¡Gente! Hoy, en los periódicos de Vocento, publicamos una estupenda doble página que abre así:
Jesús Lens, autor de “Café-Bar Cinema”, repasa los garitos que han hecho historia en la pantalla.
Y continúa de la siguiente manera, que espero os resulte atractiva. ¡Muy en el estilo del libro!
Sin “Rick’s Café Americano”, la historia del cine no sería la misma: en los años de la II Guerra Mundial, Casablanca era paso obligado para quiénes huían del nazismo y querían viajar a Lisboa como paso previo para alcanzar la libertad, en los Estados Unidos.
Y en Casablanca, todo el mundo iba a Rick’s.
El bar de Humphrey Bogart es, posiblemente, el más famoso de la historia del cine. Pero hay muchos otros bares, cafés y clubes igualmente memorables, en los que a los cinéfilos nos encantaría entrar a tomarnos una cerveza, un capuchino o uno de esos sofisticados gin tonics que tan de moda se han puesto de un tiempo a esta parte.
En mi lista de imprescindibles estaría, por ejemplo, La Teta Enroscada en la que recalan los protagonistas de “Abierto hasta el amanecer”. Reconozco que hay que ser un tipo duro, muy duro, para atreverse a franquear sus puertas, acercarse a la barra y pedir un tequila a ese barman de aspecto patibulario, con la cara picada de viruela, mientras el grupo “Tito y la Tarántula” actúan en salvaje directo y la preciosa, insinuante y provocativa Satánica Pandemonium se contonea lujuriosamente mientras acaricia una serpiente de proporciones descomunales. Eso sí, cuando cae la noche, ojito con hacerse el corte más insignificante y dejar que se derrame una sola gota de sangre sobre la mesa. Las consecuencias serían demoledoras.
Quentin Tarantino, uno de los artífices de la desopilante historia de vampiros que se desarrolla en La Teta Enroscada es uno de los directores que con más mimo, cariño y pasión han reflejado los bares en sus películas. Un buen ejemplo sería La Casa de las Hojas Azules en la que La Novia protagonista de “Kill Bill” se enfrenta en singular combate a los salvajes y violentísimos 88 Maníacos comandados por la pequeña y letal O-Ren. El rodaje de esta incendiaria secuencia llevó ocho semanas y el exquisito decorado se construyó en el Beijing Film Studio.
El diseño de producción de la película corrió a cargo del japonés Yohei Taneda, quién señala lo siguiente acerca de un club que Tarantino había dibujado previamente hasta en sus más mínimos aspectos: “Quentin quería que La Casa de las Hojas Azules fuese un lugar donde orquestar una sinfonía de acciones y es muy especial con cada detalle de la ambientación: el color azul del fondo, el brillo de la sangre roja, la forma en que el amarillo resalta sobre el blanco manto de la nieve.”
¡Y vaya si consiguieron el mejor decorado posible para esa sinfonía de acciones! Las imágenes del club de Tokio donde conviven la tradición del jardín zen y los suelos de madera orgánica con la actuación en directo del grupo punk femenino “5,6,7,8’s” transmiten fisicidad, emoción y realismo a raudales.
Aunque, para violencia, violencia de verdad, la que se respira en El farolito de Cuernavaca, México, donde terminará recalando el protagonista de “Bajo el volcán”. A lo largo de toda la película de John Huston, el cónsul interpretado por Albert Finney hace un descenso a los infiernos en el que la referida cantina, situada en lo alto de una cuesta, se asemeja al caldero en el que van a arder todos los pecadores del mundo, por los siglos de los siglos. Rodeado por alcohólicos irredentos, timadores, jugadores de ventaja, travestis y viejas prostitutas; el protagonista apurará sus últimas horas en, posiblemente, uno de los antros más infectos de la historia del cine, visualmente tratado por John Huston con su maestría habitual.
Para quitarnos el mal sabor de boca del tequila rancio vamos a entrar en un Diner, una de esas cafeterías tan típicamente americanas que, a través del cine, se han convertido en un icono referencial de la cultura popular estadounidense. Uno de los que más nos gusta es el Doble R de la serie “Twin Peaks” donde el entrañable agente Cooper degustaba, con pasión casi lujuriosa, la extraordinaria tarta de cerezas que tan famosa se llegó a hacer.
Nos encantaba aquella filosofía de Dale Cooper: todos los días, hacerse un regalo a uno mismo. Algo pequeño y no necesariamente material: un paseo por un sitio que nos guste, media hora de sueño imprevisto, un libro o… una porción de pastel de arándanos como el que Jude Law reservaba, todas las noches, a Norah Jones en la emocionantísima, tierna y delicada “My blueberry nights”, un canto de amor a la América de las largas carreteras y los espacios abiertos, los moteles, las áreas de servicio, los coches descapotables, el viaje como vía para el aprendizaje y el conocimiento y, sobre todo, los bares y los cafés como lugar de encuentro y confraternización entre las personas.
