Esta semana, me siento como en un intermezzo, esa pieza musical que va como relleno de otras más importantes. Y de ello hablo en IDEAL.
Tras la manifestación del sábado, cuyos resultados han sido recibidos con disparidad de opiniones; nos encontramos con un PP que sale tímidamente a la ofensiva en temas que, hasta ahora, eran punta de lanza del PSOE. Por ejemplo, los populares critican con acierto la supresión del gran concierto inaugural de la Orquesta Ciudad de Granada, que vuelve al Auditorio Manuel de Falla tras su paso por la Explanada del Palacio de Congresos y la Plaza de Toros, donde podía ser disfrutado por miles de personas.
El PP también sale en tromba en la cuestión de las infraestructuras, con la Autovía de Iznalloz como estrella de las promesas incumplidas por la Junta de Andalucía. “¿Dónde están las Mareas y las Plataformas?”, se pregunta Sebastián Pérez. Imagino que será una pregunta retórica, que esos fenómenos no surgen por generación espontánea, como los activos y comprometidos miembros de la Marea Amarilla o la Plataforma por la Reapertura de la Biblioteca de Las Palomas pueden atestiguar.
Durante este intermezzo, asistimos a una cascada de nuevas informaciones provenientes de la UDEF, con el Serrallo y la anterior corporación municipal como protagonistas. Y está el macrojuicio sobre el “cortijo” que montaron unos cuantos listos, a cuenta de la venta de entradas a la Alhambra. Ese goteíllo constante de la corrupción, que no cesa.
Arrancado el curso escolar y con los chavales de vuelta a las aulas, no parece que el tráfico haya empeorado ostensiblemente. Pero tampoco ha mejorado, por supuesto. Y sigue habiendo problemas de infraestructuras y de falta de profesorado en algunos centros educativos, pero ya estamos tan acostumbrados a ello que, por desgracia, forman del paisaje.
Por otra parte, y a la espera de la manifestación contra la (con)fusión sanitaria del mes que viene, parece que ya no hay tantos problemas de logística en el hospital del PTS, aunque las quejas por los retrasos en la atención y la falta de médicos son una constante en las Redes.
Avanza septiembre a un ritmo lento, pesaroso y cansino, en busca de ese veranillo del membrillo que certifique la llegada efectiva del otoño y sus nuevos desafíos: los presupuestos municipales, la apertura del Nevada o la llegada de miles de universitarios con ganas tanto de aprender como de beber.
No hay un caso más y mejor terminado que el de Hannibal Lecter para comprobar hasta qué punto pueden llegar a retroalimentarse el cine, la literatura y la televisión a la hora de crear uno de los iconos más salvajemente fascinantes de la cultura popular contemporánea.
Empecemos por señalar que el célebre y sofisticado psiquiatra antropófago nació como personaje secundario en una de las primeras novelas del escritor Thomas Harris, “El dragón rojo”, publicada en 1981 y en la que se cuenta la historia de Will Graham, un detective retirado que ayuda al FBI en la captura de un asesino en serie apodado por la prensa como el Duende Dientudo. En esta novela, Lecter, gracias a su inteligencia, termina quedando por encima del resto de personajes, tanto de los malos como de los buenos, ganándose el aprecio de los lectores.
“El dragón rojo” fue adaptada al cine, en 1986, por un director de la talla de Michael Mann, lo que permitió al autor dedicarse exclusivamente a la literatura, sin prisas ni agobios económicos. Y así llegamos a 1988, año de la publicación de “El silencio de los corderos”, su novela más famosa y conocida y en la que Hannibal Lecter se convierte, por fin, en el protagonista absoluto. Y es que el personaje, basado en el Dr. Salazar, un sádico médico condenado a 20 años de prisión y al que Harris entrevistó en prisión en su etapa como periodista; tenía una fuerza arrolladora.
