Ultimar

Llegué tarde a casa, ultimando cosas en el trabajo, de cara a ese concepto llamado… ¡VACACIONES!

Viajes

Pero llegué con el ansia de seguir ultimando cosas. Porque ultimar no es solo terminar tareas pendientes, sino dejar las bases puestas para que, a la vuelta, todo sea más fácil, agradable y sencillo.

Así, me pasé tres o cuatro horas tirando cosas, ordenando papeles, haciendo limpieza y abriendo huecos y clarificando tareas para que, dentro de unas semanas, sea llegar y retomar las muchas variadas actividades, proyectos, ideas e ilusiones que estoy moviendo, barajando, diseñando y soñando.

Y para construir, hacer, discurrir y crear; antes hay que destruir, purgar, tirar, terminar y despedir.

Y en esas estamos.

Las vacaciones son intermedios, necesarios, en un ciclo vital de creación y generación que, para fructificar, precisa de estas paradas, de estos intermedios.

Toca detenerse. E irse. Cambiar de aires. Cambiar de vistas. Cambiar de conversaciones, paisajes y sonidos.

Cambiar.

Para después volver. Iguales. Pero diferentes. Porque, a la vuelta, se retoman los proyectos y las costumbres de siempre, pero enriquecidos y vivificados con las experiencias que conlleva, siempre, el moverse, el cambiar, el viajar.

Viajando

Las vacaciones y el viaje son transformación. Cada hora del día, fuera, es sustancialmente distinta al tiempo que pasamos en casa, en el trabajo, con nuestra gente. El tiempo se alarga, se moldea, se estruja, se licua, se exprime. A veces también cansa, agota y hasta llega a dar miedo. O a provocar sobresaltos. Pero es parte de la experiencia.

Porque ese tiempo fructifica. Y deja poso.

De todo lo que hagamos a lo largo de estos días, hablaré a la vuelta. Porque contarlo es parte consustancial de hacerlo.

Y por eso, como siempre…

¡Seguimos!

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Fran

Mi artículo de hoy, en IDEAL. Más escueto y minimalista no puede ser el titular… A ver qué te parece el contenido y a ver qué te parece la tesis que nos sugiere haber conocido a Fran:

Como llegamos muy temprano, Fran y otro par de muchachos todavía estaban colocando las vallas que delimitaban el aparcamiento. Era viernes por la tarde y el Festival de Jazz en el Lago de Atarfe calentaba motores.

Ese día tenía yo el honor de recibir un premio por la labor de difusión del jazz que llevo haciendo desde tiempos inmemoriales. Al presentarme, Fran me saludó sin dejar de encajar unas vallas con otras: – “Hola. Soy Fran, el concejal de cultura”. Un poco después, a la hora de subir a lo alto de la Ermita de los Tres Juanes para recoger al saxofonista Bill Evans y al resto de la banda, quien conducía era Fran; igualmente encargado de hacerme entrega de la placa conmemorativa al final del primer concierto.

Lens jazz

Me gustó un detalle: cuando subió al escenario, Fran vestía una camiseta. Yo, que soy muy, muy camisetero; agradecí enormemente ese desenfado. Y, sobre todo, me encantó el diseño de la prenda, dedicado a la Big Band de Atarfe: inmensas letras rojas y blancas en el pecho y el contorno de los instrumentos impreso en el lateral. La sorpresa llegó cuando vi que, tras darme la placa, Fran se quedaba sobre el escenario… al ser uno de los músicos de la estupenda y reconocida orquesta atarfeña.

Jazz en el Lago

No conozco personalmente a Fran, más allá del episodio descrito. No tengo ni idea de cuál es su formación ni sé a qué se dedica profesionalmente, aparte de su labor en la concejalía de Atarfe. Pero verle tan implicado y comprometido con el Festival de Jazz en el Lago, haciendo tanto y en ámbitos tan distintos, me hizo reflexionar sobre la ligereza con la que ahora se habla de eliminar los pequeños ayuntamientos y de disminuir su presencia e influencia en la vida de la comunidad.

Lo peor de la crisis es que está creando nuevos paradigmas que distan mucho de ser ciertos, de estar comprobados o siquiera de tener una cierta lógica. Uno de ellos es el de que el tamaño sí importa. El tamaño grande, obviamente. El XXL. Cuanto más grande sea una organización, una empresa o una institución; mayor sinergia, mayor ahorro de costes, mayor eficiencia y, por ende, mayor riqueza y rentabilidad. ¿Seguro? Por utilizar una muletilla que se ha puesto tan de moda: ¿quién pondría la mano en el fuego por la certeza de dicha aseveración?

