¿Scorsese dirigiendo una película infantil? ¿Scorsese, de nombre Martin, director de “Malas calles”, “Taxi driver” o “Toro salvaje”, haciendo una película- espectáculo en 3D? ¿El salvaje Marty, italoamericano criado en los ambientes mafiosos más duros de Nueva York y autor de “Uno de los nuestros” o “Casino”, dirigiendo a niños en el París de los años 20?
Pues sí. Efectivamente. Y lo más llamativo es que… ¡me encanta!
“La invención de Hugo” atrapa al espectador desde el primer minuto, un sensacional plano-secuencia, marca de la casa, a través del que Scorsese vuelve a hacer alarde de su impresionante capacidad visual y que, en este caso, se ve enriquecida y elevada a la enésima potencia gracias al uso de un imprescindible 3D. (¿Os acordáis de estas discusiones sobre el 3D y la salvación del cine?)
Desde que James Cameron revolucionó el cine del nuevo siglo con su prodigiosa “Avatar”, solo Pixar ha sido capaz de sacar lo mejor de una tecnología que parecía haberse agotado por el oportunismo de mercaderes mediocres y directivos sin escrúpulos que utilizaban las tres dimensiones, exclusivamente, como añagaza para incrementar el precio de las entradas. Este genial Pixar que tanto alabamos.
Hoy, y sin haber visto el “Tintín” de Spielberg & Jackson, estamos de enhorabuena. Porque Scorsese ha demostrado que no, que el 3D no estaba agotado y que, bien utilizado por maestros con talento y con criterio, es una de las mejores cosas que le han pasado al cine de los últimos años. Así, “La invención de Hugo” hace que conceptos como el de profundidad de campo adquieran un nuevo sentido y que, verla en 3D sea una gozada, un espectáculo para los sentidos que se disfruta de principio a fin.
Pero lo último de Scorsese no es solo forma. También hay fondo e historia en una película que es para todos los públicos, pero en absoluto infantil o sentimentaloide.
Una película, además, que es una declaración de amor al cine. Un rendido, sentido y emocionante homenaje a los pioneros de un arte que, en sus orígenes, no era sino una atracción de feria más. La cantidad de guiños cinéfilos que hace Scorsese en “La invención de Hugo” daría como para escribir un reportaje: de los hermanos Lumiere y el inevitable Melies a Harold Lloyd, Buster Keaton o Fritz Lang, pasando por el slapstick más loco y desatado.
Y una declaración de amor a la magia. Y a los escritores. Y a los inventores. Y a todas las personas que aún tienen capacidad de soñar, de imaginar historias y de crear. Porque el personaje de Cristopher Lee, por ejemplo, es grande. Muy grande.
Como dice uno de los personajes: el mundo es una gran maquinaria y todos somos piezas imprescindibles y necesarias para que funcione correctamente. Y si alguna de las piezas se rompe o tan solo se desajusta, es nuestra responsabilidad arreglarla y volver a ponerla en marcha.
Una película con muchas lecturas, para ver varias veces, de forma reposada y reflexiva.
Una película que, junto al incontestable triunfo de “The Artist”, abre un debate de lo más interesante: el futuro, ¿es el pasado? ¿Pasa el futuro del cine por volver a sus fuentes, a los orígenes y al espíritu de los pioneros? ¿Hay que mirar hacia atrás para avanzar hacia delante?
Posiblemente estemos en un momento histórico, crucial, en la historia del cine. Lo veremos en los próximos meses.
Jesús Lens