Tanta que, en la célebre adaptación cinematográfica realizada por Jonathan Demme en 1991, el doctor Lecter, brillantemente interpretado por Anthony Hopkins, solo necesitaba aparecer en pantalla quince minutos para que su presencia se hiciera perceptible durante las dos horas largas de metraje de una película que cambió la historia del cine negro y criminal.
Y es que se celebran ahora veinticinco años de un estreno que, protagonizado por un cruel caníbal asesino en serie, no solo consiguió fascinar a los espectadores de todo el mundo y ganarse el favor del público, sino que se alzó con los cinco Oscar más importantes del año: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Adaptado, Mejor Actriz y Mejor Actor. ¡Ahí es nada!
Tras el espectacular éxito de “El silencio de los corderos”, todo el mundo quería más Lecter. Tanto los lectores de las novelas como los espectadores de los cinco continentes ardían por saber cómo continuaba la historia de Hannibal y de la agente Clarice Sterling.
Harris, fiel a su costumbre, se lo tomó con calma. De hecho, allá por 1994, el director de “El silencio de los corderos” confesó a la prensa que Harris, un tipo esquivo y huidizo del que apenas existen fotografías y que, por supuesto, jamás comparece ante los medios de comunicación; le había dicho que él veía a Lecter paseando por la vieja Europa, por las calles de Florencia o Múnich, deteniéndose en las tiendas de los viejos anticuarios y comiendo en los restaurantes más selectos.
Mientras Harris escribía la novela, el productor Dino de Laurentiis, que era el dueño de los derechos del personaje de Lecter y los había cedido gratis a otra productora para que hiciera “El silencio de los corderos” (decisión de la que siempre se arrepintió) negociaba con Jonathan Demme, Anthony Hopkins y Jodie Foster el importe de sus contratos, de cara a su ansiada secuela, en un intento de repetir el mismo éxito comercial y de crítica de la anterior película.
Primavera de 1999. Tirada de 1,6 millones de ejemplares de “Hannibal”, título con el que Harris lanzó al mercado una novela escrita, en realidad, para ser llevada al cine. Éxito total y apoteósico. Primera edición agotada y millones de libros más en imprenta, que se seguirían vendiendo como churros. Pero entonces llegaron los primeros problemas: Jonathan Demme, horrorizado por lo violento y sádico de “Hannibal”, se descolgaba del proyecto. Malas lenguas dijeron que, en realidad, lo que le angustiaba era el pánico a no estar a la altura de su película anterior.
Poco después, el oscarizado guionista que había adaptado “El silencio de los corderos”, también se bajaba del barco, igualmente asqueado por lo salvaje de la novela. Y, por fin, fue Jodie Foster la que dijo que no a “Hannibal”, siendo sustituida por Julianne Moore. El resultado final, dirigido por Ridley Scott y estrenado en 2001, fue una película interesante que, sin embargo, no alcanza en ningún momento la grandeza de su predecesora.
Pese a que “Hannibal” no repitió, ni de lejos, el éxito comercial de “El silencio de los corderos”, De Laurentiis estaba empeñado en seguir explotando el personaje de Lecter y pensó en una precuela que contara los orígenes del sádico doctor y su gusto por la carne humana. Thomas Harris no quería saber nada de ello, pero ante la perspectiva de que el proyecto cayera en unas manos inadecuadas, se decidió a escribir “Hannibal: el origen del mal”, que vio la luz como novela en 2006 y como película, apenas unos meses después, en 2007, lo que habla bien a las claras del objetivo perseguido con esta operación más crematística que creativa.
La película, que no tuvo gran aceptación ni por parte de la crítica ni del público, serenó los ánimos de un De Laurentiis que falleció en 2010. Sin embargo, su mujer, dueña de los derechos de la compañía y del personaje de Lecter, decidió aprovechar el tirón y el predicamento de las series de televisión para alumbrar “Hannibal”, uno de los seriales más barrocos, malsanos y abigarrados de la historia más reciente de la televisión.