Big Band Atarfe

Personalmente soy un convencido de que menos es más. De hecho, las más atractivas, excitantes y sorprendentes propuestas empresariales, lúdicas y culturales de estos años de penuria y decepción son las que, de forma artesanal, con cuidado, mimo, gusto, delicadeza y hasta romanticismo; surgen de abajo hacia arriba. Pequeñas-grandes iniciativas basadas en el amor, la confianza y el convencimiento en sueños, ideas y proyectos que jamás saldrían adelante enfrentados a la palabrería y la papelería de burócratas, consultores, comités estratégicos y planes quinquenales.

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La elegancia del erizo

Librería 1616 Books de Salobreña. Sábado por la mañana. Antes de presentar “Cineasta Blanco, Corazón Negro”, ajusto cuentas con Antonio. Esto es, le pago los libros que le había encargado. Entre ellos, “La elegancia del erizo”.

 La elegancia del erizo

– ¡Cómo! ¿No lo has leído?

La primera en la frente, del propio Antonio, al saber que era para mí y no para regalar. Y, después, fueron dos o tres interjecciones más por el estilo, de gente a la que aprecio y respeto, intelectualmente hablando:

– ¡Parece mentira! ¡Qué barbaridad! ¿Quién lo habría dicho?

A veces tiene uno la sensación de ser un delincuente literario, por omisión. Por no haber leído según qué libros o a según qué autores. Esta fue una de ellas. De repente… ¡todo el mundo había leído la deliciosa novelita de Muriel Barbery, posteriormente llevada al cine! Todo el mundo… menos yo.

 La elegancia del erizo poster

Fue Reyes quién me la recomendó. Y como a las Maestras hay que hacerles caso, no tardé en hincarle el diente. A la novela. Y me gustó. ¡Claro que me gustó! ¿Cómo iba a no gustarme? Me encantan esos libros que, por alguna misteriosa razón, ponen de acuerdo a (casi) todos los lectores, con independencia de sus gustos particulares y sus diferentes intereses literarios. Y escribo (casi) porque siempre hay algunos pedantes insufribles que, con tal de llevar la contraria y mostrar su esnobismo, siempre despotrican de esos escasos títulos que concitan los aplausos (casi) unánimes de quienes los leen.

Y mira que “La elegancia del erizo” no es una novela especialmente llamada a convertirse en un bombazo editorial, al no esconder ni enigmas o acertijos del pasado, ni a listísimos cíberdelincuentes contemporáneos.

Se trata de una novela francesa por los cuatro costados, como francés es el cine de Rohmer, por ejemplo. Historias basadas en el diálogo, con un importante contenido de esgrima verbal y cultural. Una novela protagonizada por la portera de un edificio burgués en el que viven esos parisinos de toda la vida que van por el mundo arrugando pertinazmente la nariz, como si siempre estuvieran oliendo mierda.

Y ella Renée, se hace pasar por tonta, sabiendo cuál es el lugar y el comportamiento que todo el mundo espera de una humilde portera que, por otra parte, se gasta muy malas pulgas. Con quien se lo merece. Y Paloma, una niña de doce años y dotada de una exquisita sensibilidad, es de las que se merece… ¡un monumento!

La vida transcurre con una cierta normalidad en el número 7 de la calle Grenelle. Hasta que un buen día llega un nuevo propietario. Alguien que se sale de los rígidos esquemas de la grandeur francesa. El señor Ozu es un japonés que quizá, y solo quizá, tenga algo que ver con el famoso director de cine. Pero, en cualquier caso, será una presencia nueva y chispeante de la vida de Renée y Paloma que hará de sus vidas algo aún más interesante de lo que ya era.

Estamos ante una novela que reivindica los placeres sencillos de la vida y aboga por unas relaciones humanas más cálidas y sentidas, a la vez que defiende la importancia de la pasión por el arte y la cultura como elementos enriquecedores de la vida, algo que nada tiene que ver con la pose intelectual de tanto pedante y snob… como a los que me refería unos párrafos más arriba.

Pero… ¡cómo! ¿Aún no has leído “La elegancia del erizo”? ¡Qué fuerte! ¡Qué despropósito! Me parece algo inaudito. Máxime porque Seix Barral la tiene en edición de bolsillo en un formato y un precio de lo más asequible.

¿Nos vemos en Twitter? @Jesus_Lens

El Día de Mandela

Puestos a recordar, yo prefiero hacerlo a través del ejemplo de Nelson Mandela, que hoy cumple 95 años.

