Hoy, en IDEAL, un artículo en que se mezcla la poesía con Persia, la polémica con la paz y el sosiego. Y la confianza de una ¿posible? concordia versicular…
Estos días se celebra el Festival Internacional de Poesía. Por fin, el verso toma el protagonismo del universo poético en una ciudad que, en los últimos meses, no ha hecho sino imprimir decenas y decenas de renglones en prosa, la mayoría de ellos airados, peleones, discutidores y enfrentados. No soy lector de poesía. Por alguna razón que nunca he llegado a entender (será la impaciencia, será el sosiego que requiere un poema para ser disfrutado, más allá de ser leído y comprendido) la poesía no conecta conmigo. Ni yo con ella. No nos entendemos y estamos mutuamente exiliados.
Sin embargo, ha querido la casualidad que, en el fragor de la dialéctica versicular que sacude a Granada, haya tenido la ocasión de pasar unos días en Irán, donde el culto a la poesía y a sus poetas va más allá de lo que aquí podríamos siquiera concebir. Por ejemplo, ver devotamente arrodillados a varios jóvenes junto a la tumba del poeta Hafez, con sus manos unidas sobre la lápida de mármol; impresiona. Y no es de extrañar ya que el mismo Hafez, apenas cumplidos los veinte años y según cuenta la leyenda, pasó cuarenta días y cuarenta noches de vigilia junto a la tumba de otro poeta, Baba Kuhi.
En la ciudad santa de Mashad, el culto al poeta Ferdowsi es, sencillamente, inenarrable. Miles de personas abarrotan el túmulo en que reposan sus restos donde, fervorosamente, se fotografían, filman, concentran y rezan. Y, después, visitan el museo anejo a la tumba, en el que hay reproducciones de algunos de los pasajes más significativos de una obra famosa porque, al estilo de los clásicos griegos, no solo contribuyó a fijar la mitología de los orígenes, los logros y la grandeza de los héroes locales, sino que rescató del olvido a la propia lengua persa, olvidada tras la imposición del árabe en toda la zona. Y, por supuesto, está Omar Jayam, un místico, poeta y científico cuya obra, profundamente humana, versa sobre el goce de la vida y el disfrute de los sentidos y cuyo influjo llega hasta la India.
Las tumbas y los mausoleos de los poetas persas no solo son lugares de peregrinación sino que, rodeados de jardines y estanques, de plantas, árboles y flores; invitan al visitante a pasear por sus alrededores y a disfrutar de un tiempo que se ralentiza, casi se detiene, entre el sonido de la música recitada y el aroma del té o el tabaco de shisha. Lugares, nunca mejor dicho, cargados de poesía, de mística y de amor por la creación y la recreación literaria.
Algún día, es posible que Granada tenga terminado su Centro Lorca. Quizá, para entonces, las riñas y rebatiñas entre vates y poetas hayan dado paso a una convivencia de escuelas, personas y estilos que contribuyan a construir esa capitalidad cultural y creativa de la que nos gusta presumir, pero que tan lejos estamos de alcanzar.
Me gusta el Master Zen. Y me emocionó cómo lo recibió el Staples Center, el día en que retiraron la camiseta de Shaquille O’Neall. Ya sabes. La Ley del 33… Hago lo que quiero, cuándo quiero y dónde quiero. ¿Qué recordó Shaq, frente a 20.000 enfervorecidos aficionados? Los libros que Jackson le indujo a leer.
Y es que el éxito no es producto de la casualidad…
Cuando ves el cartel de “Combustión” tienes la tentación de omitir la tilde del título y pronunciar el nombre de la película en plan yanqui. Con acento en la u.
Cuando ves el cartel de “Combustión” y tienes más de treinta años, la verdad, se te quitan las ganas de ver una película que, sin embargo, está bastante bien.
Y es que los publicistas han debido pensar que lo mejor sería tratar de enganchar a los espectadores más jóvenes y pasar de unos viejunos que, de todas formas, ya no suelen pisar las salas de cine.
Y quizá no les falte razón.
Cuando ves el cartel de “Combustión” y lees el nombre de los protagonistas de la cinta, constatas que empieza a haber una generación de actores de los que ni siquiera tienes noción; como intuyes cuando lees el Fotogramas y ves nombres y fechas de nacimiento de jóvenes y prometedores actores criados en la escuela de una televisión que tampoco sueles ver.
¿Se le puede pasar a uno el arroz, cinematográficamente hablando?
Hace unos días veíamos “Tesis sobre un homicidio” y, en ella, Alberto Amman interpretaba a un estudiante de unos 25 años que parecía ciertamente joven y creíble. Sin embargo, en “Combustión”, en el papel de Navas, el mejor de la película, casi parece el padre de Ari y Mikel, los guapísimos protagonistas de la cinta.
