El río de la luz

Yo no sé si leer a Javier Reverte, cuando no puedes viajar, debería ser absolutamente recomendable o estar radicalmente prohibido.

Porque estás en tu casa, en tu sofá, varado en tu vida de siempre, y te asomas a las páginas de “El río de la luz. Un viaje por Alaska y Canadá” y sientes el frío de las montañas sacudiéndote la cara, el rumor del viento entre los árboles y el murmullo y la fuerza del agua del poderoso Yukón, fluyendo a tu alrededor.

Luego, claro, sacas los ojos del libro y te das cuenta de que no. De que realmente sigues en tu casa, en tu barrio, en tu ciudad. Que no tienen nada de malo, pero que no invitan a buscar oro entre las arenas del lecho del río, precisamente. Aunque, se rumorea, el Darro granadino todavía lleva oro… pero esa es otra historia.

Por eso, hace tiempo que tomé una determinación: para no agobiarme y maldecir la suerte de una vida pacífica, tranquila y sosegada como la nuestra, sólo leo a Reverte cuando estoy de viaje. Aunque sea un viaje cercano y sencillo. Pero leer a Javier cuando estás en movimiento, aunque sea en un sencillo On the road camino de Sevilla o en la furgona que nos trae y nos lleva a Madrid, mitiga los demoledores efectos de una prosa capaz de contagiarte la necesidad de los espacios abiertos y, sobre todo, la sed de aventura.

El viaje que hace Javier, a través de un río poderoso como el Yukón, es tan impactante como el que hizo por los grandes ríos africanos o por el Amazonas. Y no es cualquier cosa, navegar un río. El mismo autor lo dice al comienzo de la obra: “Un río es algo más que un gran caudal de agua. Yo creo en el alma singular de los grandes ríos. En cierto modo, nos hablan, y no siempre lo que nos dicen posee un significado benigno. Lo he sentido en todo momento cuando los he navegado.”

Además, navegar por el Yukón es uno de los viajes que, de niños, todos hemos querido hacer. Bueno, de niños, y de mayores. ¡Qué le pregunten a mi hermano! Al menos, todos los niños que tuvimos la suerte de leer a Jack London y las películas sobre los buscadores de oro, los tramperos y la Policía Montada del Canadá. Sin entrar a valorar el daño que el Disney Channel está haciendo entre la chiquillería del siglo XXI, adoro estos libros que hablan de viajes basados en otros libros, en otras películas, y que siguen las huellas de antiguos viajeros y aventureros que, a su vez, también estaban enfermos de literatura, mitos y fantasías provocadas por las leyendas y las quimeras.

En esta ocasión, Javier Reverte se embarca en un viaje que sigue las huellas del éxodo provocado por la fiebre del oro de Alaska, con Jack London como principal “excusa” para recorrer los salvajes, espectaculares, inmaculados y brutales paisajes del noroeste de los Estados Unidos y el Canadá.

No sé vosotros -y dejo lanzada la pregunta- pero yo, cuando he pensado en huir bien lejos y escapar de la monotonía de esta existencia, siempre tenía a Alaska como posible destino. Para unos, es Australia. Las antípodas. Para otros, una gran ciudad como Nueva York y Los Ángeles. Pero yo siempre quise escapar a Alaska. Sobre todo, tras disfrutar de las desventuras del Dr. Fleischman, aquel imposible y urbanita doctor, más perdido en Cicely que un marine yanqui en la campiña afgana.

Sobre la cantidad de citas memorables y libros que dan ganas de leer cuando lees “El río de la luz. Un viaje por Alaska y Canadá”, hablamos más adelante, que esta reseña ya va larga.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

El reposo de la guerrera

Hace unos días publicamos este cuento. Muy criticado. Hoy volvemos sobre “Volver”, con esta segunda parte…

El mejor momento del día era, sin lugar a dudas, cuando abría la puerta de casa y, sin que le diera tiempo a sacar las llaves de la cerradura, el vencedor de la carrera entre Andresito, Lorenzo y Payaso, el cocker de la familia, se le echaba en brazos.

Por eso se demoraba, cuando el ascensor la dejaba en el rellano del piso, en sacar las llaves del bolso, haciendo ruido, y tiempo, permitiendo a sus amores que se abalanzaran sobre ella y la masacraran con sus besos, abrazos y ternura.

Cuando conseguía desembarazarse de todos ellos y se quitaba el abrigo, que dejaba colgado junto al bolso, en el perchero de la entrada, María solía acercarse a la cocina donde Loren, su marido, preparaba religiosamente la cena.

A Loren le gustaba cocinar. Y beber una copa de vino mientras lo hacía. Cuando llegaba María, antes siquiera de que fuera al dormitorio a cambiarse, llenaba otra copa para ella y brindaban. Sin que hubiera motivo o razón para ello. Porque sí.

Aquella noche, sin embargo, fue distinta.

Sin pasar por la cocina, María entró directamente en el baño.

Esa tarde se había quedado insólitamente dormida en los brazos de Ramiro y, con las prisas, no le había dado tiempo a ducharse por lo que aún llevaba impregnado el aroma de él en lo más recóndito de su cuerpo.

Jesús Lens

Fabre: cacho carne, pedazo mármol

No era la primera ve que hablábamos de él. Hace unos días publicábamos la Piedad que sigue a este párrafo y, si pincháis el enlace anterior, veréis que un habitual lector de este Blog se molestó bastante con uno de los comentarios que se vertieron.

Pero, como decía antes, ya aquí habíamos hablado anteriormente de Fabre, un tipo que no deja indiferente y que, por ejemplo hoy, ha despertado las iras del irascible Juan Manuel de Prada, como podéis leer aquí.

¿Qué os parece la polémica?

Antes de hablar del mosqueo de De Prada, un inciso, que nos manda la inquieta e inquisitiva Irene, a través de la siguiente imagen, preguntándose en alta voz por el límite entre el plagio y el homenaje. Y reivindicando la ¿casualidad? y la retroalimentación permanente del mundo del arte.

Aunque sea un arte podrido, pútrido, como critica de Prada.

Ahora bien, considerando que el columnista de ABC y del XL Semanal debe tener miles de seguidores, ¿tiene sentido que, para poner a caer de un burro el cacho de mármol presentado por ese cacho de carne de Fabre en la Bienal de Venecia, le haga tanta, tantísima publicidad gratuita?

Daredevil y la Piedad

Seguro que muchos que no sabían de Fabre, ahora lo tienen presente en sus oraciones, aunque sea para desearle largos y perennes sufrimientos.

¿No contribuye de Prada, con su airado artículo, a darle más difusión, conocimiento y predicamento a, quién como él mismo le llama, no sería sino “un fantoche que trata de colarnos sus esputos infecciosos como si fueran verdadero arte”?

Y los Simpson, claro


In contradictio veritas.

Jesús fabreado Lens

La Rana Toro y la alegoría desconocida

Buenos días – tardes – noches.

Hoy me he despertado muy, pero que muy tarde. Me he ido a desayunar y me he encontrado con la imagen que tenéis a continuación.

Yo sé que es una alegoría. De algo. Pero ahora mismo se siento incapaz de verbalizarla. ¿Qué se os ocurre? Y es que la Rana Toro tiene perejiles. Veréis que la siguiente imagen también puede ser ciertamente alegórica…

Luego hablamos de otras cosas. Ahora, quedémonos con las alegorías.

Jesús alegórico Lens.