Mandela Day Marathon

No sé quién, cómo, cuándo ni dónde organizó el ya universalmente conocido como Día de Mandela en el que, para celebrar su cumpleaños, se invita a las personas a dedicar 67 minutos del día a hacer algo en favor de los demás.

¿Por qué 67 minutos? Porque Mandela invirtió 67 de sus ya 95 años en trabajar de forma activa y comprometida en la consecución de un mundo más justo e igualitario para todos.

Mandela Day

Hace unos días nos hacíamos eco de esta película, que ya me está haciendo salivar.

Hoy, además de salir a correr con mi camiseta africana, trataré de pasar 67 minutos haciendo lo que mejor se me da: escribir. Aunque no sé si escribir sirve para mejorar la vida de los demás, la verdad.

¿Qué piensas?

Lens El Africano

Lo vamos hablando…

En Twitter, podemos hacerlo: @Jesus_Lens (Hacerlo… lo de hablar, quiero decir)

El viento y la sangre

¿Te imaginas ir caminando un día por la montaña y encontrar, de golpe, unas ruinas incaicas como las del Machu Pichu? ¿Qué no te daría si, buceando, te asomaras de forma impremeditada a los restos de un galeón español del siglo XV cargado de tesoros, en el fondo del mar?

Pues más o menos esa misma sensación tuve hace unos días cuando, leyendo, me sumergí en las negras páginas de “El viento y la sangre”, de M.A. West, gozosamente publicado en la colección Navona Negra que ha iniciado Pere Sureda en la imprescindible editorial Navona y a la que auguramos y deseamos larga y productiva vida editorial.

El viento y la sangre

Brillantemente traducida por Thalia Rodríguez y por el novelista Alexis Ravelo, “El viento y la sangre” te asoma a un escenario negro y criminal emparentado con los clásicos entre los clásicos: Hammett y Chandler, nada menos. Y es que Martin Aloysius West es uno de esos esquivos autores de los que apenas se sabe nada. Apenas que nació en Cincinatti, Ohio, en 1923 y que publicó una docena de novelas y unos cincuenta cuentos, entre 1951 y 1980.

Su personaje por antonomasia es Rudy Bambridge, de profesión, Sr. Lobo. Es decir, un solucionador de problemas… por cuenta de la mafia de Chicago. Lo que es mucho decir.

“Daniel Morton llegó en un Oldsmobile negro del 42”. Así comienza una novela que se paladea en todas y cada una de sus ásperas y precisas 150 páginas. Algunas menos, incluso. Que se paladea con delectación y que se lee a toda velocidad, haciéndote sentir como si circularas por esas carreteras secundarias del interior de los Estados Unidos, deteniéndote para comer en Diner’s cuyas camareras mascan chicle mientras te sonríen y dormir en moteles de carretera con máquinas de hielo en el exterior de las habitaciones.

El viento y la sangre clásico

Una novela que presenta a muchos y variados personajes, de forma abrupta, en cada capítulo. Personajes todos ellos que asoman en la novela como la punta del iceberg: dejando traslucir una mínima parte de su historia, lo justo para hacer avanzar la narración mientras transmiten a los lectores la sensación de que, detrás de cada uno de ellos, hay una atractiva e intensa biografía. Eso permite que sus palabras y sus acciones sean creíbles y que, con una prodigiosa economía de medios, West cuente un montón de cosas en cada párrafo.

“Se maldijo por dejarse meter en aquel negocio. Sí, sobre el papel, parecía un buen plan. Pero, sobre el papel, ¿cuál no lo parece?”

Párrafos como este demuestran que “El viento y la sangre” es una de esas novelas universales, por las que no pasan el tiempo y que siempre están de actualidad, más allá de modas y tendencias al uso.

Ahora, almas sensibles, sáltense el siguiente párrafo, por favor. ¡O mejor no! Que la realidad y el realismo en crudo joden, pero curten.

“- Bueno, bueno, bueno… Aquí estamos. Tú y yo solos. No te voy a mentir: de esta no sales. Voy a matarte y a despedazarte. Pero de ti depende el orden en que haga esas dos cosas. Si me cuentas lo que quiero averiguar, te mataré primero”.

Un diálogo así no es un diálogo cualquiera, ¿verdad? Yo que tú no lo dudaba y me lanzaba como un león a leer “El viento y la sangre”. Solo por los títulos de sus capítulos, ya merece la pena, desde “Un rodeo demasiado largo” o “Escoria sin agallas” a “La mejor tarta de manzana del condado” o “Pobres cretinos que juegan al yo-yo” y “Las manchas de sangre jamás se limpian”.

El viento y la sangre tarta

¡Brutalmente imprescindible!

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