Impactado me quedé ayer miércoles, Día Internacional de las Bibliotecas, con la portada de IDEAL y la noticia del traslado de la Biblioteca de Andalucía al antiguo hospital de San Cecilio. (Leer AQUÍ)
Que el grandioso MagoMigue y su pionero y rompedor Hocus Pocus compartieran la misma portada no podía ser casualidad, que esa transformación arquitectónica me parece mágica, fantástica e ilusionante. Casi tanto como volver a ver la firma de González Molero en un pie de foto. De repente, efectivamente, estábamos en Gran Hada.
Pedazo de exclusiva de Pablo Rodríguez para conmemorar el día mundial dedicado a las bibliotecas como homenaje, paradójicamente, a un hecho tan simbólico como terrible: el incendio de la Biblioteca de Sarajevo, en 1992, durante el infernal y criminal asedio serbio a la capital de Bosnia-Herzegovina en lo que se ha dado en llamar, eufemísticamente, el Conflicto de los Balcanes.
Todavía recuerdo el escalofrío que sentí al ver sus ruinas, justo después de bajar del tren nocturno procedente de Zagreb. Era un poco después del amanecer y, mientras la ciudad despertaba, podía tocar en las paredes los restos de los disparos, las muescas de las balas; recuerdo de aquellos años atroces en los que la imagen del violonchelista Vedran Smajlovic nunca se podrá olvidar.
La restauración de la Biblioteca de Sarajevo, realizada con dinero de la UE y en la que España desempeñó un papel determinante, es el símbolo de un nuevo amanecer para Bosnia.
Salvando las distancias y en unas circunstancias afortunadamente muy distintas, la noticia de que el antiguo hospital de San Cecilio va a ser integralmente reformado para albergar la gran Biblioteca de Andalucía es una de las grandes noticias del año.
Por lo simbólico y lo cultural, claro que sí. Pero también por lo material. En un doble sentido. Por un lado, los cinco millones de euros que tiene previsto invertir la Junta de Andalucía en la restauración y adecuación del edificio. Pero también es básico resaltar la nueva vida que la Biblioteca le va a insuflar al barrio de San Lázaro. Que anda que no se va a quedar collejo e interesante, con la antigua Facultad de Medicina convertida en el gran espacio cultural de la UGR y, ahora, el megabibliotecón.
Una magnífica noticia para la Granada cultural que nos debe animar, por supuesto, a leer más. Y mejor. A seguir leyendo. Y soñando.
Este verano me pasó una cosa curiosa. Dos buenos amigos -y ambos enormes escritores- me recomendaron la lectura del mismo libro: “Alacrán”, de Salva Alemany. Me lo pusieron tan, tan, tan bien que no tardé un chispo en hacerme con él.
Les confieso que, al principio, desconfié. ¿Por qué escribe un tipo de Valencia sobre el tráfico de drogas en México? Sobre todo, teniendo en cuenta que el del narco mexicano es un género en sí mismo, con novelas como “El poder del perro”, de Don Winslow; las de Elmer Mendoza, Barry Gifford o la mismísima Reina del Sur de Pérez Reverte.
Si hablamos de referentes cinematográficos, ahí están “Sicario” o “El infierno” de Luis Estrada. Y series televisivas tenemos desde “El puente” hasta “Breaking Bad” o su estratosférica precuela: “Better Call Saul”.
Fiándome del criterio de Toni Hill y Carlos Bassas, empecé la lectura de “Alacrán” y no tardé más de 24 horas en acabarla. De hecho, la historia de Santos, Lupe y Don Dimas me arrebató de tal manera que, al terminar sus 250 páginas, tenía mono. Quería más. Y aproveché para hincarle el diente a “El Cártel”, la continuación de la magistral e impactante “El poder del perro”, de la que escribí AQUÍ. Don Winslow la publicó en 2015 y había ido postergando su lectura. Hasta ahora, que sufrí la picadura del alacrán…
¿Saben qué les digo? Que siendo “El Cártel” una gran novela, “Alacrán” no le va a la zaga ni tiene nada que envidiarle, dada la contundencia de su propuesta, la enjundia de sus personajes, la hilazón de una sólida trama y el gran conocimiento del medio mostrado por Salva Alemany, parafraseando a la asignatura de la ESO.
No les voy a contar de qué van ninguna de las dos novelas. Radicadas en la frontera entre México y los Estados Unidos, ustedes se pueden hacer una idea. Aunque en “Alacrán”, el narcotráfico no es el tema central de la narración, está presente a lo largo de la historia, condicionando las vidas de los protagonistas.
Salva Alemany estuvo en Granada Noir, pero no tuve el tiempo necesario como para sentarme a hablar largo y tendido con él sobre “Alacrán”, la génesis de la novela, la labor de documentación y, en general, por su forma de afrontar la escritura y su concepción de la literatura.
Salva es un viajero impenitente que, antes de venir a Granada, anduvo recorriendo Canadá, uno de mis países no visitados favorito. Tanto que, desde niño, nunca falta en mi armario una camisa de cuadros, rojos y negros, por si surge de improviso la oportunidad de visitar el país de la hoja de arce. Además, otra de las novelas de Salva, “Éire”, transcurre en Irlanda, otro de mis países favoritos, este sí visitado en varias ocasiones.
Lean “Alacrán”, publicado por la editorial Amarante. Van a descubrir a dos personajazos. De los que enamoran. Y a un villano de los que no se olvidan. pónganse en manos de Salva y déjense guiar por una de las zonas más peligrosas del mundo… sin riesgos para su integridad física. Lo más, algunas palpitaciones producto de la intensidad narrativa.
¿Y qué decir de “El Cártel”? Pues que es una extraordinaria continuación de “El poder del perro”, aunque parte con una desventaja: haber perdido el efecto sorpresa de la relación entre Keller y Adán Barrera.
Aunque, bien pensado, “El Cártel” no parece una continuación al uso. Da la sensación, más bien, de que Don Winslow dividió en dos partes su monumental obra sobre el narco mexicano, que ambas novelas forman un corpus totémico; “El Padrino” del siglo XXI, podríamos decir.
La narrativa de Winslow es dura y sin concesiones. Algunos de los momentos descritos en “El poder del perro” resultaban especialmente estremecedores. Pero la realidad el narco es así de dura.
La continuación de la historia de Barrera y Keller, ganadora del Premio RBA de Novela Negra del 2015, es buena muestra de lo que supone eso que tan pomposamente se ha dado en llamar La Guerra contra las Drogas. Una guerra que parece perdida de antemano. Porque, mientras exista una demanda tan brutal de cocaína, heroína, metanfetamina o marihuana a nivel global, siempre habrá proveedores encargados de suministrarla. Da lo mismo cuántos capos vayan cayendo: siempre corre el escalafón.
“El Cártel” va más allá de México. Habla de los Estados Unidos, por supuesto. Pero también del resto de Centroamérica. Del papel de la CIA en todo este tinglado. De las bases operativas de los cárteles en Guatemala.
De hecho, he tenido que leer a Winslow para entender lo que me dijo una amiga mexicana cuando se enteró de que había estado viajando por carretera, entre Guatemala y la ciudad Mérida, en el Yucatán mexicano, atravesando Chiapas: “te has arriesgado a que te maten. No eres consciente de la barbaridad que has hecho”. En su momento pensé que exageraba. Después de leer “El Cártel”, no lo tengo ya tan claro. Y es que la literatura, la buena literatura negra y policial, también sirve para comprender el mundo que nos rodea.