Planteamos el Debate de los Lunes a rebufo de la carrera de ayer en Las Alpujarras, esa criminal y fantástica Órgiva-Lanjarón-Órgiva que, por una parte, nos destroza. Por otra, nos hace sonreír hasta en los momentos de máxima agonía…
La pregunta es: ¿hay vida, más allá del plato alpujarreño? ¿Es posible la aventura y el emprendimiento, de los que hablábamos aquí, en el corazón de las Alpujarras?
Que comerse un plato de papas, huevos y jamón en cualquiera de las ventas, restaurantes y mesones que jalonan la Alpujarra es una experiencia reconfortante, reivindicable e imprescindible no creo que nadie vaya a dudarlo. Pero ¿hay vida más allá del plato alpujarreño, en una de las comarcas más singulares de nuestra comunidad? Hace unas semanas tuve ocasión de recorrer buena parte de su geografía y me encontré con varios establecimientos que trascienden la imagen tópica que tenemos en Granada sobre el turismo alpujarreño: una escapada rural de fin de semana, casa vieja con chimenea, castañas asadas, chorizo, morcilla y vino peleón.
En la alpujarra hay una creciente oferta de spas, alta gastronomía con toques franceses, bodegas de última generación con caldos de alta gama, hotelitos modernos y confortables, etcétera. La pregunta es si toda esta inversión en una hostelería diferente a la tradicional será sostenible y perdurable en el tiempo.
Si hacemos caso a todo lo que leemos, vemos y escuchamos acerca del turismo del siglo XXI, las nuevas tendencias, los viajeros independientes que buscan experiencias y emociones y exigen la mayor excelencia en la prestación de servicios; la respuesta tendría que ser necesaria y obligatoriamente afirmativa. Sí. Hay vida más allá del tradicional plato alpujarreño.
Ahora bien, ¿dónde está ese turismo? ¿Cómo se le encuentra, seduce y atrae a la Alpujarra? ¿Cómo se está dando a conocer la nueva y excelsa oferta turística y gastronómica de la comarca?
Algunos de sus más conocidos embajadores siguen siendo los autores y creadores que se han refugiado en el Barranco del Poqueira, en la Taha de Pitres o en los valles de Juviles, Alcútar, Yegen y alrededores. Escritores como Gerald Brenan o Chris Stewart ponen en el mapa internacional a los pueblos, a sus gentes, paisajes, costumbres, historias y leyendas.
Es un hecho: la Alpujarra atrae, subyuga, imanta y embruja. En cuanto pasas unas horas entre sus cuestas y tinaos, disfrutando del olor a leña y jamón, extasiando la vista con algunos de los paisajes más bellos que se puedan contemplar; te quieres quedar. El cuerpo y la mente se conjuran y exigen buscar un buen acomodo para pasar una temporada combinando las botas con el portátil, andando, viendo, conociendo y descubriendo para, después, escribir y contarlo. O para soñar, imaginar e inventar historias de otras épocas, de otros tiempos, de otros parajes.
La Alpujarra, además de excitar los sentidos, estimula la creatividad. Tenemos que sentirnos orgullosos de una comarca que, trascendiendo los tópicos, lo fácil y lo de siempre, está haciendo un denodado esfuerzo por desarrollar una oferta atractiva al turista y al viajero ilustrado del siglo XXI. Una oferta que tenemos ahí al lado, a la vuelta del camino. Aprovecharla es un lujo accesible. Desaprovecharla, un delito de lesa majestad. Un pecado de difícil perdón.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.