Con este vídeo damos el pistoletazo de salida a un nuevo proyecto que ponemos en marcha Juan Manuel Cid y un servidor, que aún no tenemos terminado de definir, pero sí algo avanzado.
Aquí presentamos un garito, el Ónyx que… bueno. ¡Vedlo por vosotros mismos!
¿Qué os parece? En serio: ¿te imaginas que hubiera un garito como este ahí abajo, en la puerta de al lado? ¡Qué peligro! ¡Qué gusto! ¡Qué maravilla! ¡Qué adicción!
El escritor catalán Carlos Bassas del Rey ha sido el ganador del VII Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona con su obra El honor es una mortaja, un galardón que recibirá hoy vienes a las 20:30 horas en la antigua Capilla de la Residencia de San Pedro de Carmona de manos del Alcalde de la ciudad, Juan Manuel Ávila Gutiérrez, y de Manuel Pimentel Siles, presidente de la editorial Almuzara.
El honor es una mortaja es una novela de lenguaje descarnado y diálogos punzantes y ágiles. Una narración trepidante por la que discurre un elenco de personajes que remite al más clásico género negro: policías de diferentes pelajes y generaciones, asesinos profesionales, matarifes novatos, un detective de oscuro pasado, mujeres que pagan por los pecados de sus maridos y un turbio empresario del crimen. Pero es también un recorrido por distintas formas de entender la venganza, el honor y el deber en dos culturas muy lejanas, pero quizá no tan distintas.
Para su autor se trata de una historia de venganza a la que se le ha eliminado todo el componente emocional.
“Me interesaba explorar la posibilidad de un personaje que decide acometer una venganza sin odio, sin que sus sentimientos jueguen un papel en su motivación, sino por simple sentido del deber, como un supuesto samurái clásico. Por una cuestión de obligación. Ver si ese hecho anula el propio concepto de venganza tal y como lo entendemos en occidente; si la venganza, para ser comprendida como tal, necesita de esos mimbres o no. Así es la pena de muerte, por ejemplo: una venganza fría, institucionalizada y mecanizada en la que se aplica un deber sin que los sentimientos jueguen un papel en ello”.
La historia comienza cuando un rumano es asesinado con el cubo de una fregona; un inmigrante muerto que no importa a nadie, salvo al hombre que ha querido arrebatarle la vida y al policía que habrá de ocuparse del caso. Al primer cadáver le seguirá el de un cómplice, ambos crímenes unidos en apariencia por el mismo asesino, torpe pero resuelto.
El inspector Herodoto Corominas tira del hilo hasta relacionar estos crímenes con un atraco ocurrido dos años atrás en el que muere una mujer y su hijo, cuyo padre amnésico está condenado a olvidar quién fue el asesino. ¿Por qué iba alguien a vengar la muerte de dos completos extraños, a los que no recordará jamás?
El honor es una mortaja es una novela que entronca ejemplarmente con los cánones clásicos del noir, un ámbito literario en el que la tradición de los Chandler, Hammett y compañía pesa lo suyo y ha ejercido desde siempre un notable influjo entre los incondicionales del género. Bassas ha urdido una trama en la que la venganza juega un rol esencial, y en la que los diálogos, chispeantes y cargados de sarcasmo e ironía, constituyen una baza ganadora de primer orden.
“Me gusta el género negro porque, más allá de las tramas policiales, detectivescas, criminales, es un género social muy apegado al terreno, al día a día. De un realismo a veces doloroso, otras irónico, otras mordaz. Al menos el género negro que a mí me gusta, el que parió Manuel Vázquez Montalban y el que practican Camilleri y Petros Márkaris, otros dos grandes referentes; y el que nos regalan escritores como Guillermo Orsi, Lorenzo Silva, Fred Vargas, Leonardo Padura o Amir Valle: compromiso con la realidad, crítica social, personajes de la calle, que uno se encuentra por la vida. Es la novela negra que inició Hammett”, comenta el autor.
Carlos Bassas del Rey (Barcelona, 1974) es Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Completó su formación como guionista con seminarios internacionales impartidos por maestros como Richard Walter o Linda Seger y es escritor audiovisual de diversas productoras, labor que compagina con la docencia en la Universidad Pública de Navarra y en la Escuela de Imagen y Sonido de Pamplona.
Ha escrito cortometrajes, documentales, largometrajes, videoclips y spots publicitarios para empresas nacionales y multinacionales. También ha dirigido e impartido numerosos cursos de escritura creativa y narrativa audiovisual, ciclos de cine y conferencias sobre el séptimo arte, además de ser comisario de dos exposiciones («De Altamira al cinematógrafo: una odisea de la imagen» y «Navarra y el cine»).
