Continuamos con la segunda parte de dedicada en Cine con Swing a «Los Fabuloso Baker Boys». La primera parte está aquí. Y la entrada sobre la Banda Sonora, aquí.
“Michelle fue la guinda del pastel”, sostiene Kloves. “Su interpretación de Susie Diamond está perfectamente ajustada y resultó ser una cantante maravillosa. Michelle es una actriz con registros ilimitados”. Y es que, aunque hubiera hecho sus pinitos vocales anteriormente, en la secuela de “Grease”, la Pfeiffer no era cantante y, de hecho, empezó a tomar lecciones solo dos meses antes de la película.
Para preparar su papel, al que optaron antes que ella actrices como Debra Winger, Brooke Shields, Jodie Foster, Jennifer Jason Leight o la mismísima Madonna; Michelle estuvo trabajando en sesiones de hasta diez horas diarias en el estudio y, después, se llevaba las cintas a casa, para seguir practicando. Porque no es lo mismo cantar con el acompañamiento y el apoyo de toda una banda detrás que hacerlo únicamente acompañada por el sonido del piano. Generalmente de dos. Pero, a veces, de uno solo.
Como en la toma más famosa de la película, en la que Susie y Jack han de actuar solos en uno de los conciertos de Navidad para los que les han contratado en un fastuoso hotel de fuera de Seattle, dado que Frank ha tenido que volver precipitadamente a casa por un accidente familiar.
Susie comienza su actuación subida en lo alto del piano, tumbada sobre él. Tras ponerse de pie, poco a poco va descendiendo, con delicadeza y seductoramente, ante la atónita mirada de un Jack que, por fin, parece estar disfrutando al tocar su música. Ella canta “Makin’ Whoopee” y con su actuación enamora al público, al pianista y, por supuesto, al espectador de la película.
Para diseñar la coreografía de esta toma, que requirió de seis horas de filmación, la actriz no necesitó más que una sola lección, pero durante los ensayos llevó coderas y espinilleras, por lo que pudiera pasar a la hora de bajar, con esos taconazos, por el borde del piano.
Ese es el punto de inflexión de una película que, hasta entonces, había venido marcada por la relación entre los hermanos. Relación, como dijimos, fría y poco cordial. Tensa. Una relación de conveniencia. Lo pudimos apreciar cuando Frank entra en un garito de jazz tras otra noche de mierda y una discusión con su hermano.
Jack llega al Henry’s uno esos clubes con alma en los que se entra bajando unas escaleras y en los que un grupo se deja la piel, vibrando sobre el escenario. Al piano, un chaval. Uno tan joven y talentoso como alguna vez fue el propio Jack. De hecho, el espectador tiene la certeza de que Frank no solo fue cliente habitual del garito, sino que también tocó ese mismo piano, sobre ese mismo escenario, tiempo atrás. Mucho tiempo atrás.
El dueño del local saluda afectuosamente a Jack, aunque le afee lo poco que se prodiga:
– ¿Cómo le va a Jack Baker? ¿Todavía estás en el Sheraton?
– Me evita problemas.
– Entonces, ¿qué haces aquí?
– Buscar problemas.
Una tarde, cuando Jack y Susie ya se han enrollado, para desesperación de Frank, que empieza a ver cómo se le viene abajo su proyecto; ella irá a buscarlo a su casa. No es que hayan comenzado una relación seria, pero a ella se la ve ilusionada. Jack, sin embargo… La joven vecina, con un punto de celos, le indica que ha salido, pero que puede encontrarlo en Henry’s. Un Club que, no por casualidad, está cerca del apartamento de Jack. De hecho, podemos estar seguros de que el pequeño de los hermanos Baker no ha buscado un alojamiento más lujoso para no perder la cercanía con lo único que sigue siendo puro, desde su punto de vista vital. Lo único que le mantiene unido a lo que una vez fue… y le gustaría volver a ser: un músico de verdad. Un artista, y no un artesano.
Y allí encontramos a Jack, con una sonrisa de oreja a oreja, tocando abrasadoramente, volcado sobre el piano, concentrado en su música, casi, casi levitando. Tanto que ni siquiera se percata de la presencia de una Susie con la que un poco más adelante terminará discutiendo.
Ella abandona a Los Fabulosos Baker Boys y, por fin, estalla la tormenta entre los hermanos. Esa tormenta que se venía gestando desde el principio de la película. Porque los dos, además de tener concepciones muy diferentes de la vida, tampoco entienden el arte de la misma manera. Son tan distintos… como los dos hermanos que les dan vida en pantalla.
