Al estilo Tarantino

Es una de las bromillas que me gusta hacer, cuando veo una cierta complicidad con el camarero:

– ¿Cómo pongo la carne? ¿Al punto? ¿Pasada?

– A mí, al Estilo Tarantino: tan poco hecha que, al pincharla, salpique la sangre.

Me acordaba de ello hoy, que toca comer buena carne en compañía de los Gastrocafres, cuando vi que Fran Ortiz, mi estimado coautor, anunciaba este lanzamiento.

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¡Viva Tarantino!

Y ya sabéis: la carne, que sangre.

Jesús Lens , sanguinolento.

El Twitter: @Jesus_Lens

De la Marca al Concepto

Hoy publico en IDEAL un artículo con en el que no sé si estarás muy de acuerdo. Dice así:

¡Por las orejas, me sale ya el tema de la Marca! Reconozco que, al principio, la Marca España me pareció una buena idea, moderna y con sentido. Transmitía optimismo, confianza y positivismo; algo muy necesario en estos tiempos tan oscuros. Sin embargo, no tardaron en llegar la cansinez y el hartazgo: de repente, todo tenía que ser Marca: Marca Granada. Marca Salud. ¡Hasta la Marca Personal! Si no te conviertes en Marca, no eres nada. Ni nadie. No existes. De hecho, cuidar la Marca empezó a ser más importante que cuidar la línea, la presión de los neumáticos del coche y hasta que cuidar las relaciones humanas.

España es Arte, no una Marca
España es Arte, no una Marca

Pero a mí no me gusta ser una Marca. En estos tiempos en los que todo se compra y se vende, me fastidia pasar de ser un sujeto a ser un objeto. Un objeto de consumo. De hecho, ¿no empezaría a fraguarse todo esto de la Marca cuando dejamos de ser los Ciudadanos de los que hablan los textos constitucionales para convertirnos en los Consumidores de los que hablan los informes de estrategia de las multinacionales?

Y digo yo que si nos tenemos que etiquetar, identificar y describir; ¿no sería mejor pensar en una Idea que en una Marca? O, mejor aún, hablar sobre el Concepto. Lo importante es el Concepto. ¿Qué Idea de España tenemos, más allá de los colores de una bandera, los triunfos de Nadal o esa china en el zapato con forma de Peñón, que tanto nos aprieta cuando más le interesa al Gobierno de turno? ¿Cuál es el Concepto, dejando atrás la ÑBA, los desequilibrios territoriales y determinados conflictos interesados que tantas veces se engordan de forma artificial, como el hígado de las ocas, para hacer paté?

 Marca España mala

Yo empezaría a definir el Concepto de España a través de algo tan etéreo como el sabor. Del gazpacho, por ejemplo. ¡Mira que hay formas distintas de prepararlo e ingredientes con los que jugar! Pero qué bueno está. Refrescante, energético, natural… ¡como la sangría, uno de esos placeres sencillos de la vida que deberíamos recuperar! O las tortillas, esponjosas. Y el pescaíto frito.

O el olor. ¿Podríamos conceptualizar nuestra tierra en algún olor? Una vez olvidado la peste a zorruno retestinado de tantas y tantas generaciones pretéritas, España huele a aceite, a espliego, a tomillo… y a mar. ¡Por sus cuatro costados! Aires marinos, frescos y limpios. Aires de apertura y libertad. Los aires que traen esos vientos lejanos que, además de oxigenar cuerpo y mente, mueven molinos y generan energía no contaminante.

- Yo es que soy vegetariano - Vale. Pero jamón sí que comes, ¿verdad?
– Yo es que soy vegetariano
– Vale. Pero jamón sí que comes, ¿verdad?

Y tenemos la música. Y un idioma universal, compartido por miles de millones de personas de todo el mundo. Y los libros. Y los cuadros. Y todo aquello que contribuye a conformar un ingente, envidiable y caudaloso patrimonio que nos une, nos describe, nos define y nos conceptualiza. Porque el Concepto debería ser precisamente eso: apoyo mutuo, comprensión, unión, compromiso, diversidad, respeto y solidaridad.

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

 

Conversacioncita

Estoy sentado, trabajando, en la mesa de mi despacho. De repente, al otro lado de la puerta, empiezo a oír el runrún de una conversación telefónica. A los cinco minutos, estoy más pendiente de lo que dice el sujeto a su interlocutor que de mi propio trabajo.

En un momento dado, le escucho hacer una aseveración un tanto aventurada, por lo que decido salir del despacho para hacerle ver que estoy aquí, pegado, justo al otro lado de un sencillo panel de madera.

Le importa un cojón.

El tipo sigue hablando, en alta voz y sin pudor alguno. No le conozco. No es un compañero de mi empresa. Pero ahí está, en el pasillo, hablando sin parar.

 el móvil

Pasa media hora. Todavía no ha callado. Maldiciendo los avances hechos por la telefonía móvil en materia de duración de batería, decido que es hora de mear, aprovechando que aún es gratis.

