– En dos palabras: soy rico.
– Pero no sabroso – le dijo ella, dejándole con la palabra en la boca.
Jesús Lens
Me pasé en vela la noche del domingo al lunes. Hasta pasadas las 6 de la madrugada no pegué ojo. Y eso que me acosté derrotado. Por cansado, quiero decir, que al irme a la cama llevaba yo encima una copa.
¡Y menuda Copa!
La del Rey. De baloncesto.
Madrugada en vela que aproveché para rematar la lectura de “El sueño de mi desvelo”, precisamente: las memorias baloncestísticas de Antoni Daimiel, que han constituido mi libro de cabecera durante estas noches, en Málaga.
Todo empezó el jueves por la tarde, al salir del trabajo y poner rumbo a Málaga. Allí nos esperaban a mi Cuate y a mí unos abonos para esa Fase Final de la Copa, la competición más adictiva que hay en el mundo de baloncesto: los 8 mejores equipo del año enfrentados en eliminatorias directas. Un fallo y a la calle.
¡Solo puede quedar uno!
Es verdad que hubo calor, color y pasión en el pabellón Martín Carpena de Málaga, donde vimos coronarse como Rey de Copas al Real Madrid, gracias a una canasta icónica y sobre la bocina de Sergi Llull que servía para derrotar nada menos que al Barça de Navarro.
Pero donde Pepe y yo disfrutamos del auténtico calor de Málaga fue en un pueblo muy cercano a la capital, en Churriana, donde Tere, Manuel y Ale tuvieron a bien acogernos en su hogar, alojarnos y hacernos sentir como en casa.
¡Monumento a la hospitalidad ya!
Días de carretera, gradas, balones y baloncesto. Días de risas y rivalidades, de la decepción del Unicaja a la alegría canaria, pasando por las charangas del Baskonia y el Pío, Pío canarión. Paseos por el Muelle Uno, la Málaga costera y La Moraga, de día y con sol.
Noches de queso y cerveza, en nuestro refugio de Churriana, de charla y de huevos. Muchos huevos. Rellenos. Madrugadas de risas y sueños. De sueño y de tardío despertar, para encontrar el Pitufo crujiente en la tostadora y el Sur en la mesa, gracias a Manolo, al que el concepto “anfitrión” se le queda corto.
Las comidas caseras, sin embargo, sí las hicimos en la calle. En La Loma, el arroz con bogavante, por ejemplo. A precio no ya de amigo, sino de hermano. ¡Qué textura! Y esa ensalada de queso con miel de caña…
– ¿Postre?
– No postre no.
– Solo un pizco para compartir.
¡Y cómo está ese postre, ese milhojas!
Más partidos. Más risas. Más bromas.
– ¿Tú con quién vas esta tarde?
– ¿Yo? Contra el que no vayáis vosotros, sean el Baskonia o el Valencia. Que con el Tenerife sí que estoy a muerte.
Y es que lo pasamos bien, con los chavales. ¡Qué chavales, Ale y Marce! Entre la filosofía y el fiscorno. Entre el jazz, Eminem, la música sinfónica y el jazz. Y el cachondeo, siempre; los piques y las bromas amistosas.
De vuelta a casa, comida turca, que Tere nos cuidó a cuerpo de reyes. Pero antes de dormir, un poquito de NBA, que no habíamos tenido baloncesto suficiente. Portland-Indiana. Y, por la mañana, ya estaban allí el Pitufo y el Sur. El Sur y el Pitufo. ¡Qué pareja tan bien avenida!
– Hoy, carne. Pero antes…
¡Dí que sí, Manuel! ¡Eso es un bar! La Concha.
– O El Cateto, que es como lo conoce todo el mundo en Málaga.
¿Tú sabes ese momento en que traspasas la puerta de un bar y sabes que allí va a pasar algo grande, muy grande? No hicieron falta más que cuatro cervezas, unas fotos, una charla y unas risas con el dueño del garito y, claro, unas gambas, unos búsanos y unos salmonetes para tener un nuevo bar en la Galería de los Imprescindibles.
