Hace unos días, al terminar de tomar café, Pedro bajó la voz y nos dijo a Miranda y a mí que le acompañáramos al garaje con un par de bolsas. Mir y yo nos miramos, sin entender el porqué de tanto sigilo.
Seguimos a Pedro y nos acercamos hasta su coche. De nuevo volvió a sorprendernos cuando, antes de abrir el maletero, miró a uno y otro lado, cerciorándose de que nadie nos vigilaba. Entonces, y solo entonces, Mir y yo tuvimos acceso a ese oro verde que nuestro buen amigo portaba en su coche: aguacates de la Costa Tropical, recién recogidos. “¿No te has pasado un poco con tanta prevención?” le preguntamos a Pedro. “Si vosotros supierais…” nos dijo, por toda respuesta.
Achaqué tanto misterio a lo que yo había tomado por leyendas urbanas y bulos en torno al aguacate, desde que su cultivo, recolección y distribución, en México, está en manos de las mismas redes que trafican con drogas a que, en nuestra Costa, son pieza cotizada por bandas organizadas de ladrones profesionales.
Hete aquí que las últimas informaciones publicadas por IDEAL nos señalan, sin embargo, que hay mucho de cierto en el mito del aguacate noir, un tema que dará mucho que hablar en el futuro próximo.
En la cuestión del aguacate noir concurren dos circunstancias: es un producto escaso y caro de cultivar, ya que requiere de mucha agua. Y, sobre todo, resulta que se ha puesto de moda entre los foodies, vegetarianos, veganos y, en general, entre los amantes de una alimentación sana y equilibrada. De ahí que cuando Trump amenaza a sus vecinos del sur del Río Grande, los norteamericanos tiemblan al pensar en los prohibitivos precios que puede alcanzar su venerado guacamole.
Es tal la pasión por el aguacate que un famoso café de Melbourne, muy frecuentado por el hipsterismo australiano más avant garde, ironizó sobre el tema anunciando en su carta el Avolatte: crema de café servida en la cáscara de aguacate. ¡Y la cosa cuajó! ¡Y la gente lo pedía! Lo que no sabemos es la cara que se les quedaría cuando les dijeran que era una broma.
Es un mundo extraño. Vuelvo a parafrasear a David Lynch mientras empiezo a documentarme para un futuro relato negro y criminal: “Muerte entre aguacates”, “El aguacate tenía un precio” o “El aguacate que me mató”.
Consumimos los últimos suspiros del año 2017 entre pesadas y largas digestiones y los planes para el despiporre de fin de año, con ganas de darle matarile a un ejercicio tanto o más complicado que sus predecesores y antesala de 365 días… que tampoco serán fáciles. Ni muchísimo menos. Por eso, el cuerpo pide fiesta, locura, abandono y desenfreno.
Históricamente, las fiestas más desmadradas y espectaculares se han celebrado en tiempos difíciles y complejos, tumultuosos y propicios a cambios vertiginosos. Ya lo cantaba Sally Bowles, a comienzos de los años 30, sobre el escenario del Kit Kat Club berlinés: la vida es un Cabaret que invita a beber champán, a gozar del jazz, a hacer sonar los tambores y a disfrutar de un buen jolgorio.
“Cabaret”, película mítica de Bob Fosse, filmada en 1972 e interpretada por una majestuosa Liza Minelli, mostraba la contradicción de una Alemania libertina y desenfrenada que, sin embargo, ya empezaba a sufrir los primeros embates del nazismo que estaba por llegar, poniéndolo todo patas arriba. Ahora, recuperando aquel espíritu contradictorio, nos llega una de las mejores series europeas de los últimos años, “Babylon Berlín”, que nos transporta a la capital alemana de los años 20 del pasado siglo, uno de los momentos estelares en la historia de la humanidad.
Cuando digo que la serie nos transporta a otra época, no exagero un ápice: son tales el cuidado en el detalle y el preciosismo en la ambientación que cada episodio de “Babylon Berlín” se transforma en un viaje a un pasado mítico, a una época convulsa en la historia del Viejo Continente… que terminó de la peor manera posible. Sin embargo, las contradicciones y dificultades sociales, políticas y económicas de la Alemania de los años 20 y de la República de Weimar supusieron, paradójicamente y desde un punto de vista artístico y creativo, uno de los momentos cumbres de la cultura europea, como la editorial Taschen mostrará, con todo lujo de detalles, en uno de sus libros más esperados: la edición en inglés de “La noche cae sobre Berlín durante los locos años veinte”, de Robert Nippoldt y Boris Pofalla.
“Un paseo por un tiempo tan presente y apasionante como ningún otro de la historia alemana”, define al libro uno de sus autores. “Explore el Berlín de la década de 1920, las luces brillantes, los susurros entre bastidores y los frágiles consensos políticos… un vívido retrato de las personas, los lugares y las ideas de una metrópolis efervescente durante una década de gran transformación”, nos sugiere la editorial.
Mientras nos comemos las uñas, esperando la edición del libro, podemos matar el gusanillo disfrutando de esa “Babylon Berlín” que le pone imágenes, música y ambientación a aquellos tiempos difíciles, a través de una trama policíaca protagonizada por Gereon Rath, un joven policía de Colonia destinado a Berlín para investigar una red de pornografía y chantajes varios. Gereon se encuentra, solo, en una ciudad convulsa que, a medida que se aproxima la celebración del 1 de mayo de 1929, amenaza con arder por los cuatro costados. Una metrópoli, sin embargo, en la que nadie parece dormir, yendo de los despachos y las calles a clubes como el Babylon, sin pasar por casa. Y viceversa.
En el segundo episodio de la serie, algunos de los personajes participan de una ceremonia ritual que se celebra, por supuesto, en el Babylon. Cae la oscuridad sobre el escenario. La batería y el contrabajo toman la manija musical y un misterioso personaje irrumpe en escena, vestido de cuero negro, con sombrero de copa y un fino bigote negro sobre su nívea cara. Y comienza a cantar. Quedo, al principio; de forma abrasadora, inmediatamente después. “Zu Asche zu Staub”, demasiada ceniza, demasiado polvo; se titula una canción cuyas coreografías combinan a la perfección la libertad de una Josephine Baker con la estética nazi que ya se intuía en el ambiente.
Una intensa secuencia que marcan los mejores cinco minutos de la televisión de este 2017 que ya se termina y que nos recuerda a otro fiestón descomunal: el que abría la serie “Boardwalk Empire”, en el episodio piloto dirigido por Martin Scorsese. ¿Se acuerdan?
Termina el año 1919 y Nucky Thompson, tesorero del Ayuntamiento de Atlantic City, pronuncia un encendido discurso en contra del consumo de alcohol frente a las damas de la Liga de Mujeres por la Templanza. Acto seguido se desplaza hasta el Babette Supper Club, donde se celebrará una fastuosa fiesta para dar la bienvenida a la Prohibición, que entró en vigor el 1 de enero de 1920. Una fiesta lógica y generosamente regada con alcohol y en la que un baile desaforado, al son del jazz más caliente, es buena muestra de por qué aquella década pasó a la historia como los Locos Años Veinte, antecesores del crack del 29 y de los oscuros, sombríos y violentos años 30.
Pero esta sería otra historia: en este final de año tan solo queremos celebrar, cantar, bailar y disfrutar como locos. La resaca llegará después, pero mientras… ¡salud y feliz 2018!