En 2007 fue galardonado con el Premio Plácido al Mejor Guión de Largometraje en el IX Festival Internacional de Cine Negro de Manresa, y su guión Malinche fue subvencionado por el ICAA en las Ayudas al Desarrollo de Guión de Largometraje. Ha desempeñado labores como director de fotografía y montador, además de ejercer la crítica de cine en diversos medios y ser jurado en certámenes de cortometraje (Peralta, Bidasoa, Pamplona).
En 2009 fue coordinador del libro Tasio 25, editado por el Gobierno de Navarra con motivo del aniversario de la película de Montxo Armendáriz, y es Vocal de Cine del Ateneo Navarro.
A ver. Que quede claro. “Prisioneros” no es una película de Hugh Jackman. Es una película de Denis Villeneuve, protagonizada por el susodicho Jackman y por Jake Gyllenhaal, Viola Davis y Maria Bello en sus roles principales.
¿Por qué digo esto?
Porque hay espectadores que entran a ver “Prisioneros”, que es una joya y una película prodigiosa, una de las mejores del año, sin duda; pensando que va a ser un filme de acción y aventuras protagonizada por el oficialmente Hombre Más Sexy del Mundo. Y cuando se enfrentan a los 146 tensos e intensos minutos de un drama con trasfondo de thriller pueden sentirse sobrepasados. Máxime porque Hugh luce durante toda la película con el ceño fruncido y el rostro tapizado por una espesa barba.
Dicho lo cual, volvamos al primer párrafo. Y a un nombre: Denis Villeneuve. ¿Quién es Denis Villeneuve? ¿De dónde ha salido este tipo y cómo es que Hollywood lo ha puesto al frente de un proyecto tan potente como “Prisioneros”?
La respuesta es una palabra. Una sola palabra: “Incendies”.
¿Cómo? ¿Qué no sabes de lo que hablo? Pues, en ese caso, tienes una laguna cinéfila del tamaño del Lago Titicaca y ya estás tardando en llenarla. Porque “Incendies” es una de las películas mejor diseñadas y rematadas de los últimos años.
Así, no es de extrañar que “Prisioneros” sea tan buena. Una película que parte de una trágica situación clásica: la desaparición de dos niñas pequeñas, mientras juegan, en uno de esos lugares aparentemente tranquilos e inocuos de la América trabajadora en la que la gente, religiosa y honrada, vive en grandes casas de madera, viste con camisas de cuadros y disfruta comiendo asado y tarta de manzana con sus vecinos.
¿Quién se ha llevado a las niñas? Comienza la caza del hombre. Porque, desde el principio, hay un sospechoso. Y el padre de una de las niñas, interpretado por Jackman, presiona al policía encargado del caso, un impecable Jake Gyllenhaal, para que le saque la verdad. La verdad… de dónde está su hija.
Y por ahí va la tensión de la película, en la contradicción entre la (des)confianza en las instituciones y ese individualismo a ultranza que tan del gusto norteamericano resulta. Y en la obsesión por descubrir la verdad. Como método para encontrar a las niñas. O no.
El guion, prodigioso y cadencioso, avanza al ritmo preciso para mostrar todas las aristas y las contradicciones de una situación que lleva hasta el límite la capacidad de aguante de todo ser humano, sea padre, policía o sospechoso. Una fotografía oscura y tenebrosa. Un diseño de producción impecable (la lluvia, el frío, el bosque, el vecindario, la carretera, las casas, etcétera). Unos actores en estado de gracia. Un montaje perfecto que, sin trampas, conduce al espectador hasta un final que… bueno. Un final del que no se puede (ni se debe) decir una palabra.
Si te gustan las películas fáciles, no vayas a ver “Prisioneros”. Si te gustan las narraciones sencillitas, las tramas mascadas, los personajes previsibles y los guiones simplones; no vayas a ver “Prisioneros”. Si te gustan los actores guapos que lucen palmito en pantalla, en plan guay y enrollado; no vayas a ver “Prisioneros”.
Ahora bien: si quieres ver una de las grandes películas del año, una de esas películas que dejan huella; no dejes de ir a ver “Prisioneros”.
Hoy publico este artículo en IDEAL. ¿Cómo ves tú esto de la participación?
Yo pensaba que era el acontecimiento pero, en realidad, es la participación. Así lo ha puesto de manifiesto, por ejemplo, la nutrida concurrencia a buena parte de las actividades organizadas bajo el paraguas de La Noche en Blanco o los llenazos en varias salas para disfrutar de La Fiesta del Cine. Que el precio también importa, por supuesto. Pero que el hecho de participar termina por darle el sentido a infinidad de actividades lúdico-culturales y deportivas.
Así, ir a ver las exposiciones de Dalí, Velázquez o Hopper ofrece la posibilidad de gozar de un evento cultural multitudinario que, además, permite participar de las conversaciones posteriores que el mismo genera. Conversaciones de las de verdad, de las de toda la vida. Pero, sobre todo, visitar las muestras temporales del Thyssen o del Reina Sofía da acceso a esos otros foros cada día más importantes: los virtuales.
