Dejarse ir

Llegó la Rojita a Londres en loor de multitudes. El combinado español de fútbol, antes de que el balón rodara por el césped del campo de fútbol, ya se había colgado una medalla. La de oro, posiblemente.

Tres partidos después, con cero goles a favor, dos partidos perdidos y uno empatado; la Rojezna volvía a España, humillada y ofendida. Resultó patético escuchar las excusas de los jugadores, técnicos y hasta a los comentaristas: que si los árbitros, la mala suerte y ¡hasta las profecías mayas!

¡Aquí no hay quien marque!

¡La Leyenda Negra había vuelto!

No están siendo unos buenos Juegos Olímpicos para España, Mireia al margen. En atletismo, las estocadas entre los propios atletas españoles muestran que hay algo muy podrido en ese ambiente: delaciones, robos de e mails, encubrimientos de dopaje y hasta lesiones que se mantienen ocultas hasta última hora con el fin de perjudicar a otros atletas, impidiendo su inscripción a tiempo, como se ha visto en los 5.000 metros. O en ciclismo, que se salen las cadenas y se pinchan las ruedas o se producen miedos paralizantes y dudas metódicas a la hora de la verdad, sin nadie al otro lado del pinganillo que de órdenes concretas e instrucciones precisas.
Estado del atletismo español

Y llegamos al baloncesto. A la Hora EÑE. Y lo que nos encontramos es a un equipo con falta de concentración, lagunas defensivas y, lo peor, que en un momento dado y por ventajismo, “se deja ir” en el partido contra Brasil para evitar a Estados Unidos en una hipotética final. Y todo ello después de tirar a la basura el partido contra Rusia y de bordear el ridículo contra Gran Bretaña.

¡Esta no es nuestra EÑE, que nos la han cambiado!

Si España ha perdido contra Brasil sin poder evitarlo, con un patético último cuarto, es triste y lamentable. Pero si perdió por dejarse ir, a propósito, con premeditación y alevosía; es bochornoso, vergonzoso e insultante. Tanto que la EÑE se merecería perder el cruce de cuartos de final contra Francia, la verdad.

¡Oig! ¡Qué me vas a hacer pupita!

No voy a decir que quiera que pierda España o que, viendo el partido, vaya yo a animar a nuestros vecinos. No podría, aunque fría y cabalmente lo intentara. Que tampoco lo voy a intentar. Pero sí es verdad que, si perdemos, no lo voy a sentir como otras veces. Es lo malo que tiene jugar a perder. O a no ganar: que es contagioso.

Que las estrellas de la NBA y de los mejores equipos de la Euroliga se presten a hacer el paripé que han hecho ante Brasil dice muy poco de nuestro seleccionado. ¿Se imagina alguien al Dream Team haciendo semejantes patochadas? Esto no es serio y este “dejarse llevar” es el peor síntoma de una España de las mamandurrias y el pelotazo, la España eterna, ventajista y picaresca que, a la vista está, distamos mucho de haber dejado atrás.

Hay que acordarse de la primera fase de la reciente Eurocopa de fútbol, cuando se especuló con la posibilidad de un empate a dos, pactado, que dejara fuera a los italianos. No hubo tal. Y los italianos se clasificaron. Y llegaron a la Final. Contra España. Y perdieron 4 a 0. Y saltamos y vibramos, con júbilo y alegría.

¿Jugando o pasteleando con su enemigo?

Lo mismo, la EÑE se reactiva, se concentra y hace dos partidos fantásticos, plantándose en la final contra los Estados Unidos. Quizá incluso le planten cara a los yanquis. Da igual. Sea del color que sea la medalla que pudieran conseguir, vendrá tiznada con una manchita marrón, que quizá no se vea a simple vista, pero que será inevitable que huela. A mierda.

Jesús desencantado Lens

Inevitable hacer otro aPostado olímpico. A fin de cuentas, este agosto está marcado por las Olimpiadas, ¿no?

Los anteriores Posts de este agosto son:

El caballero oscuro

Ejército enemigo

Ryan Giggs

Cerveza Alhambra

Prometheus

La ciudad de los ojos grises

¿Y el 7 de agosto de 2008, 2009, 2010 y 2011?

La ciudad de los ojos grises

Tras haber reseñado las cuatro novelas finalistas del Celsius y que, por tanto, se publicaron el año pasado, vamos a empezar a repasar lo mucho (y bueno) que me he traído de Semana Negra, este año. ¡Seguimos aPostando!

Me gusta que la nueva novela de Félix G. Modroño incorpore en su título a la protagonista principal de esta narración exquisita: “La ciudad de los ojos grises”. Durante su presentación en Semana Negra, Félix sostenía que Bilbao era una protagonista más de la novela. Creo que se quedó corto. Bilbao es la gran protagonista de “La ciudad de los ojos grises”, una novela que es, también, una encendida declaración de amor a una de esas villas que, sin tanto nombre como otras –la vecina San Sebastián, sin ir más lejos – atesora una historia fascinante y oculta auténticas maravillas por descubrir.

Es cierto que el efecto Guggenheim “puso” a Bilbao en el mapa turístico español y europeo, pero cuando visité la capital vizcaína, hace ya un puñado de años, disfruté de una ciudad amable, acogedora, cómoda y generosa; más allá del coloso de acero y del florido perrito que lo custodia. Una ciudad sorprendente cuya visita hubiera disfrutado mucho más de haber leído la novela de Félix, por supuesto. Porque “La ciudad de los ojos grises” es de las que, a medida que te adentras en ella, te invita a visitar de nuevo las calles que describe, los paisajes, los jardines, las plazas y todos y cada uno de sus rincones; aunque ya no sean los mismos, dado que la historia que cuenta la novela trascurre en los años de la I Guerra Mundial.

