Aquí, las entradas anteriores de «Barras y Estrellas». La más antigua, abajo. Y subiendo.
Eso mismo le preguntó el inspector López. Que qué pasaba con Rosa. Y la respuesta era que con Rosa no pasaba nada. De nada. Porque había desaparecido.
– ¿Cómo que ha desaparecido?
– Desaparecido. Sí. Esfumado. Volatilizado.
– ¿Estás de coña?
– Ya me gustaría…
– Joder. ¿Y se lo has dicho al pasma aquél? Porque la cosa está clara, ¿no? La tía te camela, empieza por calentarte los cascos, sigue por los bajos y, cuando te tiene a punto de caramelo, te despluma como a un pardillo.
– No.
– ¿Cómo que no?
– Pues que no.
– ¿Sabrás tu…?
– No, hostias, serás tú el que sepas, Antonio. Que lo sabes todo sobre todo y sobre todos.
No era fácil que Fernando levantara la voz. Ni que reaccionara a las puyas de los parroquianos habituales del “Café-Bar Cinema”.
Estrellita trató de calmar los ánimos.
– Antonio, cierro el pico de una vez y deja que se explique el chaval.
Con un mohín de disgusto, Antonio hizo el gesto de cerrar una cremallera por encima de sus labios. Estrellita le agradeció el gesto sirviéndole una Alhambra Especial y animó a Fernando a que siguiera contando su historia.
– Digo que no fue para robarme para lo que me drogaron. No digo que no fuera Rosa, pero, desde luego, no para sacarme los cuartos.
Cuando Antonio se disponía a volver a meter baza, Nando le hizo mantener la boca cerrada con un enérgico gesto de su brazo.
– Y puedo jurar que no fue para robarme porque no me quedaba un céntimo en el bolsillo. De hecho, Rosa tuvo que pagar su tónica y mi botellín de agua. Y no. Antes de que lo preguntéis. No llevaba la tarjeta del cajero encima: me había dejado la cartera en casa.
– Y, si no era para robarte, ¿para que te drogaron? Porque violarte, tampoco te violaron. Salvo que haya algo que no nos hayas contado – dijo Luis, en tono muy serio.
– Pues no. Tampoco me dieron dado por el culo. Pero, mirad cómo tengo las manos.
Fernando mostró unas manos, habitualmente finas, delgadas y delicadas, mano de pianista, como las definía su madre; hinchadas, amoratadas y llenas de heridas y desgarros.