Hacía tiempo que no iba al cine. Al cine de verdad, quiero decir. ¡Y volvió a envolverme la magia de la sala a oscuras con una pantalla gigante! Lo sé. Hay otras muchas maneras de ver películas. Pero los dinosaurios nos resistimos a dejar de ir al cine, aunque a veces tardemos más de la cuenta en volver.
La nueva película de Ricardo Darín era una de las que más ganas tenía de ver de la cartelera, junto a “Alacrán enamorado” y “Efectos secundarios”. Y digo bien “película de Ricardo Darín” porque el argentino es uno de esos escasos actores que, actualmente, consiguen que una película resulte atractiva solo por tenerle a él en pantalla.
El director de la cinta es Hernán A. Golfrid y el guion viene firmado por Patricio Vega, basado en una novela de Diego Paszkowski. Es decir, que para un espectador español medio… se trata de una película de Ricardo Darín. Y punto. Y es que, aunque aparezca el cada vez más solvente Alberto Ammann como actor secundario, cuya presencia en “Celda 211” e “Invasor” es notable; la cinta se apoya, casi por completo, en Darín. Y en un guion retorcido al máximo, al narrar la historia de un crimen perfecto. O casi.
Tratando de no contar nada sobre la trama, Darín interpreta a un prestigioso profesor de Derecho, antiguo abogado, que acaba de publicar un libro sobre la ley y la justicia y cuya perenne barba de cinco días y su consumo desaforado de whisky le acreditan como un perfecto cínico y descreído que está de vuelta de todo… menos de sus alumnos, a los que da clase en un exigente curso de posgrado.
Y entonces, en los aledaños de la mismísima facultad de Derecho… aparece una chica muerta. Frente al aula en que da clase el profesor a sus alumnos. Un crimen espantoso. Cometido con crueldad y ensañamiento. La policía, dado su prestigio y su anterior vinculación a los Tribunales, permite al profesor acceder a la escena del crimen e involucrarse en la investigación. Y, a partir de ahí…
Hay a quién no le ha gustado la película. Sobre todo, la resolución. Yo no me encuentro entre ellos. A mí me ha gustado tanto el fondo como la forma. Tanto el planteamiento como el nudo y el desenlace. Sí tiene la película un bajón de ritmo, antes de la mitad, durante el que la historia da demasiadas vueltas sobre el mismo tema. Obsesivamente. Como el protagonista. Pero rápidamente vuelve a remontar el vuelo.
Me gusta el duelo dialéctico entre profesor y alumno. De hecho, los diálogos son parte esencial de la cinta, las agudas réplicas y contrarréplicas. Sin desdeñar todos los matices morales que presiden la actuación del personaje interpretado por un Darín que está, como siempre, excelente. Y eso que esta vez no le toca un papel muy lucido que digamos.
Y está esa Buenos Aires. Esos cafés. Ese parque con el símbolo de la flor abierta y los pétalos desplegados. La nueva Buenos Aires, sus galerías de arte, sus librerías, su fastuosa Facultad de Derecho…
Sobre la potencia visual de determinada secuencia onírica no podemos hablar, so pena de arruinar la historia. Pero sí cabe destacar cómo la película es una amarga crónica sobre el fracaso, sobre la soledad y los estragos del paso del tiempo. Sobre lo mal que le puede ir a una persona a la que, en teoría, le sonríe la fortuna. Y sobre la posibilidad de enmendar los errores del pasado.
¿Lo crees posible? Quizá. ¿Quién sabe?
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