Cuando salgo a correr con las Cabras Locas, prefiero no saber el recorrido que vamos hacer, las montañas que hemos de subir ni los desniveles que debemos superar. Como siempre les digo, me gusta mantener una actitud borbónica y seguir el ejemplo de Cristina, la esposa de Urdangarín que, pese a su exquisita y elitista formación, no se enteraba de nada, firmaba lo que le ponían delante y seguía plácidamente con su vida, en el Palacete de Pedralbes. Y de esta actitud hablo hoy en mi artículo de IDEAL.
Y es que el saber está claramente sobrevalorado. Por ejemplo, un día bajas a la cochera y te encuentras un Jaguar. Estando ya allí ese coche, molón y reluciente, ¿qué aporta el saber cómo ha llegado allí ni el porqué? Es como si te dan una Tarjeta Black. Que la usas y ya está. Que tampoco tienes tiempo de andar preguntando minucias sobre cuestiones fiscales y tal.
Lo malo de no querer saber es que, a veces, las cosas se tuercen y puedes acabar encontrándote frente a un juez que te abre juicio oral, te pide cárcel y cuatro millones de euros de fianza. Es lo que tiene, en ocasiones, no enterarte de lo que pasa a tu alrededor ni saber cómo se gestionan unos cuantos cientos de millones de euros.
Le ha pasado, por ejemplo, a la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía. Que preguntaba por cómo iba el tema de la fusión hospitalaria granadina y le respondían que cómo iba a ir. ¡Pues de pitufa madre, claro! Todo en orden, faltaría más. Y entonces llega el 16O, se le echa toda la ciudad en pleno a la calle y el Consejero, incrédulo, pregunta: ¿pero no iba esto tan bien? Pues no. Lo mismo no. ¿Y por qué nadie me ha dicho nada?
Pues, seguramente, porque no querías saber. Y como la gente es muy bien mandada, pues no te contaba. Que no te hemos puesto ahí para darnos problemas y que nos cuentes tu vida, ¿eh? Que esto tiene que funcionar. Y punto. Y si no te ves capaz…
No. La verdad no os hará libres. La verdad es incómoda y molesta y, por lo general, no queremos verla. La verdad es incómoda. Y resulta más fácil mirar para otro lado, esperando a que escampe. Que después de la tormenta, siempre sale el sol. O, al menos, casi siempre…
Jesús Lens