Mes: junio 2012
Gangs of GranGijón
“Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gángster”.
Pocos arranques más poderosos, reveladores y contundentes en la historia del cine que éste de “Uno de los nuestros”, la gran obra maestra de Martin Scorsese.
Seamos serios: a estas alturas de vida, si no lo hemos conseguido, ya no será fácil que nos convirtamos en gángsteres. Al menos, de los de sombrero en la cabeza y Thompson, la popular Tommy Gun, en las manos.
Pero ahí están la literatura, el cine y los amigos para hacernos sentir, de vez en cuando, como los personajes de esos libros y películas que tanto nos gustan.
Como los hermanos de “Abierto hasta el Amanecer”, por ejemplo, una de las grandes películas familiares de todos los tiempos, junto a “Sonrisas y lágrimas”, como bien la definía Fernando Marías el pasado jueves, en Ernie’s Station, frente a un público boquiabierto que, al final, tendría que darle la razón.
Era la presentación madrileña de “Café-Bar Cinema”, que se ha demorado hasta límites insoportables. Pero juro que no ha sido por voluntad propia, sino por esta complicación de vida que llevamos, entre turbulencias, tormentas y cataclismos.
Fernando, autor de un prólogo que le da al libro su auténtico valor, y Javier Márquez me ayudaron a montar una presentación difícilmente olvidable por todos aquellos me nos honrasteis con vuestra presencia.
Presentación teatral, ambiente excepcional y fotógrafos de tronío, como podéis ver aquí, que Laura Muñoz se salió con su cámara. No sé si esta chica tiene más talento para escribir, para disparar (fotos) o para hacerse tatuajes. Lo que sí tengo claro es que, para Prima de Riesgo, Laura Palmer.
¿Y qué me decís del espacio? Yo estaba seguro que, si lo recomendaba Javier, es que estaba bien, pero el Ernie’s Station está mejor que bien, rezumando personalidad y alma por sus cuatro costados. Gracias a toda la gente que trabaja allí y que tanto hicieron por facilitar que todos estuviéramos en la gloria.
¡Y el concierto! Porque hubo concierto. Literario. Que para eso, Javier Márquez, Pedro de Paz y Paco Gómez Escribano son, también, maestros de las letras. Y es que esto del mestizaje creativo está cada vez más extendido, afortunadamente.
Un pedazo de concierto que disfrutamos todos los que estuvimos allí. Y que nos podíamos dividir en dos grupos distintos, que no antagónicos. Por un lado, ese grupo de compañeros de trabajo que, sin embargo, también son amigos. Cómplices fieles, miembros de esa troupe de Sospechosos Habituales con los que se puede contar lo mismo en Granada que en Madrid. O en Barcelona. O en Sebastopol. Si están, van. ¡Vaya si van!
Y está la otra peña delincuencial y potencialmente peligrosa y letal. Esa peña surgida al amparo de la Semana Negra de Gijón y que tienen a Madrid sojuzgada bajo su ley, su canon y su talento.
¿Cuántos seríamos?
Algunas decenas.
Y los que, queriendo, no pudisteis estar, que yo lo sé.
Y la gente de la editorial ALMED, que no se puede estar más arropado, mimado y cuidado.
Y las birras.
Y las risas.
Y los jalapeños, nachos y croquetas.
Y las banquetas, la barra, las sillas y la música.
Y la literatura.
Lo he dicho una y mil veces: ¿para qué escribir? Para noches como ésta, que son las que le dan sentido a un libro, a un trabajo, a horas y horas de ordenador y pantalla.
Así se lo explicaba a la Gacela, a lo largo de los días siguientes, entre llamada y llamada, entre mail y mail, entre SMS y SMS: pase lo que pase, sea como sea y cuando sea, ¡hay que escribir!
Jesús escribiente Lens
Lapso de tiempo
Ayer volvíamos de Madrid en el autobús de las 14.30 cuando una pasajera recibió una llamada, a mitad de trayecto. Me sorprendió su respuesta:
– Sí. Acabamos de salir. Llegaré a las 10.
