¿Quién es ese tipo y qué pensáis que hace ahí? Lo mismo da que os inventéis la historia o que rastreéis la cierta y verdadera.
¿Por qué hay hasta dibujos iconográficos del sujeto? Contad, contad…
Mi amiga Josefina es tremenda. Quiénes la conocemos, asumimos sus deliciosas rarezas con naturalidad: como es sueca, le achacamos sus monumentales despistes y mágica ausencias a su norteña y peculiar nacionalidad.
Se lo decimos, con todo cariño, como si fuera el lema de alguna de esas series que tanto nos gustan:
– “Es sueca. Es rara”.
Y ella ser ríe, claro.
Josefina tiene un hijo. Su nombre: Sami.
Siempre me gustó ese nombre. En parte porque cuando lo conocí, me vio y se partió de risa. ¡Era un cachondo! Como Sammy Davis Jr., uno de los compañeros de correrías de Sinatra, Martin & co.
El caso es que Josefina eligió el nombre de su hijo porque una vez, en un viaje, conoció a un Sami que se portó muy bien con ella y le echó una mano cuando más le hacía falta. Y porque sonaba bien. Y porque tenía que decidirse por un nombre, sobre la marcha y en un momento dado, sin tiempo para pensar, sin tiempo para meditar.
Hace unos días estaba leyendo cosas sobre Europa en la Wikipedia, por cuestiones de trabajo, cuando me encontré con la siguiente foto en la página principal de la entrada dedicada al Viejo Continente:
Me llamó la atención, pero como iba con prisa, no le presté atención ni me detuve a profundizar en eso de una familia sami…
Sin embargo, hace un par de días que me llegó al buzón de casa el último ejemplar de la revista Altaïr, dedicado en exclusiva a Noruega, uno de esos países nórdicos tan desconocidos como atractivos, famoso por sus auroras boreales.
Mientras subía en el ascensor, vi el listado de artículos y reportajes que traía la revista. Uno de ellos estaba dedicado a los Sami, uno de los pueblos nativos de Noruega, Suecia y Finlandia, de ascendencia lapona, que viven al norte del Círculo Polar Ártico.
Sin quitarme el traje, me senté en el sofá, a leer sobre uno de esos pueblos que, viviendo en condiciones hostiles y dificilísimas, han conseguido sobrevivir a lo largo de la historia. Un pueblo mágico, dotado de una cosmogonía propia, única y fascinante. Un pueblo nómada, libre y salvaje (en el mejor sentido de la expresión), que caza y pesca como ninguno y que se dedica a la cría del reno como actividades básicas para la supervivencia.
Los Sami son uno de esos pueblos indómitos que, cuando las autoridades nórdicas intentaron asimilarlos y quitarles su individualidad, se levantaron en armas para conservar sus raíces y peculiaridades.
Nobles, luchadores, nómadas, viajeros… ¡así son los Sami! Y estoy seguro de que así le gustaría a Josefina que fuera su pequeño Sami.
Quiénes la conocemos, estamos seguros de que lo conseguirá. Porque una persona tan especial como ella, siempre hace posible todo lo que se propone.
Querida Josefina, a continuación te dejo un corta y pega de la Wikipedia en que se cuenta una preciosa historia-leyenda sobre los Sami y una de sus celebraciones. Estoy seguro de que te va a gustar.
“Beiwe es la diosa de la fertilidad y del amor, la primavera, el Sol y la cordura venerada por los lapones. En el mito sami, viaja con su Beiwe-Neia a través del cielo en un recinto cubierto por huesos de reno, con lo que vuelven las plantas verdes en la tierra después del invierno, para que los renos puedan comer. También era llamada a restaurar la salud mental de los que se volvieron locos debido a la continua oscuridad del largo invierno.
Los adoradores de Beiwe sacrificaban renos blancos hembras, y con la carne, hacían hilos y palos, adornando la cama con cintas de anillos. También cubrían sus puertas con mantequilla para que Beiwe pudiera comer y así comenzar su viaje una vez más.