¿Y para tomar una buena cerveza? Vamos a elegir dos locales, muy diferentes entre sí. El primero, un típico pub londinense a la vieja usanza, con larga barra presidida por tantos grifos de cerveza como marcas podamos recordar y repleta de jarras, pintas y medias pintas. Un pub como, por ejemplo, The ten bells.
¿Por qué, de los miles de pubs que hay en Gran Bretaña, sugerimos entrar en éste? Porque aquí era donde se reunían las prostitutas brutal y ritualmente sacrificadas por el mítico Jack el Destripador, el asesino en serie más famoso de la historia de la humanidad y cuya historia ha sido contada en películas como “Asesinato por decreto” o más recientemente “From hell”.
Pero si queremos tomar otro tipo de cerveza, esta vez en botella y en un ambiente en absoluto oscuro o tétrico, si nos apetecen unas cervezas alegres, festivas, desenfadadas y en un ambiente cordial, fraternal y divertido, lo mejor es dejarse caer por Donovan´s, “La taberna del irlandés” radicada en aquellos Mares del Sur en los que John Ford, John Wayne y Lee Marvin disfrutaron de unas merecidas vacaciones que terminaron por resultar de lo más creativo y estimulante. Es posible que nos caiga una tormenta tropical por la noche o que tengamos que zurrarnos en una de esas multitudinarias peleas a las que nos tiene acostumbrado el cine, pero bien sabemos que son peleas inofensivas y que, después de ser noqueados, acabaremos brindando cordialmente con nuestro adversario de turno.
Eso sí, si queremos emociones más fuertes, podemos darnos una vuelta por el Bada Bing, un local que abre sus puertas todas las noches en la Nueva Jersey de “Los Soprano” y cuyas bailarinas de strip tease son, en realidad, profesionales de locales auténticos, como el Wiggles en que se inspira el cuartel general de una de las bandas criminales más reconocidas de la televisión.
Una serie, Los Soprano, que convierte a los temibles mafiosos de Nueva York en vecinos normales y corrientes de un barrio residencial cualquiera, cuyo centro de operaciones es ese Bada Bing que, efectivamente, transmite la necesaria sensación de cutrerío, caspa y mediocridad que la serie refleja. Porque, ¿podríamos siquiera imaginar a Vito Corleone lavando el dinero sucio de sus negocios a través de una empresa de recogida de basuras?
La vida real
Como hemos anticipado en el caso de “Los Soprano”, el cine y la televisión son una representación de la vida y en muchos casos, buscando el mayor realismo y veracidad para la historia que quieren contar, los directores han filmado determinadas secuencias en bares, cafés y clubes de verdad, de los que abren sus puertas a los clientes de carne y hueso, convencidos de que ni el mejor decorado o el más exigente diseño de producción podrían estar a la altura.
Así, el Café de los Dos Molinos, sito en el número 15 de la calle Lepic, en el barrio parisino de Montmartre y popularmente conocido como el Café de Amelie, se ha convertido en todo un icono turístico más de la capital francesa por donde desfilan legiones de seguidores de la película que pueden degustar creme brulée y un sabroso café aromático en una típica brasserie francesa, aunque será difícil que se puedan encontrar con los personajes tan entrañables, locos y singulares de la película.
A buen seguro que cuando Federico Fellini decidió centrar el rodaje de “La dolce vita” en la Via Venetto romana ni siquiera pudo imaginar que, cincuenta años después de la filmación de la película, uno de sus iconos, el celebérrimo Café de París en que el protagonista conseguía ligar con Anita Ekberg, iba a saltar a los noticiarios de todo el mundo… por haber sido comprado por la mafia calabresa y usado como lavadero de dinero negro, hasta el punto de que sus camareros solo aceptaban el pago de las cuentas en efectivo.
Trágica historia la de un café que ya fue bombardeado con granadas en un ataque terrorista de Abu Nidal, años atrás, al estar situado muy cerca de la embajada de los Estados Unidos y que el pasado mes de julio fue precintado y cerrado por la policía italiana en una operación contra la tristemente famosa ‘Ndrangheta.
Pero si hay un bar por el que tengo predilección, como buen mitómano, es el Kate Mantilini Restaurant, radicado en el famoso Beverly Hills de Los Ángeles. Y es que en este bar se filmó la famosa secuencia de “Heat” en que, por primera vez en su carrera, Robert de Niro y Al Pacino se encontraban, frente a frente, en una película.
Interpretando respectivamente a un atracador y al policía que tiene que detenerlo, los dos personajes hacían un alto en el camino, se sentaban a tomar un café y aprovechaban para filosofar sobre lo divino y lo humano, dándose la paradoja de que, como el montaje final de la secuencia quedó en formato plano / contraplano, nunca se veía en pantalla, juntos, a los actores. De esa forma, corrió el rumor de que la relación entre ambos era muy mala y que, en realidad, no filmaron una sola toma juntos.
Ni siquiera la publicación de algunas fotos del rodaje, con los actores y Michael Mann sentados en la misma mesa de Mantilini, acabó con la maledicencia. Pero el hecho es que los clientes que quieran reservar la mesa en cuestión, tendrán que pagar un pequeño suplemento. ¡Nadie dijo que la mitomanía fuera gratis!