¿Qué pensaría Herbie Hancock de esta versión de su clásico «Cantaloop»? No lo sé. Pero es escuchar esos primeros acordes y todo el cuerpo se activa y se pone tensión. No sé ni quiero ser muy radical, pero, si no te gusta… ¿deberías hacértelo ver? 😉
Y ahora, lo que para mí es otro temazo:
Joyas que escondía el disco que llevo escuchando estos días y del que no me canso: Blue Note. Y punto.
¡No a la guerra! Estoy de acuerdo. La guerra es lo peor. Es la hez. Es lo peor del horror. Es una puta mierda, por decirlo suavemente.
Vale.
¡No a la política imperialista de los EE.UU.! ¡No al papel de Amos del Universo que se atribuyen los yanquis! ¡No, no y mil veces no!
Vale.
Ahora bien y dejando al margen las armas químicas, ¿qué pasa con los más de cien mil muertos que van en Siria? ¿Dónde estaban, donde estábamos hace dos semanas estas voces que ahora clamamos, iracundos, contra la posible intervención en Siria? ¿Y hace dos meses? ¿Y hace un año?
Item más.
De verdad, en serio… cuando han sido asesinadas más de 100.000 personas en dos años de guerra larvada y silenciosa (para que el que no haya querido ver ni oír), ¿es justo ahora cuando descubrimos que hay que hacer algo en Siria que, de forma misteriosa, pacífica, rápida e indolora; termine con las matanzas?
En resumen, ¿por qué hemos esperado dos años y 100.000 muertos para llenar nuestros muros con pintadas de «No a la guerra»? ¿Y a qué guerra nos referimos, en concreto?
No sé.
A veces… no sé ni entiendo nada. De nada. Empezando por mí mismo.
Fue una tarde extraña. Ya estábamos en pleno verano. Viernes. Julio llamaba a la puerta del calendario. Bajé a la playa. Pronto. Temprano. Antes, salí a correr. Pero la niebla no levantó. Desde la misma orilla, el mar era gris. Del color del mercurio. Amenazante y ominoso. Como un mar del norte. Aunque fuera el Mediterráneo. Como el mar de “La carretera” que fotografió Javier Aguirresarobe para adaptación cinematográfica de la novela homónima de Cormac McCarthy.
Hacía frío. Se estaba bien. Escuchando las olas romper sobre las piedras de Carchuna, una de las playas más felizmente ignoradas del litoral granadino. A la vista: nadie. El vacío. Soledad total. Y absoluta.
Empecé a leer.
“Arrecia el frío y aquí, en el Puesto del Este, empiezan a escasear las vituallas. Nueve meses de sitio son mucho tiempo. Ellos siguen ahí afuera, ya casi nunca se les oye, pero podemos sentir su tensión y oímos también las patas de sus perros, las uñas contra la piedra. Su silencio es casi peor que lo otro. El capitán partió a buscar algo, solo eso, algo. Salió sin despedirse para no romper esto que llamamos equilibrio y que sólo es una representación a punto de romperse. Su ausencia resta coraje a la tropa. Afortunadamente, están los niños y eso nos obliga a mantener el ánimo”.
Punto y aparte.
Un par de horas después, seguía leyendo: “En ese mismo momento yo aproveché para cortarle la cabeza y acabar así con la Bestia y que volviera la paz”.
Punto final.
Hay lecturas que ya nunca podrán olvidar. Mementos Lectori, las llamé una vez. Lecturas que se te quedan grabadas, por siempre jamás. A sangre y fuego. Ésta de Cristina Fallarás, editada por esa editorial guerrillera y francotiradora que es Salto de Página es una de ellas.
No sé si la lectura de “Últimos días en el Puesto del Este” me habría impresionado tanto o la habría disfrutado de la misma manera de haberla leído en otras condiciones. Quizá. Pero la fortuna quiso que las condiciones atmosféricas me ayudaran a sumergirme en la insania de una narración radicalmente despojada de artificios; escrita a cuchillo, cincelada a machete. Una narración áspera y desesperanzada. Y dura. Muy dura. Sin concesiones.
“Últimos días en el Puesto del Este” son cien intensas páginas que no dan tregua. Que nos hablan del aquí y el ahora a través de un mundo que, todavía, está por llegar. Pero que ya asoma sus garras por debajo de la puerta. Un mundo cruel, hostil y despiadado en el que la solidaridad no es sino una ilusión y la esperanza, un recuerdo.
Queda la memoria. Y la supervivencia. Y poco más.
Gracias, Cristina, por este hostión. En toda la boca.