Si hubo una tendencia que causó furor en los tiempos de las vacas bulímicas, si un concepto hubiera sido Trending Topic en España, ese fue el “gratis total”.
Durante muchos años, el no pagar fue la norma.
Un doble no pagar: el pirateo descarado y las descargas ilegales, por una parte. Y el “que pague otro”, por otra.
De lo primero se ha hablado y escrito tanto que me da pereza volver al tema. Ahora quiero centrarme en esa segunda modalidad del gratis total, el “que pague otro”.
Primeras grandes culpables: las empresas y las instituciones. En todos los ámbitos y en todos los sectores. Al vivir en tiempos de abundancia, no parecía incongruente sangrar a ciertos clientes con precios excesivos por algunos bienes y servicios a la vez que se regalaban otros muchos, distintos o complementarios. El objetivo no era vender un periódico por un euro (y gratis en la Red), sino colocar al cliente un coleccionable o un portátil, por ejemplo. O ir al cine, que entre el parking, las palomitas y la entrada, se monta en 15 o 20 euros. Por no hablar del abuso de los CDs, DVDs, etc. Vivíamos en el paraíso de la abundancia y nadie se preocupaba por el mañana.
Y luego, nosotros, los consumidores. En los tiempos de abundancia, se podía ir más o menos gratis a cualquier evento. Todo el mundo conocía a alguien que conocía a alguien que tenía acceso a un carné, un abono, unas entradas, un pase… En realidad, había liquidez para pagar esas entradas, esos pases, esos libros, esas revistas. Pero, si no había necesidad… ¡qué tontería!
El caso del baloncesto, sin ir más lejos. Conozco a mucha gente que, cada vez que ha querido, ha visto partidos de ACB (la segunda mejor liga del mundo de baloncesto) gratis total. Quizá no al Real Madrid o al Barça (que se ven mejor en la tele) pero sí a cualquier otro partido. ¿Quién no conoce a alguien que iba por la patilla a todo tipo de eventos y festivales, deportivos, culturales o sociales?
Pero, de golpe y porrazo; sin tiempo para asumirlo o adaptarnos, llega la dieta impuesta y el adelgazamiento forzoso y, en menos que canta un gallo; no es que las vacas estén flacas. Es que están anoréxicas.
Y se produce un efecto de bola de nieve.
Primero, porque las empresas y las instituciones -antes tan aparentemente rumbosas y desprendidas- necesitan cobrar por todos los servicios que prestan. Hasta por el más nimio. ¡Es lógico! Estamos en crisis.
Pero, claro, los consumidores también lo estamos. Y no solo tenemos menos dinero para gastar, ¡es que nos hemos acostumbrado a no pagar! Y en esta vida no hay nada que joda más que tener que empezar a pagar por algo que antes era gratis. O pagar más por servicios menos eficientes, menos eficaces, menos glamorosos.
¡Qué tiempos en los que, tras la presentación de un libro, había copa de vino español y croquetillas, acompañando! ¡Qué melancolía, aquellas publicaciones de lujo que saludaban la contratación de cualquier servicio! ¡Qué tiempos, en los que los regalos eran delicioso peaje obligatorio en cualquier transacción!
Ahora que ir al cine es un lujo, sigue sin haber oferta para ver películas de forma legal, por la Red, a precio razonable. Ahora que las empresas y las instituciones no pueden invertir enormes cantidades de dinero en patrocinios de eventos deportivos, los equipos se vienen abajo, miserablemente abandonados por los fervorosos aficionados que, gratis total, henchían su pecho prometiendo a los jugadores que nunca caminarían solos.
Lo paradójico es que, aún así, todavía quedan lo que yo llamo “los ¿tienes?
Personas que preguntan aquello de ¿tienes entradas para…? O ¿me puedes conseguir un libro de…?
Gratis, claro.
¡Faltaría más!
Personas que siguen pensando en tiempos pretéritos, como si nada hubiera cambiado y todo siguiera igual.
Aunque suene a autoayuda de la más barata, si algo podemos defender de estos años grises y sombríos que nos ha tocado vivir es el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, las cosas, los productos y los servicios vuelvan a tener valor.
Hasta qué punto debemos aparejar “valor”, «precio» y “coste” nos daría para otro debate. Pero creo que ya es importante que hayamos vuelto a valorar cosas y experiencias tan sencillas como ir al cine, escuchar un disco, comerse una croqueta o leer un libro.
Que sí. Que son sencillas. ¡Pero que cuestan! Como costaban antes. Aunque no lo viéramos.
Precisamente ese fue el gran error, en su momento: permitir que dejaran de costar.
Paramos aquí.
Sobre costos, esfuerzos, voluntas y el valor del tiempo, seguimos reflexionando más adelante.
Jesús Lens
Veamos qué bloguéabamos, en 2008, 2009, 2010 y 2011.