Ni acabábamos de salir ni íbamos a llegar a las 10. El tiempo aproximado para cumplimentar el trayecto entre Madrid y Granada, incluyendo la parada preceptiva, son cinco horas, con lo que llegaríamos a las 19.30.
Así las cosas, ¿qué pensáis que tendría intención de hacer la susodicha pasajera, entre las siete y media de la tarde, cuando llegaba realmente a Granada, y las diez de la noche, hora ficticia de su final de viaje?
Jesús Cotillón Lens
Negros, criminales… y felices
¡Gracias! Porque yo siempre quise ser así. Y Javier y Fermando lo hicieron posible. Y muchos de vosotros lo visteis. Y Laura Muñoz lo retrató. Y yo lo comparto. Que las fotos de Laura son de antología.
Ya hablaremos, escribiremos y comentaremos. Pero, de momento… ¡GRACIAS!
Jesús Lens
Elogio de la pollería
Hoy, en IDEAL, un artículo que no debería ser polémico ni levantar controversias. ¿O sí? ¡Ponga una pollería en su vida!
En los restaurantes, de un tiempo a esta parte, se escucha mucho eso de “no, no queremos postre, que hemos comido demasiado…” En realidad, los comensales están lampando por un buen tiramisú o unos piononos, pero la crisis aprieta y ya se sabe que, lo que termina disparando hacia arriba la cuenta del restaurante, como si de la prima de riesgo se tratara, son el vino y los postres.
Así las cosas, un efecto colateral de la crisis debería ser el adelgazamiento masivo de la población. Y no solo por el tema de los postres sino porque, según un reciente estudio nutricional, comer en familia tres veces a la semana previene un 15% el riesgo de obesidad infantil. Y, a estas alturas de crisis, en la calle ya no comen ni los críticos gastronómicos.
Lo que pasa es que comer en familia tampoco es fácil. Vivimos en una sociedad que ha hecho de sus horarios algo absolutamente irracional, caótico y enfermizo, hasta el punto de que “La conciliación familiar” está más cerca de ser el título de una película de ciencia ficción o de una canción-protesta que una aspiración plausible.
Y ahí es donde entra esa institución que, de un tiempo a esta parte, se ha hecho tan presente en nuestro paisaje urbano como las casas de empeño y compraventa de oro: la pollería.
Es cierto. Suena mal: pollería. Pero la labor que desarrolla como sostén del núcleo familiar es comparable al trascendental papel que los abuelos desempeñan en el mantenimiento de la cohesión social de este país. Porque, si las pollerías nacieron principalmente orientadas a los fines de semana, cuando era tradición que no se cocinara en casa y se compartiera un pollo asado, bien churruscadito, con su salsa y sus patatas fritas o a lo pobre; ahora se han convertido en expendedoras de todo tipo de comidas caseras y sus menús son de lo más variado y completo, facilitando una alimentación sana y nutritiva.
¡Y cómoda, limpia, rápida y sencilla! Quién tiene una buena pollería cerca de casa, tiene un tesoro que le evita el hacer grandes y continuas compras, planificar los menús, cocinar y, después de la comida, recoger y fregar no solo el comedor sino también la cocina, todo manga por hombro.
Porque además de comer en familia, para evitar el sobrepeso hay que hacer ejercicio de forma constante y procurar dormir ocho horas. Y eso sí que son lujos casi asiáticos en nuestra caótica sociedad. Sobre el tema del ejercicio hablamos otro día. Pero en este país, ocho horas, no las duermen ni los niños de pecho. Ni los horarios laborales lo facilitan ni el prime time televisivo lo permite. Aquí se duerme poco, mal y casi nunca, trasnochadores vocacionales y madrugadores a la fuerza.
Por tanto, y ya que nos cuesta movernos y cargamos con ojeras como persianas, al menos y gracias a las pollerías, hagamos por comer en familia. Mínimo, tres veces a la semana, a ser posible.
Jesús Lens