¡Lo que hay que oír!

Aunque íbamos a hablar de otra de las obras galardonadas en los Premios Jaén de literatura de CajaGRANADA, la actualidad manda y hoy publicamos este artículo en IDEAL. Menos mal que estáis todos de acueducto, que si no, caería la del pulpo 😉

Sábado. 11 de la mañana. Cafetería. Leyendo la prensa. Una pareja en la barra. Jóvenes cincuentones. Delgado él, pelo entrecano, fuerte… ella igualmente delgada, mechas rubias y sonriente. Hablan con la camarera aunque, en realidad, lo hacen para toda la parroquia.

¡Ay que ver, lo que les gusta a algunos adornarse y hacerse escuchar por todos los que les rodean, en un radio de veinticinco metros a la redonda! Éste, en concreto, abusaba de un acento-Miarma que ni en Triana.

– Er dié no puede sé, shiquiya. Que er dié huega el Barsa contra er Madrí.

Y la otra fecha que proponía la camarera, tampoco.

– Ese día, sea con mi muhé o con cualquié otra tía si ella no me quiere acompañá, ehtaré yo en Sanlúcar comprando loh langostino tigre que noh vamo a comé en Navidá.

Y la mujer sonreía, la pobre.

Hice por concentrarme en el periódico hasta que otra frase, repetida en forma de politono, me obligó a volver a conectar con el discurso del Miasma (con s), al que las mujeres trataban de ignorar:

– ¿No fue ayé er día de la mujé apeleá?

– ¿No fue ayé er día de la mujé apeleá?

– ¿NO FUE AYÉ ER DÍA DE LA MUJÉ APALEÁ?

La esposa del Miasma no lo pudo evitar y le afeó que hiciera chistes con el tema, pero él, ya crecido por haber recabado la atención de todo bicho viviente, aprovechó para explayarse diciendo que más de la mitad de los cincuenta y pico asesinos de mujeres de este año son inmigrantes. Y que ahora le tocaba a él pagarles su estancia en la cárcel.

La cosa era imparable y el Miasma aprovechó para proclamar que, si él gobernara, mandaba a la mitad de los inmigrantes de vuelta a su país y a la otra mitad, a la que tenía negocios, nómina y trabajo, la gravaría con el doble de impuestos que a los españoles ya que se aprovechaban de la generosidad de nuestro país y chupaban la sangre de sus ciudadanos. Ciudadanos como él.

Dicho lo cuál, el Miasma agarró a su mujer de un brazo y salió por la puerta, más tieso que el palo de una fregona, inflado como el bícecps de un culturista en pleno ejercicio. Yo estaba estupefacto, sobre todo porque, más allá de darse pisto y hacerse el gracioso, fijo que el Miasma pensaba así realmente y, si tuviera oportunidad, pondría en práctica sus teorías.

La paradoja final de esta historia es que el fulano en cuestión resulta ser un parado que lleva más de año y medio cobrando el subsidio y jactándose de no buscar trabajo, por no necesitarlo, mientras que la camarera y dueña del café es una argentina cuyas ojeras demuestran los desvelos, el esfuerzo y la dedicación que pone en sacar adelante su negocio, teniendo que escuchar discursos como el relatado.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.