Cuesta definir con palabras lo que siente caminando por el desierto, viendo montañas policrómicas por el efecto de los minerales, ver amanecer en un campo de géiseres o nadar a 4.500 metros de altitud, con diez volcanes de más de 6.000 metros como testigos mudos de días que pasan en el Desierto de Atacama, en lugares como el Valle de la Luna, el Valle de la Muerte o el Llano de la Paciencia.
Mañana o pasado me voy a Bolivia, a Uyuni, a disfrutar del salar más grande del mundo y a dar continuidad a un viaje que empezó el año pasado, en Perú, con el descubrimiento de la cultura Inca. O hace más, en Guatemala y México, con los mayas. Vaya usted a saber.
Pero estamos aquí y ahora y quería comentar sobre un volcán activo,que echa sus fumarolas desde su gran cráter. Y que se llama el Putana, justo como un río que recorre el valle. Putana. Vaya nombrecito. Recuerdo que pensé que me recordaba a esos macarrones que ponen en las pizzerías, a la putanesca, que tanta gracia nos hacía cuando éramos niños. Y menos niños. Siempre que hay un silencio en la pizzería, la referencia a la putanesca es muy socorrida.
Putana. Pregunto por el origen del nombre y me confirman que sí. Que aunque no me lo crea, sí tiene que ver con las putas. En concreto, con una, de nombre Ana. Lógicamente. Y es que la zona, antes, era zona minera. Y en los contornos había una Ana que, flexible de piernas y de moral ancha, hacía las delicias de los mineros.
¿No da gusto descubrir que un poderoso volcán en erupción, el río que da vida a la zona y, por extensión, a toda el área más rica de Atacama, lleva el nombre de la deliciosa y encantadora Ana, que tan felices hizo a tantos y, esperamos, tan feliz fue ella misma?
Jesús putanesco Lens