2022 La guerra del gallo

Cuando escucho o leo el término “ciencia ficción”, el inconsciente me transporta automáticamente muy adelante, a un universo futuro repleto de naves interestelares que viajan de Marte a la Luna igual que nosotros vamos de Granada a Madrid, cómodamente instalados en un bus de ALSA.

Pero hay otra ciencia ficción más cercana, más accesible y más posible. Una ciencia ficción que, mirando hacia delante, no se aleja excesivamente de nuestro mundo, de nuestro aquí y ahora. Una ciencia ficción especulativa que, sentando su base en nuestro mundo y nuestra sociedad, juega con las posibilidades del futuro más cercano, más inmediato. De lo que nos espera, o sea.

La novela “2022 La guerra del gallo”, publicada por la joven editorial Talentura, en su colección Cortoletrajes, se corresponde con dicho modelo, al narrar la historia de Masi, un niño argentino al que la historia le hurtó la posibilidad de luchar en la guerra de las Malvinas, pero al que la literatura, y la feraz imaginación de Juan Guinot, el autor de la novela; le ofrece la posibilidad de una hipotética revancha, en el año 2022, justo cuando se cumplen 40 años de aquella triste efeméride.

Para el 2022, Masi se habrá convertido en una especie de Rambo tercermundista y sobrealimentado con dulce de leche, tal y como lo describió Juan Guinot durante la presentación del libro en Semana Negra de Gijón, donde era una de las finalistas del Premio Celsius 232, junto a “Antirresurrección”, “Diástole” (de las que ya hemos hablado) y “El escondite de Grisha).

Masi, un ex – no combatiente que arde por entrar en acción dado que su educación sentimental ha venido dada por los partes militaristas, triunfalistas y ultranacionalistas del gobierno argentino.

Foto de Laura Muñoz Hermida

Masi, un chavalito inocente que, además, tiene una familia a la que podríamos definir como peculiar. Por decirlo suavemente. Un Masi alucinado que, en 2022, decide que es hora de continuar la Guerra de las Malvinas, pero por otras vías. Por ejemplo… ¡conquistando el Peñón de Gibraltar! Pasando por Argelia y el desierto del Sahara, eso sí.

Ni que decir tiene que la ágil narración de Guinot, que me leí de dos sentadas, a orillas del mar Mediterráneo, está trufada de un humor muy especial, muy argentino, incisivo y malicioso.

Pero, además, la novela tiene una segunda dimensión igual o más importante que la primera: el contexto del mundo de ese año 2022. Un mundo en el que los grandes defectos del actual, como los concursos televisivos, el poder de las multinacionales y la voracidad omnipotente del marketing; se han visto agudizados hasta extremos sorprendentes, de forma que comer muslos de pollo mutante se ha convertido en una de las tradiciones nacionales y las consecuencias genéticas y estéticas que su prolongada ingesta conllevan terminarán marcando tendencia.

“2022 La guerra del gallo” es una de esas novelas que, desde el futuro, nos habla del presente. De hoy. Del aquí y el ahora. Y del ayer. Porque, si algo nos ha demostrado la ciencia es que el tiempo es relativo. Y la excelente novela de Guinot es una inmejorable prueba de ello.

Jesús Lens

Veamos, en anteriores 26 de julio, qué escribimos: 2008, 2009, 2010 y 2011

En clave doméstica

Hoy publicamos este artículo en IDEAL, apegado a este verano que, siendo tan largo, todavía tiene tanta tela por cortar…

¡Anda que no vienen bien los Juegos Olímpicos como excusa! Cuando los amigos y conocidos me preguntan por el posible viaje de este verano, me escapo diciendo que no. Que este verano no voy a ningún sitio porque quiero disfrutar de unas Olimpiadas que, ocho años después, vuelven a celebrarse en “horarios” normales y asequibles para los espectadores europeos.

Teniendo dicha afirmación un poso de incuestionable verdad, lo cierto es que este año no salgo de viaje por una mezcla de desasosiego, intranquilidad, curiosidad y hasta una pizca de responsabilidad doméstico-económica.

Desconectar. Esa es una de las principales razones por las que nos tomamos vacaciones. En mi caso, desconectar para romper con las rutinas, descubriendo nuevos paisajes, nuevas gentes, nuevas músicas, comidas, costumbres, ritos y tradiciones diferentes. Y nada como estar en un país extranjero de habla exótica, con un desfase horario de seis u ocho horas, para que la desconexión sea total y absoluta. Pero, tal y como están las cosas, dados los acontecimientos que estamos viviendo, reconozco que ni debo, ni puedo… ni quiero desconectar. ¡Cómo me acuerdo de la célebre maldición china: “te deseo que vivas tiempos interesantes”!

Además, creo que es bueno, este año, gastar dentro de nuestras fronteras el escaso circulante de que disponemos en nuestras menguantes cuentas corrientes. Siempre he defendido que el turismo tiene una importancia capital en las economías de los países emergentes y en vías de desarrollo. ¡La de veces que he tenido que justificar mis viajes africanos en clave turística y cultural, y no asistencial u Oenegeísta! Por supuesto y afortunadamente, España no es un país del Tercer Mundo, pero todo lo que sea contribuir a la dinamización de nuestra economía, sobre todo en una Andalucía que acabará el 2013 con una tasa de paro de casi un 35%, empieza a ser una cuestión de estado.

Por mi parte, como buen aficionado a la música y en el convencimiento de que la cultura y la creatividad deben ser uno de los motores de desarrollo de nuestra tierra, estuve en el Jazz en la Costa de Almuñécar, el pasado fin de semana, y en Busquístar, a comienzos de agosto, para escuchar al grandioso trompetista Erik Truffaz. Después, no me perderé el Tendencias de Salobreña, que trae a Juan Perro y su Zarabanda y al inefable Albert Pla (aquí, el cartel).

Bebiendo Alhambras heladas, comiendo espetos de sardinas, migas con morcilla o las innovadoras tapas de auutor del Mesón Las Villas de Salobreña y durmiendo en los hostales de nuestros pueblos (ese San Juán salobreñero es impagable), aportaremos nuestro grano de arena al meneo turístico doméstico. Seguiremos comprando libros y yendo al cine, ahora más que nunca, a pesar de la salvaje e insensata subida del IVA. Porque, aún al ralentí y con la reserva en las últimas, el espectáculo debe continuar.

La economía, dejando a un lado su componente voraz y depredador, es como un tiburón: o se mueve continuamente o se ahoga y muere. Let’s play for the money!

Jesús Lens