Siempre me impresionaron esas personas que avanzan por la vida con ímpetu y decisión.
Como el tipo con el que me crucé esta mañana, muy temprano. Salía de casa con la decidida expresión de quién tiene un propósito en la vida y se apresta a cumplirlo de forma inmediata.
Un tipo serio, con la mirada en el horizonte, vestido como corresponde y con el aspecto de que nada ni nadie podrían impedirle la ejecución de un plan concienzudamente trazado.
Uno de esos sujetos madrugadores para los que la jornada comienza al alba; convencido de que, cuanto antes se emprende una tarea, más pronto se podrá culminar, de forma exitosa y satisfactoria.
Uno de esos individuos que, antes de las ocho de la mañana, ya está dispuesto a comerse el mundo.
Sí. Me impresionó ese hombre de mediana edad que, al poco de amanecer, salía del portal arrastrando una pesada bolsa, la depositaba certeramente en el contenedor de basura y se volvía para casa, vestido con pijama y pantuflas, pero con la expresión satisfecha de quién ha culminado con el máximo aprovechamiento una nueva jornada laboral.
Jesús Lens
PD.- ¿Qué blogueábamos el 17 de julio de 2008, 2009, 2010 y 2011?
El viernes pasado publicamos este artículo en IDEAL, escrito al calor de la Semana más larga, bajo la lluvia y el viento gijoneses. Gracias a Laura Muñoz Hermida por ser el ojo que todo lo ve en Semana Negra, gracias a su lente maravillosa. ¡Veréis qué fotos!
La tarde antes de partir el Tren Negro, de la estación madrileña de Chamartín, los participantes de la milagrosa vigésimo quinta edición del Festival Cultural más populoso de Europa, nos sobresaltábamos con la noticia de la arbitraria detención de la periodista mexicana Sanjuana Martínez en su propia casa, en presencia de sus hijos, por una falta administrativa y, ordenada por una de las juezas a las que denuncia por robo de niños en su último trabajo de investigación.
Las Redes Sociales empezaron a arder y, cuando dos días después, Sanjuana fue liberada, señaló que la presión realizada desde Semana Negra, pesó grandemente en su puesta en libertad.
Igualmente, el cálido recibimiento y encendido aplauso que los mineros en lucha nos dispensaron a los integrantes de la comitiva cuando nos bajamos del Tren Negro en Mieres, habla bien a las claras de la significación y el compromiso social de un Festival que va mucho más allá de lo meramente literario.
Llevo diez años acudiendo puntualmente a Gijón, a una Semana que nunca fue tan negra como la de este año. Una Semana que estuvo a punto de no realizarse, pero en la que finalmente se obró el milagro, en palabras de Paco Ignacio Taibo II, el Jefe, que una vez más le pone voz, rostro, filosofía y pensamiento a estos diez intensos días cargados de presentaciones de libros, mesas redondas, tertulias, conciertos y exposiciones, pero también de fabada, vino de mesa, sidrinas, pulpo, chocolate y churros.
Quizá porque los tiempos que estamos viviendo son particularmente oscuros, esta Semana está siendo gris, húmeda y lluviosa. Pero solo climatológicamente ya que, por lo demás, está resultando tan inspiradora, clarividente, reveladora como siempre.
Una cita que abre puertas, que te permite encontrar perlas, joyas y tesoros en forma de libros, fotografías, charlas y autores que ya son amigos. Un encuentro que conecta dos continentes unidos por un océano, pero separados por un idioma, como escribía PITII para denunciar el bloqueo cultural que fragmenta las relaciones hispano-latinoamericanas.
Pero lo mejor de Semana Negra no son las decenas de libros que me llevo, las intensas conversaciones hasta la madrugada de la terraza del Don Manuel o las risas compartidas con amigos de mil y un acentos diferentes…, son las ideas, los proyectos, las iniciativas y la potencia creadora que genera.
Porque la Semana Negra de Gijón es un torbellino, un huracán iniciado por el Jefe Taibo, apoyado por una legión de fieles incorruptibles y sostenido por un equipo de trabajo tan brillante, como comprometido, esforzado y entusiasta.
Esto es la Semana Negra y, contra viento y marea, venciendo el pesimismo circundante, no solo sigue, sino que lo hace con tanto o más empuje que siempre. Porque veinticinco años no son nada… mas que un principio.