿cómo andas de swing?
Hemos perdido el swing. En esta vida puede haber cosas opinables y discutibles. Otras, son dogma. Y, que en los últimos dos o tres años hemos perdido el swing, creo que es algo con lo que todos tenemos que estar necesariamente de acuerdo. Podremos discutir por las razones, los culpables y las circunstancias, pero es innegable que se ha ido. Que ya no está. Que lo hemos perdido. El swing.
Como estilo musical, el swing apareció en los Estados Unidos justo cuando la crisis económica tornó los Felices Años Veinte en los Sombríos Años Treinta, aplicándose a las grandes formaciones clásicas de jazz que, sonando como un sólido e impenetrable muro, permitían las exquisitas improvisaciones de los solistas.
El swing es un concepto que también se aplica al golf: el movimiento a través del que el cuerpo genera el impulso necesario para golpear la bola. Un movimiento que requiere de la participación de 124 músculos, nada menos.
Haber perdido el swing es sinónimo, pues, de descoordinación, desconcierto y, en última instancia, de inutilidad y fracaso. Podremos seguir tocando música, podremos seguir golpeando pelotas, pero, sin swing, los resultados serán tan catastróficos como, de hecho, están siendo.
Leíamos estos días en la prensa que el perfil del desempleado granadino es el de una mujer de entre 24 y 35 años, con estudios medios o superiores y que lleva más de doce meses en el paro.
Que la sociedad en su conjunto haya perdido el swing es malo. Pero lo realmente grave y devastador es que empiece a haber toda una generación de españoles que jamás lo disfrutó y que, por las trazas que llevamos, tendrá muy difícil el poderlo hacer.
En los años 50, también en los Estados Unidos, surgió la llamada Beat Generation. En principio, el nombre vendría dado por la “beatitud” proveniente del espiritualismo oriental que tanto gustaba a los Keroauac, Ginsberg y compañía. Para otros, sin embargo, el término hacía referencia al acelerado ritmo que los beatniks imprimieron a su vida, moviéndose de un lugar a otro, viajando sin descanso… y trabajando sin desmayo, no en vano, la biblia del movimiento fue una novela fundacional titulada, sencillamente, “On the road”.
¿Qué podemos hacer para recuperar el swing? En primer lugar, sacarnos de encima el pesimismo. Lo decía Luis García Montero, recordando a Eduardo Galeano: las cosas están tan mal que no podemos permitirnos ser pesimistas. Es necesario sacudirnos la parálisis que nos atenaza y dejar de mirar hacia atrás: los tiempos pasados no volverán. Más pronto o más tarde, la crisis remitirá, pero lo que nos encontraremos no será lo de antes. Posiblemente, ni parecido.
Se han acabado los trabajos para toda la vida. Se han acabado los ingresos fijos, a primeros de mes. Se acabó el trabajar (solo) en base a un horario preestablecido. Conceptos como movilidad, geográfica y funcional, así como el de productividad, que hasta ahora eran etéreos términos usados en discursos vacíos de contenido y programas de Management a los que nadie hacía caso, van a ser de uso generalizado y aplicación corriente.
Para recuperar el swing, nos toca mover ficha. Sólo que la ficha, en esta partida, somos nosotros. Hay que empezar a pensar en hacer el equipaje. Y moverse. ¿Generación X? ¿Generación Y? No. Al final, para salir adelante, tendremos que ser una nueva Beat Generation. On the road… again.