Una película que comienza muy bien: con un robo. Y que luego sigue avanzando convincentemente, con unas persecuciones de coches que, para un absoluto profano en la materia, están muy bien conseguidas.
La segunda parte de la película es más tópica y tradicional. El ritmo decae un tanto, pero sigue siendo atractivo. Y el final… ¡me gustó ese final!
Daniel Calparsoro, aunque su mujer sostenga que se ha aburguesado, sigue siendo, libra por libra, el mejor director de cine de acción que tenemos en España. Ya lo demostró en la celebrada “Invasor”, hace unos meses. Y en “Combustión” vuelve a hacerlo, en una cinta que temáticamente, quizá le interese menos que otras que ha dirigido con anterioridad. Pero que es impecable.
Porque estamos ante una de esas películas españolas muy poco españolas. Y es que, por mucho que les pese a algunos, la etiqueta “cine español”, equivalente a un cine casposo y cono olor a naftalina, cada vez está más desfasada.
“Combustión” es una prueba más, la enésima, de que otro cine español es posible. Lo que no significa que no se puedan rodar películas más pequeñas, intimistas y diferentes; sino que hay espacio para todas. Y públicos diferentes. Y complementarios.
Y, sobre todo, que el nivel técnico del cine español ha alcanzado una profesionalidad extraordinaria. Veremos, eso sí, qué pasa ahora, con el nuevo escenario al que los recortes y el desmantelamiento del tejido cultural de este país nos han abocado.
Hubo un momento en que me puse las gafas, durante la presentación en la librería 1616 Books de mi querido Antonio Fuentes, un templo de la sabiduría y un monumento a la cultura del compromiso y la resistencia literaria. Las gafas de ver. Y vi a tantas personas, a tantos amigos; sentados y de pie, que rápidamente me las volví a quitar, para mantener aplacados los nervios.
O la tensión, más bien, como le decía a Panchy cuando me comentó que estaba más nervioso en Salobreña que en la presentación granadina. Y es que, una vez publicado “Cineasta Blanco, Corazón Negro”, tener el libro en las manos, hojearlo y releerlo, me hace revivir momentos muy intensos de estos últimos meses. Y muchas de las vivencias que, en los últimos años, he disfrutado en África.
“Vuelvo a Salobreña. Vuelvo al hogar”. Así titulaba una de las últimas entradas de este Blog. Y máxime porque, esta vez, me quedé en casa de Encarny, Colin y Dominique, que me tienen ya literalmente adoptado. Y allí, en el Casco Antiguo de Salobreña, compartiendo espacio con Tintín y rodeado de Garabatos Digitales, he pasado uno más de esos fines de semana memorables que empezaron el viernes a mediodía, con el atún del Trasmallo, una de esas delicias gastronómicas que nadie debería perderse, seguido que una visita al Sunem, para ver la Cruz decorada por Luis Villaescusa y disfrutar de los extraordinarios combinados que preparan en uno de los garitos con más encanto y más clase de la Costa granadina.
Y después, al cine. A ver “Looper”, en ese Cineclub Mediterráneo tan vinculado a la Obra Social de mi CajaGRANADA, una película complicada, extraña y fantástica, sobre viajes en el tiempo, el azar, la necesidad, la casualidad, la causalidad, y el destino. Y la importancia de tomar las mejores decisiones, en cada momento, de acuerdo con la información de la que disponemos y pensando en las consecuencias de las mismas, de cara al futuro, inmediato y mediato. Una película con uno de esos finales sorprendentes, duros e imprevisibles. Un final que, sin embargo, no podía ser otro.
El viernes siguió entre cañas y tapas, por Motril, y una última visita al Studio JA de Salobreña, donde oficia Mariano, mi presentador oficial de libros en Salobreña, y cuyo saludo fue una maravillosa confesión: que este último es mi mejor libro, algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo, sin desmerecer a mis trabajos anteriores. Lo repetiría en su maravillosa y sentida presentación del sábado. Y es que, como diría durante la misma, “Cineasta Blanco, Corazón Negro” lleva mucho de mí en sus páginas. Es una declaración de amor a un continente, África, que me da la vida. Un libro escrito con las tripas, las entrañas y el corazón.
Veía a mi Cuate y a Panchy en primera fila. A Antonio, en el lateral, con su mujer y sus dos preciosas hijas. Y allí estaba Conchi, la primera en llegar. Y camuflada, Reyes, con una compi, yo creo que un poco sorprendida por reencontrarse con un viejo amigo, tan cerca de aquella Chucha nuestra, pero a la vez, tan lejos de aquellos años en que éramos poco más que niños, con todo el futuro por descubrir. Y es que la vida, por fortuna, te da sorpresas…
Y a Concha y Paco, cuyo Pub Fusión es uno de los locales que deberían estar en la Enciclopedia de los Mejores Garitos de España; y que me hicieron un regalo que, a la vez, es una provocación, una invitación, un desafío: un buen puñado de películas africanas que me van a permitir (re)conocer ese maravilloso continente, desde dentro, por dentro. Y contado por los propios africanos. ¡Casi nada al aparato!
