Despedimos el año, en IDEAL, con este artículo que quizá sorprenda a más de uno. Pero que a mí me ha salido del alma…
De todos los lugares comunes en que solemos incurrir, uno de los más tópicos y habituales es el de malmeter y reírnos, ironizar y bromear con la figura del funcionario hasta el punto de que escuchamos la palabra y un torrente de adjetivos (des)calificativos se nos viene a la cabeza, de forma automática.
Estas semanas, por distintos motivos, me ha tocado lidiar con varios funcionarios de administraciones distintas. Empecé por el hospital. Me convocaron a una operación de cirugía menor que resultó ciertamente engorrosa, pero el cariño, el buen humor y el calor humano con que me atendieron tanto la médica como todas las enfermeras me resultaron, además de reconfortantes, de lo más enternecedor. No voy a llegar al extremo de decir que me gustaría volver a pasar por ello, pero más allá de molestias, puntos y cicatrices, el recuerdo que me queda de esa tarde es el de un equipo humano que responde a un ideal que yo pensaba inalcanzable.
También he estado liado con la policía, por temas de inmigración y cartas de invitación. Flipaba cuando recibí una llamada a través de la que me informaban de todo lo informable y, con simpatía y amabilidad, me indicaron todo lo que tenía que hacer y la mejor manera de hacerlo. Y flipaba más aún cuando, casi sobre la marcha, me volvieron a llamar para comunicarme la resolución favorable del expediente.
¡Hasta con la hacienda local, me las he visto! Y lo mismo. Atención exquisita, pulcritud administrativa, facilidades de todo tipo…
Ahora, a buen seguro, el lector se estará acordando de aquel funcionario que le extravió un papel o de ese otro que no le dijo las cosas como debería habérselas dicho. Es cierto, haberlos, haylos. Pero, ¿y las innumerables veces que todo sale como es debido, más o menos?
Cada vez atiendo más a la etimología de las palabras y, con ejemplos como los antedichos, recuerdo que el término funcionario viene de funcionar. Son los trabajadores que, con su trabajo, permiten que un país, una comunidad y una ciudad seguir avanzando, crecer y proporcionarnos calidad de vida.
Como la envidia es muy mala, cuando se anunciaron los recortes a los funcionarios, la bajada de sueldo y el empeoramiento de sus condiciones laborales, hubo quién se alegró. Ahora que empezamos a sentir en nuestras carnes los efectos de la crisis, aplicados a la función pública, quizá veamos las cosas de otra manera: menos quirófanos, más colas para cualquier trámite y, posiblemente, más errores administrativos.
Lo que está por venir no lo sabemos, aunque nos lo tememos. Pero, aunque sea a trancas y barrancas, nuestro mundo seguirá funcionando. Y lo hará, en buena parte, gracias a esos cientos de miles de trabajadores que, con la mejor de las voluntades y una sonrisa en el rostro, de forma tranquila, sorda y silenciosa; nos permiten parafrasear el título de una película maravillosa de Federico Fellini: Y la vida va.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros