Piense usted en la última vez que organizó algo. Lo que sea. Da igual. Una sardinada, una paella familiar, un acto o ruta cultural, un partido con la peña de baloncesto, una salida al campo, una quedada para un concierto… Nada particularmente oficial o pesaroso.
Llega la hora señalada y empieza a llegar la gente. ¡Qué gusto ir saludándoles! Besos, abrazos, palmadas en la espalda y conversación agradable. Pasa el tiempo y hay una persona que no termina de llegar. Te extraña. Porque la estás esperando. Sabes que tiene lío y una agenda ocupada -como casi todos, por otra parte- pero confiabas en que asomara. Aunque fuera a saludar. Sobre todo, porque nunca deja de proclamar lo mucho que le interesan ese tipo de actividades. Que le apasionan. Que son imprescindibles. Y tal y tal.
A todos nos ha pasado. Unas veces hemos sido los plantados y otras los plantadores. Hasta cierto punto es normal, con la vida de locos que llevamos. Sin embargo, hay ausencias que resultan de lo más elocuente. Ausencias que no pasan inadvertidas y que conviene tomarse como una declaración de principios. Como enseñanzas de la vida que no conviene despreciar.
Con los silencios pasa igual. Esos silencios que te convierten en invisible y te hacen sentir como si arrojaras al mar mensajes en una botella que nadie contestará jamás. Preguntas sin respuesta. Contactos de correo electrónico que actúan como Daemon Failure. Propuestas largamente meditadas que se quedan en el limbo, durmiendo el sueño de los justos.
Cada vez confiero más importancia a las ausencias y a los silencios. Sobre todo, por el realce que le confieren a las presencias activas y participativas; a las respuestas en tiempo y forma y a las conversaciones enriquecedoras. El silencio y las ausencias de los unos aumentan exponencialmente el valor de las palabras y la presencia de los otros.
Que no todas las ausencias ni los silencios son iguales, por supuesto. Personalmente, las ausencias más reveladoras son las de los bocas que dicen una cosa y actúan de forma diametralmente opuesta. Los que hacen lo contrario de lo que presumen. Los incongruentes. Los inconsistentes. Sobre todo, aquellos a los que se les llena la boca pidiendo, reclamando, exigiendo, proponiendo y pontificando para después… nada. De nada. Es importante conocerles para no esperar nada de ellos y, así, no llevarte decepciones.
Jesús Lens