Polemiquillas

Una de las mejores cosas que tiene viajar al extranjero es que te alejas físicamente de tu entorno, pero también lo haces emocional y sentimentalmente. Y no hay nada que le siente tan bien a según qué relaciones como poner distancia de por medio.

Tánger está geográficamente pegado a Andalucía. De hecho, solo son catorce kilómetros los que distan entre Tarifa y la ciudad marroquí. Pero nunca separaron tanto 14 kilómetros, para lo bueno y para lo malo.

Viajar a Tánger es cambiar de país, continente, cultura, religión, idioma y paisaje. Viajar a Tánger es hacer un corto viaje en el espacio, pero un trayecto mucho más largo en el tiempo. Y en la memoria.

Por eso, al volver a casa y aunque solo estuve cinco días de periplo por tierras rifeñas, me sentía muy distanciado de muchas de las cosillas que, por aquí, generan polémica y discusión, consumiendo el tiempo, el esfuerzo, las neuronas y la capacidad dialéctica y argumentativa de nuestros vecinos.

Que si la Legión, su himno y los novios de la muerte, que si las banderas a media asta, que si la iluminación o el ensombrecimiento del recorrido de determinados desfiles procesionales, que si el ruido y el colapso del centro de la ciudad… En concreto, el intercambio epistolar y tuitero entre una cofradía y diferentes administraciones por no apagar más luces a su paso, ha resultado de lo más entretenido.

A lo largo de mis jornadas en Tánger he tenido ocasión de conversar e intercambiar opiniones sobre algunos de los temas que sí nos afectan realmente, como el aislamiento ferroviario. Mis contertulios, sin embargo, no tenían ni idea de quién era ese médico que aquí lo peta. Y no quiero pensar qué cara habría puesto la gente de Cádiz, Sevilla, Las Palmas o Barcelona si hubiera tratado de explicarles que estos días, en Granada, el tema de conversación era el grado de luminosidad del alumbrado público al paso de una procesión.

AVE sí, pero no Ay, sí!

Por supuesto que en cada barrio, ciudad y pueblo; asuntos tan peregrinos como ese copan la conversación entre vecinos. Y precisamente por eso, insisto, es tan importante irse: nos ayuda a relativizar la teórica importancia de según qué chuminás y folletaícas que, contempladas desde la distancia, acaban dando risa.

¡Ay, si estuviéramos menos pendientes de la vida de los demás y más preocupados por nuestro propio comportamiento…!

Jesús Lens