Las semifinales siguieron el guion pactado. Y como nos habíamos puesto ciegos de morcilla y chorizo, de buey y de otras viandas tan suculentas como imprescindibles; esa noche solo fuimos a La Moraga, a escuchar el jazz manouche, el jazz gitano que nos entregó, otra vez vencidos, pero victoriosos, a la madrugada en Churriana.
¡Ay, La Moraga! Ese garito que Paco y Concha han puesto sobre el mapa musical español en apenas unos meses y donde hasta los chiflidos y los aplausos del público tienen swing.
El domingo ya era tarde. Llovía. Y mucho. Y hacía viento. Pospusimos la visita al CAC y nos aplicamos sobre el pitufo. Y el Sur. Antes de poner rumbo a El Palo. Otro garito amigo. Juanito. Otro sitio en que a Manolo, García, le conocen por el nombre. Y así le tratan, como al último de la fila, pero al primero en los afectos.
Pescado. Conchas finas. Y la gran sorpresa: la sopa de ViñaAB. Pero sobre la sopa ya volveremos. Que nos espera Antonio en el pabellón, seriamente sonriente. La Copa cabalgaba hacia su desenlace y todo el mundo estaba más tranquilo y relajado. ¡Qué grande es Antonio! Ya conozco a otro Comisario, además de Camarasa, que es un tío grande. Además de comisario.
Casi tanto como ese Ale que, después de tantas risas, pullas y bromas, tuvo el detallazo de ir a la final de la Copa ataviado con… la camiseta del CB Granada que mi Cuate le regaló hace unos años, cuando creíamos que el baloncesto era posible. ¡Eso es clase, chaval!
Lo demás es historia.
Cuatro días de baloncesto, pero sobre todo, de amistad. Y de reconocimiento a esos nuevos/viejos amigos que uno deja en Málaga, con tanta melancolía como agradecimiento.
Lunes de ojeras, de balones que aun ruedan por el parqué de la memoria, de triples imposibles y de Copas conseguidas. Y están el gran Joselito. Y Gonzalo, casual, sorpresivo y estupendo compañero de final. Y toda la gente que, con simpatía y buen rollo, ha compartido estos partidos desde las gradas, fueran del Barça, del Madrid o del Sunsum Corda.
Un lunes, sobre todo, de emocionado recuerdo pos cuatro días compartidos con mi Cuate y con la buena gente de Málaga, ese Frente Boquerón que se ha hecho acreedor de la parte más alegre y festiva de mi corazón.
Jesús Lens
Me ocurrió en Líbano. Habíamos ido de viaje una Navidad, aprovechando que parecía que se había abierto una ventana de paz en una zona habitualmente conflictiva y en situación de tensión permanente. Sin embargo, nada más llegar a Siria, comenzó un recrudecimiento de las hostilidades entre Israel y Palestina, lo que volvió a incendiar todo el Oriente Medio.
Era mediodía cuando arribamos a uno de los enclaves históricos más importantes de El Líbano: una fortaleza medieval de la época de las Cruzadas. Me quedé helado, de piedra nunca mejor dicho, al encontrar que los muros del castillo estaban rodeados de sacos terreros y que, en su interior, en el patio, al otro lado del arco de entrada; había un enorme carro blindado. (Ver la foto aquí, para hacerse una idea)
Para entrar a ver el monumento no hubo que sacar entrada sino que tuvimos que convencer al militar al mando de que éramos viajeros españoles. ¡Qué caras, las de los soldados, cuando se cruzaban con nosotros y nos veían atender las explicaciones histórico-artísticas de Daniel, nuestro guía!
Mientras caminaba por el interior de aquella joya arquitectónica, no dejaba de mirar al cielo. “¿Te imaginas que justo ahora comienza una ofensiva de Israel y les da por bombardear precisamente este castillo?”