¿Entonces?

Entonces, lean este pasaje: “Bilbao, como cualquier otra ciudad cosmopolita, contó desde temprano con una de las principales señas de modernidad de las capitales europeas más avanzadas: los cafés. Estos supusieron una revolución dentro de las actividades de ocio de la burguesía, una clase emergente con nuevos hábitos de consumo, para la cuál las tradicionales tabernas se alejaban de sus gustos refinados.

Los cafés fueron uno de los legados de la presencia turca en el viejo continente. Y así, a lo largo del siglo XIX, los originales establecimientos vieneses se extendieron primero a Inglaterra, luego a Francia y Alemania, y más tarde al resto de Europa. Pronto se convirtieron en centros de reunión de familias, intelectuales, agitadores políticos o artistas que acudían no solo a beber café, sino a enzarzarse en tertulias o en discusiones interminables, con mejor acomodo que en sus propias casas.”

A partir de esta descripción genérica, los protagonistas de la novela se citan en el Café García, piden su bebida y se deleitan con unos bollos de mantequilla cuyo delicioso aroma traspasa la pituitaria del lector y le hace babear de gusto. Es posible que el Café García ya no exista en Bilbao. O que siga abierto, pero haya sido remozado. Da igual. Cuando lees novelas como “La ciudad de los ojos grises”, los lugares cobran vida, regresan los recuerdos y la imaginación se dispara.

Bilbao, pues, no solo es el escenario en que transcurre la investigación de la muerte de Izarbe que llevan a cabo Fernando y Alfredo, sino que es uno más de los personajes que se hacen reales gracias a la extraordinaria capacidad evocadora de Félix G. Modroño.

¿Quién y por qué mató a Izarbe? Ese es el punto de partida de una novela en la que se mezclan las pasiones personales y familiares con el ambiente pre-bélico de una ciudad incapaz de asumir y reordenar su desproporcionado crecimiento, provocado por el descubrimiento de riquísimas vetas de hierro, mineral esencial para la pujante industria siderúrgica y para alimentar la revolución industrial que cambiaría la faz de Europa.

La confrontación entre lo viejo y lo nuevo, la melancolía por el tiempo pasado que no volverá y el insobornable compromiso con la verdad son otros de los mimbres con que está tejida “La ciudad de los ojos grises”, una novela que te invita, te convence, casi te obliga a volver a Bilbao una vez terminada su deliciosa lectura.

Jesús Lens

Este es el sexto aPostado: recomendación lúdico cultural para el verano.

Los cinco anteriores:

El caballero oscuro

Ejército enemigo

Ryan Giggs

Cerveza Alhambra

Prometheus

¿Y en 2008, 2009, 2010 y 2011 qué blogueamos (si es que lo hicimos)?

¡Seguimos!

Prometheus

Al llegar a casa de mi Cuate Pepe, él y Mikuman me preguntaban por “Prometheus”, que habíamos ido a ver el mismo viernes del estreno, en sesión de tarde. Y les dije lo mismo que ya había estado comentando con Frankie a través del Facebook: que sintiéndolo mucho… pues que no.

¡Ya me hubiera gustado a mí, de verdad de la buena, haber salido del cine todo alborozado y mandando mensajes, a diestro y siniestro, recomendando ver la película!

Pero no. Es decir, sí que recomiendo ver la película. Y en el cine. Porque toda la carcasa que rodea a la esperadísima última cinta de Ridley Scott es atractivo, brillante y espectacular. El vuelo de las naves, el diseño de producción, los gadgets tecnológicos con los que juegan, los paisajes extraterrestres, etcétera. Sin duda, todo ello es una gozada visual que vale los euros que cuesta la entrada al cine. Porque, eso sí: en pantalla pequeña, no tiene que ser ni parecido.

Pero, y esto es algo que nunca debemos olvidar, una película tiene que contar una historia, más allá de la belleza de sus imágenes. Y la historia debe estar protagonizada por personajes cuyas vidas, obras y milagros nos interesen. Al menos, un mínimo. Y, sintiéndolo mucho, de los protagonistas de “Prometheus” no me interesa nada. De nada. Ni empatizo con ninguno de ellos ni simpatizo con sus intereses ni me preocupa un ápice lo que les pase.

Parafraseando a Rhett Butler: ¡me importa un bledo!

Y así, claro, es muy difícil entrar en la película y que te provoque cualquier tipo de emoción.

Excepción hecha del personaje interpretado por Fassbender y, en menor medida, el de Charlize Theron, que son fríos como el hielo. Fríos como el guion de “Prometheus”. Fríos como buena parte de las secuencias que, en teoría, deberían resultar inquietantes o desasosegantes. Y que, al menos a mí, no me lo parecieron.

Quedan, pues, los detalles. Como el humor acerado de ese robot con veleidades cinematográficas o el mal despertar de algunos, que no veas la mala leche que gastan tras un par de años largos de sueño reparador.

Por lo demás y sintiéndolo mucho, Scott no ha conseguido que me involucre en la expedición del “Prometheus” ni que sufra por los padecimientos de los buenos de la película. No me convence el hilo argumental de la cinta ni, desde luego, moveré un músculo por ir a ver la siguiente parte de una más que previsible saga.

Eso sí: mi consejo es que vayan a verla y, después, lo hablamos.

Porque un par de horas al fresco, viendo naves espaciales y planetas extraños, ya va bien, visto el percal que nos rodea.

Jesús Lens

PD.- ¿Qué pensará Gallardón, si ve la película, sobre la decisión tomada por Rapace?

Éste es el quinto aPostado de agosto. Los anteriores fueron de cine, libros, olimpiadas y birra.

¿Y los 5 de agosto de 2008, 2009, 2010 y 2011?