Era nuestra última noche en la Madre Rusia. Habíamos cenado y, para rematar el viaje, antes de irnos a dormir, nos asomamos al bar del hotel, a brindar con unos vodkas.
Estaban tranquilamente instalados en la larga barra del bar. Una de esas barras que lo mismo se encuentran en Rusia que en España, Australia o Tanzania: los bares de los hoteles internacionales son todos iguales. Esa es su función: que el viajero halle un oasis de calma, un territorio cómodo y conocido aún en el lugar más remoto de la tierra.
No llegamos a saber sus nombres, pero allí estaban, bebiendo sendas pintas de cerveza.
Hablaban en inglés. Nos miraron. A Panchi, Álvaro, Pepe y a mí, que nos reíamos a mandíbula batiente por algún sucedido del viaje o, quizá, nos carcajeábamos al anticipar el intercambio de opiniones que íbamos a tener en Granada, al regresar, con un tipo que, siendo invisible, nos había acompañado durante aquellos días, amenizando las inevitables esperas que todo viaje conlleva.
Pero ésa es otra historia.
Volvamos a la barra del bar.
Ella se giró hacia nosotros y, blandiendo su pinta en alto, hizo el gesto de brindar. Su compañero la imitó.
Cogimos nuestros chupitos y, al unísono, gritamos:
– ¡Nadzarovia!
Nos preguntamos de dónde sería aquella señora de unos cincuenta años, bajita, con el pelo corto y rizado, canoso, de energético aspecto, vestida con vaqueros y una camiseta negra, decorada con el lema “Best Buddies”.
Yo sostuve que era de Arizona. Tenía un cierto aspecto latino… Álvaro pensaba, más bien, que sería británica.
Panchi, nuestra encargada de Relaciones Internacionales con los Nativos Angloparlantes, le preguntó. Y su respuesta, igualmente enérgica y orgullosa fue:
– Salt Lake City. Utah.
¡Ay que ver qué énfasis ponen los yanquis a la hora a proclamar su procedencia!
Y no. No era de origen latino. Era de origen turco.
– ¿Armenia? –le pregunté yo, recordando el inmemorial éxodo de dicho pueblo y su proverbial nomadismo.
– No. Turca.
Se giró y nos volvió la espalda, para seguir charlando con su compañero.
Pensé que se habría podido enfadar, al “cuestionar” su origen turco. Pero en cuanto Panchi volvió a preguntarle algo, la mujer siguió con su cháchara amable y nos volvió a mostrar su enorme sonrisa.
Y, sobre todo, se rió largamente cuando su compañero le susurró algo al oído, mientras nos señalaba.
– ¿Qué ha dicho, que tanta gracia le ha hecho a usted? –le preguntamos.
– Que en su pueblo, os insultarían por esa forma de beber los chupitos, a sorbos. Que hay que beberlos de un trago.
Todos estallamos en carcajadas; el muchacho, el primero. Volvimos a gritar “¡Nadzarovia!” y apuramos nuestros vasos. Él, por su parte, se bebió de un trago la cerveza que quedaba en su pinta, sonriendo satisfecho al terminar, quitándose un resto de espuma del labio superior.
Pedimos más bebidas. Y seguimos charlando. De Turquía, de Rusia, de Salt Lake City, de los mormones que tienen hasta cuatro mujeres, lo que gustó especialmente al joven barman que nos atendía. Sostenía que sí. Que él podría con cuatro mujeres. Incluso con alguna más. Seguíamos riendo. Y hablando. De viajes, por ejemplo.
– Nosotros estamos haciendo turismo. Hemos visitado San Petersburgo y Moscú. Mañana por la mañana, muy temprano, volvemos a España.
– Pues nosotros venimos de Estados Unidos. Y pertenecemos a la asociación “Best Buddies”. ¿La conocéis?
– Para nada.
– Es una asociación creada por la familia Kennedy, extendida por todo el mundo. Se trata de fomentar la amistad entre personas con discapacidad intelectual y personas que no la tienen. Salir juntos, compartir una copa, ir al cine, jugar una partida de billar o, como en nuestro caso, viajar a conocer otros países y otras culturas.
Apuramos nuevamente nuestros vodkas, después de entrechocar los vasos, con nuestros vecinos de barra, quiénes se retiraron prudencialmente a sus habitaciones, tras desearnos feliz regreso y suerte en nuestra vida.
No supimos cómo se llamaban. Y, más que probablemente, nunca más nos volveremos a ver. Pero “Salt Lake City. Utah”, como les conocemos desde esa noche a esa pareja de Best Buddies, ya forman parte de ese acervo, de ese caudal viajero, íntimo, personal, necesario, imprescindible y maravilloso.
Porque como nunca me cansaré de decir, los viajes, más allá de los monumentos, los museos, los paisajes, las calles, los clubes… son las personas con las que te cruzas. Los viajes son esos encuentros. Esos descubrimientos. Esos rostros. Esas palabras. Esas sonrisas. Esas conversaciones.
Viajar a Rusia. Encontrar allí a Salt Lake City. Utah. Y el sur de Turquía. Y el cariño, el compromiso, el compañerismo de dos personas que son Best Buddies.
Viajar. Descubrir. Disfrutar.
Viajar. No tiene precio.
Jesús buddie Lens.