Y, también, en primera fila, Gonzalo Fernández Pulido, con su hijo, cariñoso, atento y participativo. Me gusta Gonzalo, y el compromiso que, como alcalde de la villa, mantiene por la cultura, el deporte y la educación en Salobreña. Y María Eugenia, la concejal de cultura. ¡Que estén un sábado, en plenas cruces, en la presentación de un libro sobre cine y África, dice mucho y bueno de ellos!
Como encontrar a Ángel Díaz Sol, el factótum de Puerto de Motril, cuyo crecimiento es fruto de una sensatez y discreción que alabamos en este artículo de IDEAL.
Y estaban Clarissa. Y Marisa. Y Cristina. Y Encarny. Y Dominique. Y mi compi de CajaGRANADA, la directora de la sucursal de Salobreña, con su hijo. Y la gente de la Asociación Cultural 18600. Y estaban… me perdonáis que no nombre a todos, pero llegamos a coincidir casi 50 personas en la librería de Antonio.
¿Cómo no voy a adorar a Salobreña, donde no es que me sienta como en casa; si no que estoy en casa?
Después llegó la visita a La Vinatería. Y al Mesón de la Villa. Y a Carne a la Piedra, en la playa, donde brindamos con Antonio, el dueño, de una forma tan abrupta como sentida: “¡Salud! Y el que no nos quiera, que se muera”. Así, el whiskey sabe mejor.
Pero no quiero dejarme en el tintero, este pedazo de sorpresa que me deparó IDEAL por la mañana. El artículo de Federico García Fernández, íntegro y titulado «Lens el Africano», lo puedes leer aquí. Pero estas palabras me conmueven hasta las entrañas. ¿Qué puedo decir, sabiendo que no hay un “gracias” lo suficientemente grande como para recompensar un artículo escrito con tanto cariño, pasión y fuerza?
¡GRA-CIAS!
Por último, el sábado nos llevó a disfrutar de la melodiosa y envolvente voz de Ana Cisneros, en el Fusión. Un concierto íntimo, repleto de momentos tan hermosos como el “I remember you”. Ana toca la batería y canta, acompañada por un órgano Hammond. Y, solo con esos elementos, consiguen llenar un escenario con tanta personalidad como la que derrocha uno de esos locales que, como decía antes, exuda pasión, calor, color y que le dan sentido a nuestra vida musical.
Y casi sin dormir, me presenté en la línea de salida de la carrera de Salobreña, donde me reencontré con Flor y donde, contra todo pronóstico, me salió una gran carrera, corriendo a 4,28 minutos el kilómetro, aunque en el 7 me pegara un flato fuerte y tuviera que relajarme un tanto.
Ahora, en casa, viendo la NBA, tengo que deshacer la maleta y reordenar los libros, discos y películas que me he traído. Y los proyectos, las ideas y los planes de futuro que tenemos por delante. Muchos. Y variados. Desde los conciertos y las exposiciones a los viajes y los libros. Las fotografías, los discos, los textos…
Pero no nos adelantemos.
Disfrutemos del recuerdo de un fin de semana tan especial como todos los que transcurren en Salobreña. Y con un recuerdo muy especial para esas personas que quisieron estar, pero no pudieron, por razones y circunstancias distintas.
Porque Salobreña no es solo un pueblo precioso, sino un auténtico estado mental, una provocación intelectual, emocional y sensorial que invita a volver, una y otra vez.
Esta imagen de Alfredo Aguilar, mi compi de IDEAL, creo que resulta bastante ilustrativa.
Yo corro por rabia. Y para estar preparado.
Porque, como bien sabes, se acerca el Invierno. Y el final está cerca.
Si formas parte de mi círculo más cercano, la palabra “Cenital” te debe resultar muy conocida. Si no… ¿a qué esperas? ¡Pregunta! Y lee. O la brutal «Antirresurrección» de Juan Ramón Biedma.
Por cierto que la novela de Emilio Bueso es una de las finalistas del Premio Celsius de Semana Negra de este año, igual que el año pasado con su «Diástole». Como también lo es aquella otra “La Zona” de la que hablamos maravillas, hace unos meses.
Y es que, aunque te cueste admitirlo, cada vez estamos más de cerca del Apocalipsis.
Y, cuando llegue, yo quiero estar preparado.
Para salir. Corriendo. Y por piernas.
Recuerda: o correr o prepárate…
Be Zombie, My Friend! (Este cuento, puede herir sensibilidades. Y las fotillos ya… ni te cuento)