Cuando cuelgas una foto en tu muro del Facebook, posando frente al tigre desbocado de Dalí, estás abriendo la veda a una sucesiva oleada de comentarios, mails, chats, privados, güasaps, etcétera que te hacen participar de una conversación global. Que es lo que se lleva ahora. Ir al Prado está muy bien, pero nadie habla de las grandes obras de Rubens. Sin embargo, en 2013, todos tenemos algo que decir sobre el surrealismo y sus apóstoles.
Y ahí radica, también, buena parte del éxito de muchas de las series de televisión que todo el mundo tiene en la boca: si no has visto el comienzo de la tercera temporada de “Homeland” o la vuelta de “The Walking Dead”, no eres nadie en la barra del bar y corres el riesgo de quedar excluido de buena parte de las conversaciones. ¡Ese Twitter, echando humo con todo el mundo comentando en tiempo real lo que pasa en cada capítulo! Por eso, además, todas las grandes cadenas están desarrollando Apps para tratar de canalizar las conversaciones seriéfilas hacia sus dominios, a ver si consiguen que los seguidores de Brody se enganchen a “The Bridge” o “The Americans”.
De esta contagiosa y extraordinaria fiebre por la participación viene, también, el éxito de esos Clubes de Lectura en los que los aficionados a la literatura tienen ocasión de compartir sus vivencias, sus sensaciones, sus gustos y sus disgustos. Y es que la lectura, afición solitaria como pocas, también exige su cuota participativa. Por eso, cuando se desatan fenómenos como los de Grey, Larsson o Da Vinci, sus efectos son como los de un tsunami.
O las Jornadas Gastronómicas. Raro es el restaurante que no organiza algún tipo de evento que incite a los clientes a participar en algo que, se supone, debe ser algo más que una comida o una cena. Cuando no es un cocinero invitado, es una cata, un maridaje o una degustación. Lo que sea, con tal de que el cliente se sienta partícipe, integrante o protagonista. Es el signo de los tiempos.
Se suele decir que, si te gusta una novela, no quieras conocer al autor. Vayamos a fastidiarla.
Recién terminada de leer “Cómo matar a una ninfa”, publicada por Random, puedo recomendarte y te recomiendo que, además de leerla; hagas lo posible por ir a alguna de las presentaciones que su joven e intrépida autora, Clara Peñalver, está haciendo a todo lo ancho y lo largo de esta España nuestra.
Porque Clara, además de ser un encanto, se viene arriba en sus presentaciones, hablando con total desparpajo de los entresijos de su novela, pero sin desvelar nada de su argumento a los potenciales lectores. Es tan sencillo como esto: cuando escuchas a Clara hablar de “Cómo matar a una ninfa”, no solo te llevas la novela a casa, sino que abandonas cualquier otro libro que estuvieras leyendo para sumergirte en la historia protagonizada por Ada Levy.
Levy. Ada Levy.
¿Quién es Ada Levy? Una chica, joven, motera y dura, pero tierna a la vez. Independiente, pero muy necesitada de cariño y comprensión. Y valiente. A veces, hasta la inconsciencia. Pero, sobre todo, Ada es real. Es de verdad. Es de carne y hueso. Es un personaje tan creíble que entra dentro de esa categoría que, para mí, es tan especial y significativa: la de los personajes de ficción con los que me gustaría tomar una Alhambra Especial muy fría.
Ada colabora en una pizzería de Granada cuyo dueño, enigmático e interesante, tiene como ocupación paralela y complementaria el investigar los típicos casos que se encargan a los detectives privados: cuernos, infidelidades, bajas laborales, etcétera. Y Ada le ayuda con algunos seguimientos, informes y fotografías.
La trama arranca con un encargo especial: localizar a una modelo muy conocida que lleva días desaparecida. Y ello, en un contexto de terror generalizado ya que un asesino en serie está aterrorizando Andalucía. Un asesino que se pirra, precisamente, por las chicas jóvenes y guapas…
Ada transita por una Granada que, para los nativos, resulta igualmente creíble y bien retratada; pasando por algunos garitos y locales con personalidad, del restaurante de Álvaro Arriaga a la Qarmita o el Alexis Viernes. De la misma manera, cuando tiene que viajar a Córdoba y Sevilla, disfrutamos de sus escapadas. Además, los secundarios de la historia también tienen personalidad propia, algo esencial en cualquier novela que se precie, sobre todo, si tiene visos de convertirse en saga, como ocurre en este caso.
Y están las tramas. La primera, negra y criminal. Ya la hemos avanzado. Pero hay una interesante subtrama muy apegada a la realidad y a ese acoso machista que esta sociedad tan aparentemente moderna tiene que seguir soportando, bien entrados en el siglo XXI. Además de un fabuloso viaje por Galicia que…
Que no voy a seguir describiendo. Que te hagas con “Cómo matar a una ninfa” y que la leas, a la voz de ya. Y que así podremos comentarlo, ¿no te parece?