Ayer entré en Portugal por vía aérea… y no fue utilizando el avión, precisamente. Porque, dejándome llevar por el típico «¡Venga hombre, si esto no es ná!, que ya verás que después te alegras!» me precipité los 720 metros que separan Sanlúcar del Guadiana de la villa lusitana de Alcoutim utilizando un medio tan improbable como… la tirolina.
El célebre escritor Bruce Chatwin pasó a la historia, también, por titular uno de sus libros más conocidos con el célebre aforismo viajero: ¿Qué hago yo aquí?
Justo eso me pregunta yo, a eso de las dos de la tarde, mientras me ajustaba el arnés, sobre una plataforma de madera sobre la que había un cable de acero. Nada menos. Pero nada más.
¡Con la buena mañana que había pasado, recorriendo unos diez kilómetros, caminando, por el fértil entorno del Guadiana!
A mí, que ya saben ustedes que me me gusta trotar, lo que realmente me apasiona es caminar a través de la naturaleza. Y entornos fluviales como el del Guadiana, si bien no tienen vistas espectaculares que cortan el aliento, sí resultan enormemente vivificadores.
Al haber salido temprano, antes de que el sol y el calor lo aplastaran todo, el camino estuvo jalonado por esa banda sonora, única y especial, que interpreta la naturaleza viva y palpitante.
Abejarucos, cucos, verdecillos, abubillas, pitos reales, verderones y, por supuesto, el rey: ese ruiseñor, chiquito y marrón, pero que canta como el mismísimo Joselito; nos acompañaron durante todo el recorrido.
Y está el bosque mediterráneo, con los árboles de hoja perenne que, este año, aprovechando que ha sido muy húmedo, han aprovechado para renovar la hoja, conviviendo en el mismo árbol la blanquecina con seis o siete años de edad y la nueva, verde, tierna y jugosa.
Regalos que hace la naturaleza al viajero que decide pasar estos días entre agua, árboles y plantas, respirando el aire puro de naturaleza… y poniéndose púo de gurumelos, coquinas, ventresca de atún y vinos blancos del Condado.
Pero esa es otra historia. Que estábamos estirando los brazos mientras nos aferramos a la polea, encogiendo las piernas para saltar al vacío sin tropezar y esmorrarnos antes siquiera de salir. ¿Y saben que les digo? Que han sido unos de los 700 metros más espectaculares de mi vida, sobrevolando el río Guadiana y disfrutando de la irresistible atracción del abismo…
Jesús Lens