Esto se llama el Festival de Beiwe.
Está asociada a la fertilidad de plantas y animales, en particular, el reno.”
Con todo cariño, dedicado a una mujer clarividente e intuitiva como pocas, que conectó dos culturas aparentemente inconexas y distantes miles y miles de kilómetros con la elección de algo tan aparentemente banal como es un nombre…
Para que el viaje de tu vida siga siendo tan excitante como hasta ahora, querida Josefina, ahora, de la mano de tu pequeño Sami. Y apunta, apunta otro viaje pendiente.
Jesús casualista Lens
Hoy publicamos este artículo en IDEAL, que no sé qué os parecerá, dado que hoy estamos en clave mortuoria y, a la vez, piadosa…
Las Dos Españas han vuelto, si es que alguna vez se fueron. Por un lado está la España de currantes y trabajadores, más o menos en activo. Por otro, la España de parados, que ya suma la vergonzosa y escalofriante cifra de cinco millones de personas.
Y ambas Españas están volviendo a verse confrontadas, en las plazas de nuestro país, tomadas por miles de ciudadanos indignados que parecen haber dicho eso de “hasta aquí hemos llegado”. Todo lo Democracia Real y el 15-M mola mucho, sí, pero en las redes sociales y en los análisis de prensa. Porque a la gente normal, a aquellos seres racionales que se toman las tapas y raciones en los bares (Siniestro Total nos viene al pelo), los acampados les parecen unos vagos de tomo y lomo, unos jetas, unos perroflautas, pies negros, hippies trasnochados, tirados y pirados.
Es sintomático: los españoles con curro, esos millones de afortunados que sentimos el peso de la sanidad, la seguridad social y la educación del país sobre nuestros hombros, tendemos a pensar que, por no tener trabajo, los indignados son unos flojos y unos cuentistas. Sobre todo, por haberse concentrado para demandar, entre otras cosas, una ocupación digna. Que tendrían que trabajar más y concentrarse menos, en pocas palabras.
Da igual que las imágenes nos muestren a personas de todo tipo de origen, pelaje, indumentaria y aspecto físico: los acampados son unos okupas de la vía pública que se lo están montando de fábula para vivir en las mejores zonas de la ciudad, gratis total. Y encima, ¡organizados! Con sus letrinas, enfermerías, guarderías, etcétera. ¡Y sin pagar un euro por todos esos servicios!
Podríamos discutir sobre la naturaleza de los concentrados, entre los que hay de todo: pasotas fumetas irredentos y sospechosos habituales, claro, pero también hastiados profesionales sin ocupación y honrados padres, madres y abuelos de familia. ¡Ay, los abuelos! ¿Qué sería de esta sociedad sin el trabajo sordo y bienintencionado, de los abuelos? Pero me interesa mucho más la capacidad de organización y autogestión de estos campamentos. ¡Eso sí que da miedo y otorga esperanzas en una sociedad que ha privatizado y puesto precio a prácticamente cualquier resquicio, producto y actividad de la vida de sus ciudadanos!
Más allá de la Red en que nacieron, los movimientos libertarios del 15-M tomaron la calle, se hicieron fuertes en las plazas y no sólo fundieron en negro una campaña electoral lamentable, patética y mugrienta, poniendo en cuestión la actual partitocracia de este país, sino que además han demostrado que hay alternativas al individualismo mercantilista que nos ciega y nos arrastra.
A las acampadas les queda poco tiempo de vida. A estas horas, seguramente ya se habrán autodisuelto y todo volverá a la aparente normalidad de siempre. Pero el toque de atención ha calado. De repente, parece que sí hay un futuro por el que luchar.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
A mí, personalmente, me está pasando como a Faemino. Y me están dando unas ganas de … bueno, quiénes les conozcáis, a él y a Cansado, ya sabéis de qué.
Pero, ¿y a ti? ¿De qué te están dando ganas exactamente ahora mismo?
Jesús pegón Lens