De la última a la primera, aquí están todas las entradas anteriores de «Barras y Estrellas». Si debutas en la lectura, empieza por abajo del todo 😉
Rosa miraba a Fernando de hito en hito, pero cuando fue a hablar, desvió la mirada y la elevó hacia el techo.
– Porque me estaba empezando a enamorar de él.
– ¡Amos anda!
Allí surgía, de nuevo, la exquisita sensibilidad de Antonio, a flor de piel.
– ¡A otro perro con otro hueso!
Fernando, rojo como el ketchup, no sabía ni qué hacer ni hacia dónde mirar. Fue el inspector López quién volvió a tomar las riendas:
– A ver si lo entiendo: como te estabas enamorando, dejaste de salir con él. Justo antes de lo secuestraran y sin decirle nada.
– ¿A que suena ridículo?
– Mucho.
– Pues así fue.
Y fue Isabel la que, nuevamente, terció a favor de Rosa:
– Y si la niña hubiera tenido algo que ver en todo este asunto, ¿para qué iba a haber aparecido de nuevo por aquí?
La verdad era que, de tan improbable, podía ser verdad.
– Y pensaste que no podías vivir si Fernando, te diste cuenta que era el amor de tu vida, y viniste a buscarlo.
– Antonio, siempre tan desagradable… No. Sencillamente vine a decirle que, a partir de ahora, me gustaría que saliéramos por gusto. Y a ver qué pasaba. Y tuve que venir a buscarlo porque su teléfono ha estado apagado o fuera de cobertura desde el domingo.
– Es que móvil sí que me ha desaparecido – aclaró tímidamente Fernando.
– ¡Pues mira que bien! – tronó Estrellita. – Si todo este melodrama es cierto, y no pongo en duda que lo sea, estamos como al principio, ¿no?
– No del todo –señaló el inspector.
– ¿Ah no?
– No. Porque ahora sabemos, al menos, qué fue lo que aporreó Fernando para terminar con los nudillos en carne viva. O mejor dicho: a quién. Así que, arreando, chaval. Coge la cazadora que nos vamos a comisaría.