Tres temporadas ha durado en la pequeña pantalla la historia de Will Graham, Lecter y Crawford. Pero pueden ser más. Porque su cancelación no fue bien acogida por un público devoto y los rumores de una posible resurrección de la serie son una constante en los foros de Internet.
¿Y a quién puede extrañar, dado lo fascinante de un personaje mítico en los últimos veinticinco años de la cultura popular estadounidense? Un cumpleaños que el Festival Granada Noir celebra por todo lo alto, en su segunda edición, del 3 al 8 de octubre próximos.
El Facebook, además de para presumir de los atracones que nos hemos pegado durante el fin de semana, puede servir para mantener apasionantes debates literarios, como el promovido por el escritor Francisco Gómez Escribano en su muro, hablando sobre la poca credibilidad de mucha novela negra contemporánea y sus protagonistas políticamente correctos.
Un debate al que se fueron sumando otros escritores como Susana Hernández, Santiago Álvarez, María José Moreno, Jordi Ledesma, Carlos Bassas y David Llorente, que fue el encargado de introducir el concepto de verosimilitud.
Decía David que un George Samsa que se despierta convertido en un escarabajo, no es creíble. Pero tal y como lo cuenta Kafka es verosímil. De ahí que sigamos imantados a una historia ¿increíble? ¿irracional? ¿imposible? que, sin embargo, gracias al talento del narrador, el lector acepta seguir leyendo.
En IDEAL, me pregunto hoy: ¿es exportable esta teoría al mundo de la política? Los equipos de estrategia, marketing y comunicación de los partidos se vuelcan, cada cuatro años, en tratar de hacer verosímiles un puñado de increíbles promesas electorales que, camufladas bajo la apariencia de un programa, suelen terminar demostrándose más falsas que la falsa moneda.
Y, sin embargo, Show must go on! Lo importante no es proponer un programa electoral creíble, posible y razonable. Lo importante es darle verosimilitud a un montón de promesas que, al final, quedarán en su mayor parte incumplidas. Y ahí, el candidato que ha de colocárselas al electorado desempeña un papel trascendental. De ahí la importancia de los debates en la campaña y toda su parafernalia gestual. En un debate no se confrontan ideas. En un debate se trata de resultar creíble de cara al espectador, para que el discurso resulte verosímil.
El problema al que hemos llegado en España, con el bochorno de los bloqueos, los vetos y demás, es que, al tinglado, empiezan a vérsele demasiado las costuras. Ya no hay quien se crea todo esto y la arquitectura se desmorona. Y ahí está, esa creciente e incontestable abstención, como prueba.
Lo peor de unas terceras elecciones no es que haya que votar el 18 o el 25 de diciembre. El gran problema es que todo lo que digan los Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias, además de increíble, nos parecerá absolutamente inverosímil. De ahí que el cambio de protagonistas en los roles principales de esta película empiece a ser una imperiosa necesidad del guion.
Dos ausencias notables, y muy comentadas, en la manifestación del pasado sábado que exigía el restablecimiento de las conexiones ferroviarias en Granada. A ellas me refiero en mi columna de hoy en IDEAL. Por un lado, nadie del PP. Al menos, nadie orgánico. Una postura difícil de comprender y, más aún, de defender. Es como lo de la semana pasada, con los del PP tirándoles los EREs y a Griñán al PSOE a la cara y éstos, parapetados tras el rostro de cemento de Rita y de Luis sé fuerte.
¡Qué bien se lo pasan, unos y otros, removiendo el estercolero de la corrupción, en vez de callar… y poner las medidas necesarias dentro de sus partidos para que la palabra “política” deje de oler de tan mal. Y luego dirán que la abstención creciente, el desapego y la desmotivación son producto del desinterés de la peña…
Y ahí quería yo llegar. Al desinterés. Porque la otra clamorosa ausencia en la manifestación fue la de los jóvenes. Era más difícil encontrar a una persona de veinte años desfilando el pasado sábado que a un lince corriendo en libertad por Sierra Morena. Y sobre ello habla, también, Javier Barrera en su Blog Cableados, en esta entrada.
