El jueves, al terminar la jornada laboral, me comí un menú del día en la cafetería del Cubo, liviano, dado que iba a salir a correr a mitad de tarde. Mientras leía esos recortes de prensa que voy coleccionando, esos largos reportajes de doble página o esos artículos de opinión que exigen la concentración que habitualmente no encontramos; me tomaba un consomé y un bacalo.
Aproveché otra hora y media para sacar trabajo pendiente y salí a correr con Javi y Abel. El bacalao me daba vueltas en las tripas y, al final, me pasó factura; convirtiendo los dos últimos kilómetros en una agonía interminable, pero como siempre termina pasando, llegamos al final del recorrido con la satisfacción del deber cumplido.
Consulté los mails recibidos y la última hora de la prensa digital y, estando las cosas tranquilas, me fui al cine, a ver “Drive”, que le tenía muchas ganas y se me estaba escapando.
Después, me dio tiempo a cortarme el pelo, que tenía unas greñas impresentables. ¡Qué empeño el de la peluquera, con mi remolino! De domarlo, hizo cuestión personal. Al final del pelado, incluso, me quería poner una crema fijadora.
– No te molestes, de verdad. Son 41 años cargando con él. Si yo ya lo he dado por imposible, no vas a conseguirlo tú en un rato.
Y ella se reía, lógicamente.
Así las cosas, al salir de la pelu, aproveché para mirar unos discos y unos libros.
Y aquí es a donde quería yo llegar. Que ya te estarás preguntando por el sentido de esta especie de soso e intrascendente dietario.
El caso es que sé que compré un par de discos, un concierto en DVD y un libro. Pero ahora mismo no me acuerdo de cuáles fueron.
Están aquí mismos, en sus bolsas de plástico y papel, respectivamente.
Los toco y los palpo y reconozco sus inequívocas formas. Reales. Porque yo soy de los ¿cretinos? que aún compran literatura y música en formato físico. ¡Y que pagan por ello!
Ahora mismo puedes estar pensando que soy un consumista, que compro a tontas y a locas.
Quizá un poco sí. Pero solo un poco.
Puedo prometer y prometo que todo lo que compré me pareció bueno, apreciable y deseable. Solo que, con el día que había llevado y el sueño acumulado, no fijé su recuerdo en el córtex.
En realidad, si hago un pequeño esfuerzo, a nada que lo intente, seguro que recuerdo lo que compré.
Mi memoria es netamente visual así que, en cuanto hiciera por recordar el momento de sacar el libro del anaquel y hojearlo; o la conversación que tuve con la dependienta sobre un disco que no pudo conseguir, de “Weather report”, y que encontré en Amazon… o el flash que me dio, esperando a que dicha dependienta cobrara a otro cliente, que me hizo ir a los DVD… ¿¡Lo veis!? Ya me ha venido. El concierto en DVD es de Miles Davis, de cuando se pasó a la electrificación. Y el escándalo que supuso.
A ver. ¿Qué hago? ¿Abro o no abro los paquetes? ¿Sacio mi curiosidad o los dejo por aquí rondando, como la promesa de un regalo por venir, para cuándo esté tristoncillo o de bajón?
Item mas: ¿y si los guardo en algún cajón, entre la ropa de verano, y me olvido por completo de ellos a la espera de que me den una sorpresa cuando llegue el bien tiempo y sea momento de recupera las camisetas de “Negra y criminal”, de películas, de cervezas o de los sitios por los que he andado de viaje?
Jesús rarito, rarito Lens.