Vuelve «Boardwalk Empire»

La primera temporada de «Boardwalk Empire» me gustó. Pero la segunda me encantó. Y ahora, cuando la tercera está a punto de llegar a las pantallas (españolas), nos merendamos con una estupenda noticia.

La primera pecaba de esteticismo. La segunda se dejaba de milongas e iba a lo mollar. A lo sangriento. A lo desmesurado y a lo brutal. No podía ser de otra manera, con los padres de «Casino» y «Uno de los nuestros» por un lado y uno de los creadores de «Los Soprano» por otro.

La mezcla entre Martin Scorsese y Terence Winter se ha demostrado explosiva.

Y la HBO sigue apostando por ella.

¡Enhorabuena!

¡Sacabó!

Al menos, en un 99%. O en un 95%…

Ahora quedan los retoques, los pulimientos y demás. Y las conclusiones. Y las sorpresas, los añadidos, los engarces… Pero ese nuevo libro, mi nuevo libro; está básicamente terminado.

Fue un domingo cuando le puse el punto y final. Provisional. Además, era el último día de septiembre.

Habían llegado los primeros fríos, las primeras lluvias y el tiempo tormentoso.

Es como cuando estás en África y llegan las lluvias: ¡se acabó!

Se acabó el turismo, se acabaron las visitas y se acabó el moverse. Cuando llegan las lluvias, más te vale tener billete de vuelta… o una buena habitación de hotel desde donde ver llover.

Han sido meses intensos, viendo cine sobre África, leyendo, investigando… y escribiendo. Y las semanas del verano, frenéticas: horas y horas frente al ordenador, tardes, noches y fines de semana sin poner un pie en la calle.

Pero cuando se escribe con gusto y pasión, nada de eso importa y, muy al contrario, se saca tiempo hasta de debajo de las piedras, con tal de escribir. Semanas en que no he pisado una sala de cine, en las que apenas he leído algo más que material de trabajo para el libro y en las que ni siquiera he bajado a Carchuna, los fines de semana.

Ahí tengo pendientes de ver las nuevas temporadas de “Mad Men”, “Juego de Tronos” o “Tremé”. Los libros se acumulan en pilas y en precario equilibro y pocos discos he escuchado, fuera del “Graceland” de Paul Simon, del “The Roll Back Malaria Concert” y otros de músicos como Salif Keita, Cheik Lo, Fela Kuti o Rokia Traoré.

Porque África es su cine, África es su literatura y África es su música.

Una vez que hemos terminado lo más duro, llega lo no menos importante: la publicación y, en su caso, la portada, las imágenes, las fotografías, los textos, el prólogo, el prefacio…

¡Uf!

Pero todo eso vendrá después. Ahora toca parar y dejar descansar las 430 páginas que nos han salido. Que respiren. Que se asienten. Que cojan cochura, antes de volver sobre ellas. Además, ya sabéis que hemos creado un grupo de Facebook, Una Ventana Africana, para ir hablando de todos estos temas, poner música, fotos, vídeos, etc. ¡Dadle al Me Gusta, para estar on line!

Tiempo de regresar a las calles, a los libros, al cine, a los tebeos. Y a los bares. Tiempo de recuperar el pulso a esa normalidad que tanto nos gusta y que, bien lo sabemos, no tardará en verse afectada por otra idea, otro proyecto, otra locura.

Porque en nuestra vida hay una máxima, que aprendimos en Semana Negra y que nos aplicamos todos los días.

Una máxima que sirve para cerrar cada mail, cada correo, cada conversación…

¡Seguimos!

Jesús Lens

Los pasivos tóxicos

Hoy, en IDEAL, publicamos este artículo, que debería llevar un “Danger!”, así de grande…

Los activos se están llevando el protagonismo, escrutados por observadores y analistas, siempre bajo el foco de la atención mediática, pero ¿qué pasa con los pasivos tóxicos?

Para mí, los pasivos tóxicos son lo peor de lo peor, lo más nocivo y peligroso que puede existir. Ser tocado por uno de estos sujetos es infinitamente peor que si lo hiciera un gafe; como si te cayera encima una anti-lotería cuyo premio es amargarte la existencia.

El pasivo tóxico nunca tiene nada que decir, pero no dejará de hacerlo: con sus expresiones mohínas, su rictus grave y apesadumbrado y a través de sus caídas de hombros y leves giros laterales de cuello. Nunca se negará a hacer cualquier cosa, pero tratará por todos los medios de que sea imposible su ejecución o, como mal menor, de que se haga tarde, mal y nunca.

El pasivo tóxico nunca tiene propuestas que hacer. Al menos, ninguna razonable. Él solo podría conseguir la paz mundial, arreglar el conflicto árabe-israelí, meter a Mas en vereda y hasta solucionar el tráfico de Granada. Pero, a la hora de contribuir con alguna aportación seria para cualquier ámbito de la vida personal, laboral, empresarial o relacional; el pasivo tóxico no sabe o no contesta. ¡Él no es de este mundo y las cuestiones mundanas no merecen ni un segundo de su atención!

Para el pasivo tóxico, las cosas nunca han salido bien, los proyectos nunca se han ejecutado con éxito y los logros alcanzados nunca son suficientes. Siempre habría que haber hecho las cosas de otra manera. ¿De cuál? Eso no se sabe. Ni se sabrá nunca. Así, no; eso sí.

Pero lo peor del pasivo tóxico es cuando, a pesar de su constante negativismo (¿o, quizá, a causa de él?) se ve encumbrado. Esas miradas de “ya decía yo que…” y esa personificación del Desastre Anunciado hacen que, en situaciones complicadas, los pasivos tóxicos tengan sus dosis de predicamento y empiecen a adquirir poder. Entonces ya es el acabose para quiénes le rodean.

Proyectos que nunca terminan de definirse, horas y horas de interminables e infructuosas reuniones, planes que jamás llegarán concretarse, culpabilidades mal repartidas, cazas de brujas, parálisis, esclerosis… la muerte en vida, el agusanamiento, la podredumbre, la zombilización.

De los pasivos tóxicos hay que huir como de la peste. Y, si no queda más remedio que tratar con ellos, será esencial blindarse, vacunarse y protegerse contra su maléfica y mefítica toxicidad. No hay que entrar en su juego ni discutir con ellos o tratar de entender su lógica: no la hay.

Yo tengo una habilidad especial para detectarlos y salir por piernas. Quizá porque hace muchos, muchos años, uno me amargó la vida. O lo intentó. Y eso imprime carácter. Lo malo es que, con la crisis, los pasivos tóxicos proliferan. Así que, ¡ojo avizor! El que avisa no es traidor.

Jesús Lens