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– Y si no es así, que Fernando me desmienta o me corrija. De puta, nada. Chica de compañía. Y a mucha honra. Efectivamente, licenciada en periodismo. Con prácticas, becas y sustituciones hechas en varios medios de comunicación. Pero en paro. Como tanta otra gente.
– Sin trabajo, pero con desparpajo –puntualizó Isabel.
– ¡Ya te digo! Sin trabajo, pero con ganas de abrirme paso. Y con energía. Y fue cuando escuché hablar de las Escort.
– Perdona Rosa, pero en Internet, la Escort son sinónimo de putas. De alta gama, eso sí, de las que puedes llevar a una comida de negocios sin desentonar, pero putas, al fin y al cabo.
Luis estaba con la mirada fija en su iPad, del que se había hecho inseparable y que utilizaba, en muchas ocasiones, para sentenciar determinadas conversaciones con Antonio. ¡Cuánto daño habían hecho los dispositivos móviles y las conexiones portátiles a Internet a esos bocazas de barra de bar que, antaño, pontificaban sobre lo divino y lo humano, dándoselas de sabios al manejar datos, cifras, noticias y referidos imposibles de contrastar!
– Sí Luis. Google nos muestra lo peor de cada casa. ¡Pues claro que hay putas de lujo y que las redes que las explotan saben como posicionar sus servicios en los buscadores de Internet! ¡Acabáramos! Pero no todas las Escort tienen porqué dedicarse a la prostitución.
En ese punto, terció nuevamente Isabel, que sin conocer nada del asunto, había hecho piña con Rosa. Y lo había hecho arrastrada, más allá de por una cuestión de género, por una enorme corriente de simpatía para con ella.
– A ver, chicos. Si ustedes escuchan en una misma frase “chica” y “compañía”, ¿en qué piensan? ¿En una abnegada muchacha que cuida a ancianos o a una puta?
– ¡Justo! Y lo mismo hacen los buscadores de Internet. Que quede claro: de puta, nada. Me ofrezco para acompañar a hombres, y alguna vez también a mujeres, a eventos, citas o acontecimientos a los que no quieren ir solos. Y lo mismo represento el papel de su secretaria, colaboradora, buena amiga y, en casos excepcionales, el de novia.
– Caso excepcionales como… ¿el de Fernando?
– A ver, Fernando, ¿te acuerdas que lo hablamos antes de venir al Cinema, a que me presentaras a tus amigos?
– ¡Y tanto que me acuerdo!
Estrellita no pudo reprimir una sonrisa, al acordarse de aquella primera vez. Cuando Fernando presentó a Rosa como a una amiga, comenzaron las miradas cómplices de los parroquianos del bar. Y cuando insistió en que no había nada entre ellos, que eran unos mal pensados e hizo la famosa pregunta retórica “¿es que un hombre y una mujer no pueden ser nada más que amigos?” terminó de convencer a todos de que, por fin, había pescado algo serio.
– ¿Quién se acuerda de tan siquiera un beso que nos diéramos? Si es que sois tan cazurros, tan previsibles, que ni un piquito le tuve que dar a vuestro amigo para que todos dierais por descontado que nos acostábamos…
El ambiente se había distendido bastante. Lo suficiente como para que interviniera la autoridad competente:
– ¿Y por qué desapareciste justo la noche en que tu no-novio fue drogado y presumiblemente secuestrado, Rosa?