El invitado

Tardó en llegar. Como si se hiciera el interesante. Todos lo esperábamos. Incluso con ahínco. Pero no terminaba de aparecer.

Será por eso que ahora no hay quien lo largue. Y aquí está, incombustible, dándonos la brasa.

Hay momentos en que parece que, por fin, va a pirarse, a irse, a marcharse. Amaga con levantarse y salir. Pero no. Se queda. Imperturbable. Impertérrito. Da igual lo que le digan. Ahí está. Presente. Impasible el ademán.

Yo creo que lo hace por provocar.

Impávido, pavoneándose y regodéandose, no hay manera de que se vaya de una maldita vez.

El verano. El largo y cálido verano de 2013.

16 de octubre. Tarde. Avda. Fernando de los Ríos. Granada.
16 de octubre. Tarde. Avda. Fernando de los Ríos. Granada.

Jesús Lens, cociéndose.

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En Twitter: @Jesus_Lens

Gravity

El principal problema que tiene hablar de “Gravity”, llegados a este punto, es que la película de Alfonso Cuarón ya no es solo una película, sino todo un fenómeno, un acontecimiento planetario, una explosión sin parangón desde los tiempos de “Avatar”.

 Gravity cartel

Y, como en el caso de la película de James Cameron, el 3D tiene mucho que ver en el éxito atómico y universal de una película que… ¿es para tanto? Cinematográficamente hablando, quiero decir.

Yo, como (casi) todo el mundo, gocé, flipé y aluciné en colores viendo las aventuras de Clooney y Bullock en el espacio. Y flipé de tal manera que guardo en la memoria más sensaciones e impresiones que recuerdos cinematográficos. Tengo ahí grabado, a fuego, el vértigo de las caídas y la sensación de centrifugado, cuando ella va dando vueltas sin control. Y la sensación de ingravidez. Y la sensación de paz, belleza, silencio y serenidad que transmiten muchas de las imágenes de la película. Y la sensación de ahogo y asfixia, cuando Sandra se nos ahoga. Y, y, y… ¡tantas sensaciones!

 Gravity imagen

Tantas sensaciones juntas, seguidas y concatenadas como no recuerdo haber experimentado en el cine, desde la referida “Avatar”, con ninguna otra película. Y, a la vista de las astronómicas cantidades que la película está recaudando en los cines; está claro que otra mucha gente está compartiendo esta desatada Gravinsanity.

La pregunta llega a la hora de analizar la película, más allá de los supuestos errores científicos de los que se la acusa y que a mí, personalmente, me importan un carajo. Porque “Gravity” no es un documental científico. Es una película. Con su guion, sus trucos, sus efectos y su dramaturgia.

 Gravity bullock

Y ahí queríamos llegar. Al guion. O a su falta de. A esos mensajes de superación personal y de “voy a conseguirlo” que serían más propios de un estudiante de enseñanza media que de toda una doctora que se encuentra desarrollando una labor de alto riesgo en el espacio exterior.

Que sí. Que es verdad.

Pero que, ante el derroche visual y la espectacularidad de las imágenes… ¿a quién le importa? A mí, desde luego, no me importa (casi) nada. Como, insisto, no me preocupa el rigor científico sobre el que se ha hecho tanto hincapié.

 Gravity

Me quedo con las sensaciones. Porque es el único camino posible, si queremos seguir viendo cine en las salas: las sensaciones. Y es que, como tampoco me canso de repetir, no es lo mismo ver una película que ir al cine.

No son iguales las risas de “Las brujas de Zurragamurdi”, compartidas en una sala llena, que en la soledad de tu casa. Ni se disfruta igual del menú de “Caníbal” entre los murmullos de la platea, atestada de público, que en la discreción de tu salón. Aunque te comas unas albóndigas caseras mientras Antonio de la Torre se cena su filetico, rico, rico.

 Gravity poster

La gran virtud de “Gravity” es demostrar a la gente que, pagar por ir al cine, tiene sentido. Y recompensa. Que merece la pena. Que la experiencia deja buen sabor de boca. Que es un lujo. Que hay que hacerlo. Volver. A ir. Una y otra vez. Porque el cine genera adicción. Y películas como “Gravity” contribuyen a incentivarla y acrecentarla.

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

 

Justo lo veía claro

A esa conclusión es a la que he llegado, tras leerme tres años de columnas de Justo Vasco.

Que lo veía claro.

Me explico:

Justo Vasco es un extraordinario escritor cubano que se vino a España allá por los noventa. Y se afincó en Gijón.

Fotografía de Daniel Mordzinski
Fotografía de Daniel Mordzinski

Durante tres años, escribió colaboraciones semanales en la prensa asturiana. En “La Voz de Asturias”, concretamente, bajo la denominación de “Fabulaciones”.

Justo escribía sobre todo. Lo que le daba la gana. Sobre lo divino, pero mucho más a menudo, sobre lo humano. ¡Y nada de lo humano le era ajeno!

Lo mejor de todo es que buena parte de las columnas de Justo, leídas diez años de haber sido escritas y publicadas, no solo siguen teniendo vigentes y se leen con la misma frescura que si hubieran sido escritas hoy; si no que demuestran que Justo era un visionario y que predijo buena parte de la cochambre que ahora estamos sufriendo.

Justo alertó contra los excesos del sistema financiero, sobre los despropósitos en materia de educación, contra el delirio nacionalista y contra las ínfulas imperialistas. Justo, además, no se casaba con nadie. Y, por eso, no le tiembla el pulso a la hora de denunciar las barbaridades y las burricies de los unos y los otros. De los de aquí y de los de allí. De los diestros y de los siniestros.

Justo Vasco y Guillermo Orsi; dos escritores de talla y altura
Justo Vasco y Guillermo Orsi; dos escritores de talla y altura

Desde hace un mes, en la web dedicada a Justo Vasco se están poniendo on line sus columnas semanales, justo el día en que fueron publicadas, allá por 2002, 2003 y 2004.

Échales un vistazo.

No solo vas a redescubrir a un preclaro analista de la realidad sino que, además, disfrutarás de una exuberante prosa ácida, sarcástica y afilada. Más afilada que la hoja de un cuchillo jamonero.

Ya sabes.

AQUÍ: Todo Justo Vasco.

Fdo.- Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens