No consta que, hasta la fecha, nadie lo haya hecho en Granada. Lo han hecho en Cádiz, Ondárroa y Sopelana, por ejemplo. Pero en Granada todavía no. Lo han hecho cerca de cincuenta personas, todas ellas mujeres, pero no consta que ninguna sea de aquí.
A casarse consigo mismo, me refiero. Que se ha puesto de moda entre la grey más molona del molonismo: risoterapeutas, gente del Gestalt y del teatro avant-garde.
La primera tentación que le acomete a uno al leer que la gente contrae nupcias consigo misma, organizando ceremonia, comprando alianza, invitando a familia y amigos al fiestorro y yéndose de viaje de novia; es incurrir en el cipotudismo recalcitrante del columnista viejuno ña-ña-ña: menuda chorrada, lo que se aburre la gente, los progres-regres…
Pero en cuanto profundizas un poco en la cuestión, te haces consciente de las implicaciones metafísicas que conlleva la decisión de casarte contigo mismo… y hacerlo. Con testigos, padrinos y pasodobles, metafóricamente hablando. Que una risoterapeuta como Dios manda nunca bailaría un pasodoble, salvo que lo hiciera a modo de performance provoca-reivindicativa, por supuesto.
La pregunta, que tiene su miga, es la siguiente: ¿sería usted capaz de casarse con alguien que fuera exactamente como usted? Por la parte que a mí me toca, les aseguro que no. Es que ni de coña, vamos.
Pienso en lo que tiene que ser pasar el resto de mi vida conmigo mismo y me echo a temblar. Me parece algo doloroso, terrible e insoportable. Además de que no me lo creo: no me veo soportándome en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad; y ni mucho menos soy capaz de imaginarme amándome y respetándome todos los días de mi vida.
Casarse con uno mismo no es ego, es valentía. Osadía, incluso. Es haber llegado a un nivel tal de autoconocimiento y plena aceptación de defectos y debilidades, que siento envidia y admiración por ese medio centenar de mujeres que han dado el paso al frente.
Me imagino llegar a casa una noche cualquiera, ya de madrugada, y toparme con mi rostro reflejado en el espejo del ascensor. Me miraría fijamente, cobraría conciencia de que estoy casado con ¡eso!… y automáticamente le mandaría un güasap a Jorge, abogado y gran amigo, para que empezara a tramitar el divorcio.
¡No way!
Jesús Lens