¿Dónde estaban los jóvenes, en Granada, en vez de en la manifestación? ¿Qué tenían más importante que hacer? Porque digo yo que, enterados de la movida, estaban; que el trabajo en Redes ha sido impecable.
Lo mismo es que el tema les resbalaba y les dejaba indiferentes, algo que me resulta inconcebible. ¿Cómo les va a dar igual a los jóvenes vivir en una ciudad cuyos aviones, o no llegan, o son prohibitivos; y que tampoco tiene tren? Se dice que el tren es caro. Que no lo usan. Que prefieren el autobús o los coches compartidos. ¿Y? ¿Es esa razón para no hacer suya una causa que beneficia a la ciudad en su conjunto?
Luego está la versión apocalíptica acerca de una juventud indolente y apática, egoísta y poco comprometida, que solo se preocupa por lo suyo y a la que no puedes sacar más allá del Botellón, la fiesta y el fútbol. Tristes tópicos e injustas generalizaciones que, además, no nos llevan a ningún sitio.
Cuando empecemos a preguntarnos por las causas de la desconexión de una mayoría de la juventud con las cuestiones de la vida diaria de Granada, tendremos mucho ganado. Mientras sigamos despachando el tema con los tópicos de siempre, mal vamos.
Juan Jesús García hacía ayer una excepcional crónica de la clausura de los Conciertos de las 2, promovidos por Cervezas Alhambra en diversas ciudades españolas, Granada entre ellas, por supuesto. Y a este magno evento dedico mi columna de hoy en IDEAL.
La velada musical que la empresa cervecera nos regaló en el Palacio de los Córdova fue uno de esos lujos que difícilmente olvidaremos, con algunos de los mejores grupos y artistas de Granada en formatos y registros muy diferentes a los suyos habituales.
Lean, lean la crónica de Juanje para hacerse una idea. Pero yo hoy, de lo que quiero hablar no es tanto de la música cuanto del acto en su conjunto, de ese puñado de horas mágicas que pudimos compartir en un enclave exquisito y privilegiado.
Entrar al Palacio de los Córdova y encontrar un Paseo de la Fama dedicado a los grandes nombres del pop-rock local ya te predisponía a disfrutar tanto del contenido como del continente de la velada, con el Carmen vestido de gala para la ocasión: ¡hasta tres escenarios diferentes, en uno de los cuáles, el agua era la gran protagonista!
El cielo rabiosamente azul, el sol pegando fuerte y la Alhambra como centinela invitaban a que la cerveza corriera generosamente. Y corrió. ¡Vaya si corrió! Esa cerveza cuyo primer trago sigue siendo uno de esos grandes placeres sencillos de la vida…
El caso es que la combinación de música y cerveza en un enclave tan singular hacía que los encuentros, saludos y corrillos resultaran de lo más frescos y estimulantes. ¿Cuántas ideas, nuevos proyectos e inusitadas iniciativas se habrán alumbrado a lo largo de la tarde del viernes 16 de septiembre, en Granada? Juraría que un buen número de ellas.
No les voy a contar, por la parte que me toca, con cuánta gente tuve la ocasión de echar un rato, como decimos coloquialmente, entre concierto y concierto. Hablando de Granada Noir, de música, de literatura, de cine, de arte y de periodismo. Entre otras cosas.
Cuando se acercaba el ocaso y la música ya había dejado de sonar, seguían multiplicándose los encuentros. A esas horas, aunque todavía quedara claridad mental, ya resultaba algo más difícil modular las palabras. Una mezcla de ronquera y pastosa lengua de trapo invitaban a ir dando por concluida una jornada memorable que multiplicará por cien sus efectos creativos, algo que siempre resulta en beneficio de todos.