Leía el otro día una entrevista con un escritor y me interesó lo que contaba, así que decidí hacerme con su libro. Me metí en un portal de compras por Internet, localicé al autor, seleccioné el título correspondiente y le di a aceptar la operación.
Mi sorpresa llegó al comprobar que el programa no me permitía confirmar la compra, devolviéndome a la página principal. Picado, volví a empezar, pero en esta ocasión, nada más seleccionar el libro, apareció una ventana emergente en pantalla, advirtiéndome que ese título no se encontraba entre los que el algoritmo consideraba que podían ser de mi interés.
Además, el programa me proponía que, en vez de ese libro, eligiera uno de entre las veinte opciones que el algoritmo había seleccionado como las más adecuadas para mis gustos e intereses, de acuerdo con mi historial de compra.
Efectivamente, el programa había hecho una interesante selección de novelas negras y libros de viaje que tenía una pinta extraordinaria. Pero yo, como soy cabezón y perseverante, pasé de las sugerencias algorítmicas e insistí con mi elección original.
Esta vez parecía que todo iba bien. Sin embargo, antes de efectuar el pago, el programa me indicó que tenía un mensaje en la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Que confirmara su lectura antes de ejecutar el pago. Puse un Tic en la casilla de confirmación, pero el programa no me dejaba avanzar, borrándolo de forma automática.
Transigí y leí el mail. En un tono muy cordial y cercano, me decía que si compraba el libro en cuestión, que estaba fuera de los parámetros lectores que el algoritmo había señalado para mí, no solo haría que el programa fuera menos preciso a la hora de sugerirme próximas lecturas, sino que perjudicaba a todos los usuarios que buscaban libros de un perfil parecido al mío. Que reconsiderara mi elección y que me hacían un 10% de descuento en el libro que comprara… de los sugeridos por el algoritmo.
En ese momento apagué el ordenador, salí de casa, cogí el autobús y me fui a la librería Agapea, donde adquirí el libro de marras, pagando en efectivo. Cuando le estaba contando a Raquel, la librera, lo que me había ocurrido, me desperté. Entonces lo tuve claro: menos atracones de “Black Mirror” y más leer.
O eso, o escribir para Charlie Brooker y Netflix, además de para IDEAL, periódico en el que publico hoy este artículo distópico y diferente.
Jesús Lens