Me pongo la chaqueta, abro violentamente la puerta del despacho y, al salir, lo miro fijamente. Él desvía la mirada hacia el suelo y sigue dándole al pico. “El dinerito… la barrita… la consecuencia… el trabajito…”. Se trata de uno de esos individuos que infestan su conversación con diminutivos, a diestro y siniestro.

Vuelvo hacia mi despacho caminando despacio, muy despacio. Trato de cruzar mi mirada con la suya. Imposible. Parece uno de esos camareros que, aun con el bar completamente vacío, te ignoran soberanamente, como si fueras transparente. E invisible.

Al entrar en mi cubículo, pego tal portazo que tiembla el misterio. Se la suda. De hecho, creo que ahora habla incluso más alto. Y ahí sigue. Como un conejito al que le hubieran puesto una versión mejorada de pilas Duracell.

Y que, además, se hubiera tomado tres anfetas.

Pincho a Erik Truffaz y le meto volumen.

Y pienso en lo que alguna gente podría -y debería- hacer con el telefonito. Y su culito. Insistiendo con los diminutivos.

 Móvil

Jesús Lens asqueado.

En Twitter: @Jesus_Lens

Bus Stop

Lo primero que escuchaba cada día eran sus críticas, ácidas y vitriólicas, por lo mucho que tardaba el autobús. Que si menuda vergüenza, que si así iba España, que si era inadmisible…

 

 Paradójicamente, ayer por la mañana, el autobús llegó justo a tiempo.

 

 Él se encontraba de espaldas, gesticulando y haciendo aspavientos, como solía. Sobre el asfalto y fuera de la marquesina.

  

El conductor no se dio cuenta.

  

Yo tampoco le advertí.

  

Y esta mañana, por fin, pude hablar de fútbol con los demás viajeros, como la gente normal, mientras esperábamos la llegada del autobús. Que volvía a demorarse. Otra vez.

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Jesús Lens. Esperando (y desesperando)

En Twitter: @Jesus_Lens

La estrategia del pequinés

No son sus brillantes, brutales y desconcertantes golpes de efecto lo que más me ha gustado de la novela de Alexis Ravelo, “La estrategia del pequinés”, publicada por la editorial Alrevés en su colección de Novela Negra.

 Adobe Photoshop PDF

Tampoco es lo bien planteada, llevada y resuelta que está la trama de la novela, lo mejor de la misma. Una trama al estilo clásico, con planteamiento, nudo y desenlace. Tres actos. Y algún flash back. Directo, duro y al mentón. Contundente. Seria narración. De las que te agarran y ya no te sueltan.

Y no. Tampoco son los personajes lo más arrebatador de esta historia. Y mira que son personajes interesantes, diferentes, complementarios y contradictorios. Los hay que te caen cojonudamente, nada más conocerlos y otros que, conforme hacen su primera aparición, ya te están tocando los cojones. Por decirlo suavemente. Los hay a los que te gustaría matar y los hay por los que podrías matar. Literaria y metafóricamente hablando, claro.

Alexis Ravelo

Lo que más me ha gustado de “La estrategia del pequinés” es, por tanto, que mientras la estás leyendo; te crees todo lo que pasa en ella. Te crees la acción. Te crees la trama. Te crees a los personajes. Te crees cómo hablan, cómo visten y cómo actúan. Te crees sus motivaciones, sus actos y sus reacciones. Te crees los garitos por los que pasan, las calles por las que transitan, los apartamentos y las casas en que viven y los polígonos en los que trapichean.

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Y creer lo que lees, cuando lees una novela negra y criminal que tiene un atraco como tema central; es de una importancia capital.

Estos meses estoy trajinando libros muy distintos. Ya lo vais viendo, si sois seguidores asiduos de este blog. Por eso, cuando he pillado una novela pura de género, la he disfrutado largo y tendido, leyéndola en un par de sentadas, evitando cualquier distracción que me apartara de las andanzas de El Rubio, el Palmera, Cora y Sanchís.

Alexis Ravelo, una de las cabezas visibles del noir canario, que está viviendo un momento de esplendor gracias al trabajo de Antonio Lozano, José Luis Correa, Juan Ramón Tramunt o Mariano Gambín; ha escrito una novela que no decepciona a los amantes del género negro y que atraerá a lectores poco habituales del mismo, si es que aún los hubiera, dado su feliz nivel de expansión.

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De hecho, tanto se ha expandido el género que ahora es imposible entrar en una librería y no encontrar decenas de anaqueles repletos de novelas con el sello de “negro”, “policíaco” y/o “criminal”. Por eso, ahora más que nunca, hay que separar el grano de la paja, lo auténtico de la falsificación, la denominación de origen del hecho-en-cualquier-sitio; la calidad del hecho-de-cualquier-manera; la literatura de sabrosa y nutritiva cocción lenta de la insípida y vacua literatura basura.

Y “La estrategia del pequinés” es, indiscutiblemente, una de las novelas negras que hay que leer este 2013.

Jesús Lens, aprendiendo estrategias.

En Twitter: @Jesus_Lens