Lo peor era pensar en los periódicos españoles. Titular: “Viajeros españoles fallecidos en Líbano por ataque israelí” Subtitular: “Los lumbreras estaban haciendo turismo en un enclave militar controlado por el ejército”.
Pero también me jodía, profundamente, pensar que aquella maravilla del patrimonio de la humanidad podría resultar afectada por las bombas, en mitad de un conflicto bélico. De hecho, la guerra civil en Siria, además de cobrarse miles de vidas humanas, también ha terminado con algunos enclaves culturales, históricos y artísticos de valor incalculable. Como el zoco medieval de la ciudad de Alepo, que ardió completamente en 2012.
La pregunta es: ¿tiene importancia la preservación del patrimonio, durante un conflicto armado?
Y con ello enlazamos con el libro que comentamos. Pronto los tendremos hasta en la sopa. Porque el reparto de la película escrita y dirigida por George Clooney incluye, además de al propio Clooney; nada menos que a Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Cate Blanchett, Bob Balaban, Jean Dujardin y Hugh Bonneville.
¡Casi nada al aparato!
Pero la película, que se estrena en el próximo Festival de Berlín, está basada en un libro, muy interesante, de Robert Edsel; en el que se cuenta una de las operaciones más desconocidas, sorprendentes e interesantes de las desarrolladas durante la II Guerra Mundial.
La denominación de Los Hombres de los Monumentos es una fiel descripción de la titánica, ingrata e imprescindible tarea que llevaron a cabo algunos de los oficiales y soldados de los ejércitos aliados que reconquistaron la Vieja Europa a las tropas nazis: tratar de proteger de los estragos de la guerra algunos de los edificios, esculturas, cuadros y obras de arte más importantes de la historia de la humanidad.
Y, como si fueran detectives, también siguieron la pista de centenares de obras robadas por los nazis, durante su precipitada huida de países como Francia, Bélgica u Holanda.
Sin olvidar el expolio al que los alemanes sometieron a los judíos, antes del exterminio, incautándoles “legalmente” muchos de sus más preciosos tesoros artísticos. Por ejemplo, la última novela de Leonardo Padura, «Herejes», que reseñamos aquí, cuenta uno de esos terribles casos.
“The Monuments Men” es un libro apasionante en el que, con todo rigor, se repasa la vida y la intervención de un puñado de locos por el arte que convencieron a los máximos jerarcas aliados de la necesidad de preservar las joyas de la cultura de la Vieja Europa, al formar parte de su esencia y haber contribuido al desarrollo de la civilización.
No sabemos si, hoy, un empeño como ese sería comprendido y aceptado, dado el descrédito que las artes, las letras, la filosofía y la historia empiezan a tener entre determinados sectores de la sociedad.
Confío en que el estreno de la película sirva para encender un debate imprescindible: ¿sería Europa la misma, sin sus tesoros culturales? ¿Y los europeos, si es que existe dicha denominación de origen?
Jesús Lens
¡Qué salto pegué, al verla en la librería!
¿Una novela de Elmore Leonard titulada Yibuti?
La leyenda de la portada, impresa, me habría animado comprarla, aún más, de haber albergado alguna duda: “La última obra del gran maestro de la novela negra norteamericana”.
Una leyenda con un doble sentido para el concepto de “última” ya que, además de ser la más reciente, a no ser que aparezcan manuscritos póstumos, es la última novela terminada por Leonard.
Y mire usted por dónde, esta postrer obra del gran maestro de las letras negras norteamericanas, en vez de en su querida y quebrada Detroit, transcurre en África, en el mismo escenario al de una de las grandes películas del año, a la que veremos acaparando nominaciones para los Óscar: Capitán Phillips. (Al final, tampoco han sido tantas…)
La acción de Yibuti acaece en uno de esos lugares que se han convertido en un agujero negro: el Cuerno de África. Somalia y alrededores. Primero fueron los Señores de la Guerra y después los Piratas.
Piratas.
¡La de connotaciones que tiene la palabra!
Y ahora, si quieres saber más… ¡sigue leyendo!
Jesús Lens