Jack, Jeff Bridges, es guapo y seductor y, debajo de esa apariencia cínica de tipo duro, malaje y bebedor; late un cálido corazón, como se pone de manifiesto a través de la relación con su vecina… y con su perro. Frank, Beau Bridges, es mayor, feote y tirando a ridículo. Pero también es, además de consciente, serio y profesional, un buen hermano. El que guarda los trofeos y los premios que ambos han ido ganando a lo largo de su vida, sobre todo, cuando eran niños-prodigio. El que, posiblemente, ha evitado que su hermano se fuera por el mismo despeñadero que tantos otros músicos de jazz antes que él. Y después.
Un hermano consecuente que comprende y admite que Jack necesita un cambio en su vida, respetando el nuevo camino que ha elegido tomar: dos noches a la semana tocando el piano en ese garito en que se siente, de verdad, como en su casa. Y, a partir de ahí, lo que venga.
Ver a los dos hermanos tocando juntos de nuevo, por placer, resulta emocionante. A fin de cuentas, tampoco son tan diferentes. Si hasta sus nombres son casi idénticos. Jack y Frank. Frank y Jack. Las dos caras de una misma moneda. Por cierto, que los hermanos Bridges tuvieron buenos maestros a la hora de aprender a tocar el piano, de cara a la filmación de la película: el compositor y pianista Dave Grusin se encargó de Jeff y John F. Hammond hizo lo propio con Beau.
Según señala el director de “Los Fabulosos Baker Boys”, Jeff Bridges siempre fue su primera opción para interpretar a Jack. Tal y como lo define Kloves, “es uno de esos actores que nunca parece que están actuando. Todo resulta muy sencillo y fluido con él, tan natural que no parece que trabaje su papel”.
La llegada de Beau al proyecto fue distinta: cuando se planteó la posibilidad de que participara en la película, el propio Kloves era renuente, pensando que podría parecer una jugada demasiado forzada. Sin embargo, cuando el guion estuvo definitivamente ultimado, el director reconoce que “habría matado por tenerlo a bordo. Beau posee una maravillosa habilidad para lograr momentos memorables en sus películas, con un sencillo gesto”.
¿Y Susie? ¿Qué pasa con esa Susie que carga a sus espaldas con una azarosa vida de hotel, siempre entre congresos y convenciones, consiguiendo improbables contratos para hacer anuncios de comida para gatos y sacándose un extra de vez en cuando, al quedarse a dormir con algún viajante que le pareciera más o menos atractivo?
Nos gusta Susie. Claro. ¿Cómo no va a gustarnos una chica que sostiene que ella no fuma cigarrillos americanos, que solo fuma los muy exclusivos “Paris Okans” porque “si te metes algo en la boca, que sea lo mejor”? Es una forma de marcar su territorio. Después, cuando coja de la mano de Frank uno de los sempiternos Chester que no deja de fumar, y le de una calada, mirándole a los ojos; le estará mandando una señal clara e inequívoca: Ahora sí.
A Madonna, una de las actrices que pudieron interpretar a Susie, el final de la historia le parecía muy blandito. Y soso. Sin embargo, no se me ocurre un final mejor y más apropiado para la cinta. Un final abierto y levemente optimista, que casa perfectamente con el resto del guion, de la historia y de la trayectoria de unos personajes de los que, igual que no sabemos exactamente de dónde vienen, tampoco sabremos hacia dónde irán, al final de la cinta, cuando aparezcan los títulos de crédito.
Resulta significativo que, a excepción de una de las chicas con las que Jack duerme al principio de la cinta y que sirve para mostrarnos su forma de vida, nunca veamos al resto de personas que orbitan en torno al trío protagonista. Ni sabremos nada de la familia de Jack ni veremos asomar a ese tipo que contrata a Susie y que termina de romper su relación con los Baker Boys. Excepto a la vecina de Jack, necesaria para dulcificar su carácter huraño y arisco; todos los demás personajes que aparecen en escena son poco más que extras, imprescindibles para que avance la acción.
Pero ninguno tiene la entidad suficiente como para ser considerado, siquiera, un secundario. Y es que “Los Fabulosos Baker Boys” es una pequeña joya, uno de esos Bocados de Realidad que hablan, con sinceridad, sobre lo que supone ser músico, tratar de ganarse la vida con ello con una cierta dignidad… y no morir en el intento.
Cid & Lens
Aquí va la tercera entrada sobre la música en «Los Fabuloso Baker Boys»